Como las narraciones de la lluvia

o los cuadernos de bitácora,

tuvo la enfermedad sus argumentos.


No me quejo de nada. Hoy sostengo

el optimismo amargo con el que respondimos,

septiembre, 2020,

cuando las citas médicas y el mar de los análisis

se mezclaron de un día para otro

con las arenas de la vida.


Nunca me quejaré de la disciplinada

manera que tuviste de contar nuestros pasos

para ver la ciudad con otros ojos,

la resistencia física y mental

que exigía la quimio.

No me quejo de las debilidades

o de la Navidad sin cabellera

o de la extraña forma de despedir el año

cuando el amor pasó por el quirófano.


La pandemia prohibía las visitas.

Disfrazado de médico sin bata,

subí para esconderme hasta la habitación

5427.

Dividimos por dos las uvas de tu postre,

oyendo  de la mano aquellas campanadas

de la televisión

que no sonaban todavía a muerto.


No me quejo de todo lo que hicimos después,

del cuerpo poco a poco tan vencido,

de las ventanas de los hospitales, 

de la silla de ruedas en 2021,

penumbras fatigadas de noviembre,

ocho de la mañana en el rumor del Clínico

con resultados últimos en la sala de espera.

No me quejo del miedo a la caída,

de la ducha difícil,

de los duros transbordos para llegar al baño.

No me quejo tampoco

de los cuidados paliativos,

la memoria con gasas

y la conversación inevitable.

No me quejo de verte morir entre mis brazos.


Comprendí que los viajes y los libros

con sus dedicatorias

siempre han sido maneras de cuidarnos.

Comprendí las raíces de nuestra militancia,

comprendí la factura de querer

de un modo tan completamente viernes.

Comprendí el argumento de esta historia

en la noche estrellada,

una historia de amor,

este año y tres meses,

estos días finales que ya son,

ahora, recordados,

los más felices de mi vida.


El volumen que acaba de publicar Tusquets Un año y tres meses reúne los poemas escritos por Luis García Montero a raíz de la pérdida de su mujer Almudena Grandes.