Voy por la playa, acabo de dejar a mi hija en el casal de verano. Me traje la bolsa lo menos cargada posible, las llaves y la protección solar, aunque eso no me quita la paranoia que me quedó culpa de Calvino. Pienso que van a pensar que hay una billetera, o un teléfono, y me dejan en la calle y en bolas, como a la protagonista de “Aventura de una bañista”. Hoy tampoco pude conmigo y al salir manoteé Las olas de la Woolf, era tan pertinente que no aguanté. Aunque, después me enchincho porque los libros quedan deformados, se mojan, se manchan o se llenan de arena. El otro día Marya, de Joyce Carol Oates, quedó todo inflado. Los de la biblioteca no los llevo, claro, pero los míos acaban como en la guerra con esta costumbre de sacarlos a pasear. Siempre pienso que me voy a aburrir y al final me distraigo y no los saco.

Las olas lo tenía de la biblioteca, pero me convencí de que no lo iba a leer rápido, que era mejor comprarlo y leerlo a mi tiempo, dejándome puentearlo con todos los libros que se me cruzan. Fue una excusa vil, otra de las tantas. Lo que pasa es que Núria, de Pròleg, mandó un comunicado. Parece que este año, finalmente, sí cierran la librería y, claro, todas con el grito en el cielo, porque es la librería feminista más antigua de Barcelona. Sería una locura que se desparrame el fondo que tiene. Pero es lo que pasa todos los años, aunque ahora peor, porque las propietarias del local ya ni siquiera quieren aumentar el precio del alquiler, les exigen que se vayan porque piensan montar una escuela de arte. Así que ayer hubo una convocatoria para ver qué se podía hacer. Llegué tarde. Igual, me dijeron que fueron bastantes o, mejor dicho, las de siempre, que somos bastantes.

Ayer, en la librería, pude abstraerme de Norah Lange y sus Cuadernos de infancia que editaron hace poco y que me llamaba desde las novedades, como dieciocho mangos estaba. “Te calmás”, me dije, y para eso me agarré Las olas, que estaba a la mitad. Por lo menos Núria y su madre, Àngels, ayer hicieron caja, ojalá resistan otro año más. Les vienen ganando a casi todas las librerías chicas que conozco. Antes había muchísimas en el Gòtic, pero ahora van desapareciendo de una en una, como en un silencioso truco de magia inmobiliaria, y después no queda nada, casi nadie se acuerda de ellas. ¿A dónde habrán ido a parar los libros de Negra y Criminal, Llibreria Canuda, Espai contrabandos y de las cientos de librerías de viejo que ya no están? La Pròleg aguanta hace treinta y un años, pero esta vez parece definitiva. Para ellas dos debe ser un estrés vivir ahogadas, pidiendo auxilio cada verano. Además, tienen un arte para recomendar libros, si se pierde eso también sería una pena. ¿Dónde voy a encontrar a las lectoras viejas si no es en Pròleg?

Por suerte, ahora se está nublando un poco, la sombra en Barcelona es tan pijotera. Me lastiman las chanclas, los pies delicados son un caso. Busco un lugar para entrar al mar donde no haya tantas piedras porque, si no, salgo del agua y termino con los pies hecha un Cristo, y con la sal ardiéndome las lastimaduras, bueno, no se puede sufrir tanto, mamita. Veo a lo lejos una mancha de lentejuelas púrpura que brilla al sol y se mueve, parece un ángel. Mi presbicia es fantástica: veo muertos, caras de carne, mariposas gigantes, el presente no existe y me parece reconocer repentinos fantasmas de mi país.

Cuando me acerco veo al ángel. Está paseando dos chihuahuas, tiene el rímel corrido y mucha pinta de guiri trasnochada que sigue con el vestido de anoche, está discutiendo con un africano escultural e impecable, que va descalzo y en bañador. Los perritos me desconciertan tremendamente, mi hipótesis se tambalea, ¿dónde los dejó anoche? ¿en el hotel? ¿Y si volvió a buscarlos por qué no se cambió y se lavó la cara? Imposible, esa mujer no volvió al hotel, pero me parece extraño que los perros le hayan seguido la marcha. Además, ¿quién sale de fiesta con chihuahuas? ¿Quién viaja con dos perritos si no es Susana Giménez? Ahora, que estoy más cerca y la veo mejor, me doy cuenta que esa mujer ya no es una turista. En la piel y en el pelo se le nota que se quedó por acá y lleva un tiempo durmiendo en la playa. Ella tampoco tiene casa, como la librería de Núria y Àngels, como sus libros y como yo.

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