En 1973 las paredes del Centro de Arte y Comunicación, el espacio que fundó y dirigió Jorge Glusberg, se empapelaron con decenas de afiches que repetían una y otra vez la misma palabra: violencia. Se trataba de una instalación de Juan Carlos Romero que, con el correr de los años, se transformó en una obra bastante icónica del arte político-conceptual de la Argentina. En aquel entonces el país salía de la dictadura autodenominada “Revolución argentina” y entraba en lo que sería el último gobierno de Juan Domingo Perón. Con su obra, Romero trataba de señalar el clima de la época, el humor de la calle y lo que realmente ocurría: episodios de violencia por todos lados y contra todo el mundo.
Esta obra de este artista volvió a aparecer en esta ciudad, en la muestra El límite del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. El afiche de Romero junto con otras piezas de otros artistas se juntan en esta exhibición para tratar de registrar las diversas formas que la hostilidad se hace presente en toda América Latina. Se trata de un conjunto de piezas que integran la colección de esta institución, recientemente adquiridas en su mayoría. Estas obras fueron seleccionadas entre las más de 600 que fueron ingresadas al patrimonio del Museo en los últimos años, ya sea en calidad de donaciones o adquisiciones.
Además, hay otro grupo de producciones de artistas invitados a participar en esta muestra colectiva. En El límite se pueden ver obras de: Nicanor Aráoz, Santiago García Sáenz, Antonio Berni, Antonio Caro, Claudia del Río, Tomás Espina, León Ferrari, Liliana Maresca, Raquel Forner, Ana Gallardo, Leónidas Gambartes, Nicolás García Uriburu, Mónica Giron, Max Gómez Canle, Identidad Marrón, Aldo Sessa, Pablo Suárez y Edgardo Vigo, entre otros.
Las producciones que integran esta muestra despliegan diferentes representaciones de la violencia, a veces de una manera obvia y otras de una forma más sutil. Hay un intento por dar cuenta del imaginario que se crea alrededor de los golpes de estado, las desigualdades de género o laborales y hasta la manera que puede presentarse en la naturaleza. Una exhibición que parecería querer abarcarlo todo, pero todo es mucho y en el recorte que seleccionó el Museo sólo hay un pequeño rastro de la imaginería que se dispara cuando alguien le dispara a otra persona.
En la foto está el Obelisco y un montón de gente alrededor. Las personas están saltando. Se las ve felices. Es de noche y una bandera argentina cruza el monumento como si fuera un rayo: tiene exactamente la misma forma. La imagen fue tomada por el fotógrafo Aldo Sessa, en 9 de Julio y Corrientes, durante los festejos que hubo cuando la selección de fútbol ganó el mundial 78. Una captura igual se podría haber conseguido hace unas semanas atrás exactamente en la misma esquina. Pero la diferencia entre aquel momento y este otro es justamente eso que no se ve, eso que el festejo tapaba: la dictadura.
Esta foto de Sessa está en la primera sala de El límite. Este primer momento de la muestra, un tanto literal y pedagógico, funciona como una suerte de registro de las violencias que se vivieron en diferentes países de la región durante la década del 70 –con el correr de los años se comprobó cómo las dictaduras latinoamericanas llevaron adelante un plan sistemático de represión en sus países, el llamado Plan Cóndor–. La obra de Sessa está entre medio de otras de León Ferrari que son collage que recopilan diferentes noticias que la prensa durante la última dictadura cívico-militar: “Aparecieron en Pilar 30 cadáveres dinamitados”, “Ocho cadáveres en San Telmo”, “Investigan la desaparición de dos ex legisladores”, “Matan a presidente de Bolivia”.
La combinación de estas dos obras en esa parte de la sala permite pensar el carácter histórico de una obra, es decir, qué dicen esas imágenes del contexto en el que fueron realizadas. En este sentido, hay un punto en el que la fotografía, el arte conceptual y el periodismo –o cualquier relato de no ficción– parecerían encontrarse, ya que las tres disciplinas pueden generar memoria, dejar impresa una huella del tiempo en el que aparecieron.
Es el cuerpo el que recibe esa hostilidad que circula en el aire. Es el cuerpo y su memoria la que cargan con los cuerpos de las personas asesinadas, abusadas o desaparecidas. Y esos cuerpos descuartizados y demolidos se hacen presentes en El límite con obras como la de Nicanor Aráoz o Gabriel Baggio, que exhiben la agonía física que genera la violencia cuando aparece y cuando se ejerce entre personas. Lo que se pone en el centro es la agresividad entre los individuos que habitan un espacio en un momento determinado de la historia, la manera en la que la interacción entre ellos puede generar heridas, manchas de sangre y muertes.
Cuando las dictaduras se fueron, la agresividad de las personas avanzó sobre la tierra y el territorio. La devastación natural –agravada en los últimos años y denunciada por los movimientos ecologistas que alcanzaron su popularidad recientemente– empezó a aparecer en la producción artística y también se hace presente en El límite. Sobre esto el texto de la muestra dice: “Los artistas denuncian la devastación humana y territorial y ponen su atención sobre los modos más sensibles de vincularse con el territorio”.
Esta discusión está presente en la escena local desde hace ya casi dos décadas. A comienzos de los años 2 mil, con la llegada del trash al mundo de las artes visuales, la pregunta por la basura y el destino de los desechos tecnológicos empezó a copar las imágenes que se producían. Esto ya fue advertido por otros curadores, como Rafael Cippolini e Inés Katzenstein. El primero en su muestra Versiones de(l) Trash –realizada en 2009– y la segunda en su texto “Trash: una sensibilidad de la pobreza y la sobreinformación”.
En este segundo momento de El límite aparece una pintura de gran tamaño –mide 3 metros por 2 metros– de Carlos Huffmann en la que se ve un camión convertido en tanque de guerra gracias a un montón de chatarra. Esa máquina de matar existe gracias a antenas como las de DirecTV, cables pelados, pedazos de armas y ladrillos de concreto sin revocar. La mugre se transforma, deja de ser un simple desecho para convertirse en esta pintura en una máquina de matar.
La obra de Huffmann convive con otra de Nicolás García Uriburu: una serie de imágenes que registran cómo se tiñe de verde el agua de distintos canales. Este artista, en 1968, se subió a un bote en Venecia y empezó a tirar una sustancia que usaba la NASA, para amerizar los equipos con las que hacían investigaciones espaciales, por lo canales de la ciudad para que el agua cambiara de color. Uriburu terminó detenido, pero su acción lo convirtió en un ícono (llegar a la fama no es gratis).
Lo que aparece en El límite son los espacios donde este ataque contra la naturaleza se lleva adelante. Estos escenarios se pueden ver en una obra de Max Gómez Canle, donde un gran paisaje se extiende por casi toda una pared de la sala, o en otra de Berni, en el que la chapa oxidada construye un parque industrial. De esta manera, el espacio urbano y rural se unen a través de esta problemática ambiental.
Esta otra sala piensa un segundo movimiento de la violencia en el cual el cuerpo queda de lado. Es decir, eso que se violentaba antes ya no es importante y ahora la prioridad es atacar a la tierra, enfermar al mundo. Sin embargo, hay un punto en el que ambas salas se encuentran y ese acuerdo es la denuncia. En el primer momento de la muestra lo que se denuncia es la violencia de los estados, las desigualdades de género y la violencia física, por mencionar algunos ejemplos. En este otro momento de El límite, la denuncia señala al extractivismo, a la hostilidad sobre la tierra y la naturaleza.
El límite intenta mostrar las imágenes que el arte moderno y contemporáneo creó en contextos adversos. Es una exhibición que funciona como el archivo de la violencia latinoamericana. Una muestra con los golpes del pasado y la hostilidad del presente.
El límite se puede visitar hasta el 20 de febrero en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (San Juan 350). La horarios de visita son: lunes, miércoles, juves y viernes de 11 a 19; sábados, domingos y feriados de 11 a 20 (martes cerrado).