Se despierta con las primeras luces del día, escucha cómo va creciendo el movimiento de la calle. Se tapa la cabeza, quiere seguir durmiendo. No se mueve, no quiere perder calor, Terry se le pega al cuerpo, es un perro noble.

Lleva el mismo nombre de aquel otro de la infancia, el negrito que apareció en la puerta de la casa y su abuela lo dejó entrar. También dormía con él, acurrucado contra su cuerpo, hasta el día fatal que pasó debajo del camión. Desde aquel momento todos sus pichichos se llamaron Terry.

Ajusta la frazada contra la cabeza, pero no se mueve, quiere volver a dormir.

También bautizó Terry a aquel otro tricolor que tenía una lejana cruza con collie. Un ojo negro y el otro celeste, manso y educado, sólo le faltaba hablar. Lo esperaba a la salida del taller y lo acompañaba hasta la pensión. Vivía en la vereda, la dueña no permitía perros ni ninguna otra compañía. Cuando iba al baile entraba con el Terry, todos lo conocían, en general lo dejaban, a veces algún comedido lo mandaba afuera y allí estaba, sentadito, inmóvil como una estatua, cuando él salía.

Lo despidió en la estación de trenes, cuando se fue del pueblo rumbo al servicio militar. Allí se quedó, como si supiera que en esa, no lo podía acompañar. Él ya no volvió al pueblo, después de la colimba se quedó en la ciudad.

La alarma de un coche se dispara y suena como enloquecida, aprieta con fuerza la mandíbula, ese sonido lo aturde, lo angustia, se pone muy tenso pero no mueve un músculo.

En la ciudad trabajó quince años en el taller metalúrgico de los Ferrero, una familia del pueblo. Tuvo una mujer y dos hijos. De a poco fue perdiendo todo, primero cerró la fábrica y se quedó sin trabajo, después no pudo cubrir un crédito hipotecario y se quedó sin casa. Su mujer y los hijos se volvieron al Chaco y no supo más de ellos, junto con su perro fue a parar a la villa.

Al fin apagaron la alarma, por un momento el silencio le acaricia los oídos y ¡hace tanto que no sabe de caricias!

La soledad, la villa y el cartón trajeron el alcohol. Más tarde sólo la calle y sus perros. Este otro Terry lo acompaña, desde hace unos años. Fue el que le dio calor toda la noche, cuando aquel auto lo atropelló y lo dejó tirado en el pavimento. Estuvo a su lado hasta que, después de muchas horas, lo llevo la ambulancia. Pasó un tiempito en el hospital público, luego de nuevo a la calle y desde entonces tullido. Sólo Terry camina a su lado, cuida sus pocas cosas y no deja que nadie lo moleste.

Todavía es temprano, piensa, mientras escucha a los chicos que van para la escuela. Se queda quieto, tiene frío y hambre, mucha gente pasa apurada a su lado, cada vez hay más luz; autos y colectivos comienzan a meter bulla. Todos siguen de largo, él no molesta, nadie lo ve, hace mucho que es invisible.