En el comienzo de los 40 looks que sacó a la pasarela de la semana de la moda parisina, Viktor & Rolf arrancó con una modelo vestida de muñeca de trapo, la otra mitad humana, representada por Laureen de Graff, quien desfiló un vestido corto en verde oliva emblemático de las camperas bomber, ornamentado con un moño y una flor maximalista. Pero el mayor artificio fueron los ojos grandes verdes, el pelo rojizo y la máscara que cubrió su rostro. Acto seguido, Esther Gomis irrumpió con un vestido del mismo material techie en verde oscuro, con silueta larga y guiños al baby doll, en sus mangas: su rostro exaltó ojos violetas, una carita negra y peluca al tono, mientras que en Anniek Verfaille, las ropas mutaron a un abrigo con volados y frus frús en el top y silueta evasée en su caída, matizado con jeans (con ojos azules, labios rojo carmín y la cara de trapo en alguna base extra clara.)
La colección 2018 de los holandeses Viktor Horsting y Rolf Snoeren se erigió como una de las apuestas más innovadoras, sin el facilismo de recrear la Torre Eiffel. La dupla es célebre por desarrollar ropas y conceptos irónicos sobre el mundo de la moda en galerías y museos desde que irrumpieron en 1993. Y, en conjunto, remitieron a una muestra en la galería Barbican, de Londres, llamada “The House of Viktor and Rolf”, que recreó ropas sobre modelos de porcelana de 65 centímetros de altura y también en simulacros de maniquíes de 1.80 metros de altura con cara de porcelana. Fue diseñada por el arquitecto Siebe Testero, el experto que en 2005 les ideó una tienda en Milán orgullosa de su techo dispuesto en el piso y viceversa.
Otros hitos revolucionarios de los V&R remiten a julio de 1999, cuando mostraron una colección del invierno venidero en el cuerpo de una sola modelo –Maggie Rizer– parada en un pedestal y sobre la que superpusieron vestidos y abrigos bordados en finos cristales cual si se tratara de una muñeca rusa. Cuando no tuvieron un peso para gastar en frivolidades tuvieron el tino de autoproclamarse “Viktor & Rolf de huelga”, y distribuyeron un planfleto temático y piquetero entre los editores de moda de París y Nueva York. Luego, a modo de silueta anticipatoria de lo que sería la estética avant garde de 2000, dibujaron una rara tipología a la que denominaron “Atomic Bomb Shape”, compuesta por trajes de chaqueta y pantalón similares a un traje de arlequín. El dramatismo se acrecentó con la colección “Black Hole” -Agujero Negro-, presentada en el Museo de Arte Decorativo de París en marzo de 2001, ocasión para la cual V&R pintaron sus caras de negro con el mismo betún que el eximio maquillador Stephane Marais destinó a embadurnar los rostros, cuellos y extremidades de las modelos.
Retornando a la actualidad y sus anticipos para 2018, en la colección abundaron los abrigos derivados de la chaqueta bomber (que resume la prenda más icónica de las tendencias y más repetida en las vidrieras contemporáneas), y sumaron largos y recursos de algún kimono, diversidad de volados y flores y drapeados, así como los peinados se pasearon del corte carré en rubio, moreno o turquesa a la maxi trenza cosida en rubio o rosa. Unas y otras se calzaron con Doc Martens. El listado se extendió a veinte modelos reales con rostro de muñecas de trapo; pero en el tramo 21 del desarrollo del desfile, aparecieron Laureen, Esther y las demás integrantes del cast ya sin los artificios ni disfraces de tela y mascaritas peponas para exhibir sus rostros y cuerpos.
Luego de la presentación los diseñadores holandeses argumentaron acerca de la apuesta estética: “Las muñecas en conjunto pelean por un mundo mejor, un crisol de razas, el patchwork simboliza la unidad y en un contexto en que la realidad es tan extraña nos dijimos ¿por qué no mostramos el costado surrealista de la realidad?”.