El ingeniero Alejandro Bunge (1880-1943) elaboró el concepto de “país abanico” a principios del siglo pasado para graficar las grandes desigualdades regionales de la patria. Ese abanico tenía por epicentro la ciudad puerto de Buenos Aires y sus alrededores, donde se concentraba la mayor parte de la población, así como los ingresos económicos, la infraestructura y las capacidades tecnológicas.
Luego le seguía un primer semicírculo de regiones con menor densidad poblacional y posesiones materiales y por último un nuevo semicírculo con las provincias más alejadas. Ese fuerte desequilibrio regional, característico de una economía que fue un enclave colonial en su origen, dando la espalda a sus grandes extensiones internas para amontonarse en la ciudad puerto desde donde salen las riquezas hacia las metrópolis globales, parece continuar sin fisuras hasta nuestros días.
Así lo muestra un reciente informe de la CEPAL que estudia la distribución provincial del valor agregado bruto --que representa la producción-- de la Argentina desde 2004 hasta 2021. Allí se puede ver que la ciudad de Buenos Aires, que representa apenas el 0,01 por ciento del territorio (sin tomar Antártida e Islas del Sur) y donde habita el 7,2 por ciento de la población, concentró el 20 por ciento del valor generado en 2021.
Si le sumamos la provincia de Buenos Aires, que tiene el 63 por ciento de su población en el 0,13 por ciento del territorio que representa el conurbano bonaerense, el conjunto el área metropolitana da cuenta del 46 por ciento de la población y del 52 por ciento del valor agregado nacional.
Le siguen las provincias de Santa Fe y Córdoba, que explican el 5 y 6 por ciento del territorio nacional, respectivamente, concentran cada una aproximadamente el 8 por ciento de la población y representan un porcentaje similar del valor agregado nacional. En estos casos, se trataría de un ejemplo de distribución equilibrada entre territorio, población y nuestras capacidades económicas.
El resto de las provincias representan el 78 por ciento del territorio pero sólo concentran el 38 por ciento de la población y el 31 por ciento de la producción del país.
Del informe de la CEPAL también se desprende que las desigualdades regionales se han mantenido sin cambios significativos entre 2004 y 2021. Es decir, no pudieron ser modificadas significativamente durante el fuerte período de expansión económica con mejoras distributivas que lideró el kirchnerismo entre 2004 y 2011 ni tampoco sufrieron cambios de relevancia en la década de estancamiento que le prosiguió.
Esto no debe sorprender si se tiene en cuenta que las desigualdades regionales se mantuvieron ante cambios estructurales más relevantes, como la consolidación de un modelo de industrialización sustitutiva de importaciones entre 1940 y 1975 o de un esquema de valorización financiera a partir de la última dictadura militar.
Las desigualdades regionales se ubican así como una demanda sin resolver a ambos lados de la grieta. Las nuevas tecnologías del siglo XXI de trabajo deslocalizado brindan una oportunidad única para avanzar en su solución.
@AndresAsiain