1-Tucumán y Santiago

La pared blanca, sucia por el paso del tiempo, muestra un grafitti que me impacta. Las letras de un negro profundo, de brocha gorda, que ni así pueden esconder la suciedad sobre la que reposan.

Pienso el blanco e imagino la luz. Miro el negro y la veo como su ausencia.

Es bueno el contraste, no hay manera de evitar que la mirada vaya hacia ese trozo de pared que exhibe la mínima porción del ingenio de esta ciudad.

Pienso en los colores: blanco de la pureza, de vestido de novia supuestamente virgen, de la sábana a exhibir manchada de rojo tras la noche de bodas, de las calas para el cementerio, de claveles para una mujer deseada.

Negro del luto, del auto de los poderosos y los presidentes, de las banderas anarquistas, del smoking del novio en las bodas.

Opuestos que no son sin el otro.

"Qué compleja la simpleza", dice la pared del blanco sucio en letras negras.

 

2-Foto con estatua

La calle Rivadavia en la ciudad de Rosario va y viene alrededor del hermoso Parque Norte, a metros del río Paraná. El parque en su parte más ancha impide ver desde los autos que van a los que vienen.

Entre las calles Rodríguez y Pueyrredón, donde Rivadavia se hace de ida y vuelta, el parque alberga sobre una estructura de hormigón decorada con lajas de frente de casa de barrio obrero, una vieja locomotora, símbolo orgulloso de un tiempo que ya no es, donde chicos y grandes se trepan y juegan.

Unos pasos más allá, hacia el centro, bajo dos jacarandás, hay tres bancos de plaza.

Los de los extremos, de madera. El del centro, de bronce. En él se sienta, con las piernas cruzadas y sonriente, la estatua de Alberto Olmedo. Entre este banco y el tercero, yendo para el centro, hay una estructura de material en la que están las máscaras de los personajes que lo hicieran el cómico más famoso de su época en el país y doblemente querido en la ciudad, ya que ellos llevan el nombre de sus amigos de toda la vida. Al pie de esta estructura hubo una placa de homenaje que fue robada hace tiempo.

A diferencia de tantas estatuas que se miran sin ver, ésta cobra vida en forma diaria en el homenaje que la gente le brinda, día a día.

Junto a él se sientan a toda hora gentes de todas las edades y sexos para sacarse una foto, abrazarlo y besarlo con esa manera tan argentina para con nuestros muertos famosos.

Una tarde de otoño, de esas donde el invierno pelea con el sol de media tarde haciendo de Rosario una de las ciudades más bellas y amables para pasear despreocupado, una pareja corrió a fotografiarse junto a él. Ella cariñosamente lo abrazó y recostó su cabeza sobre su hombro apoyando su mejilla derecha al bronce. La retiró con violencia diciendo: "¡está frío!".

El fotógrafo, compañero o amigo o esposo o amante o hermano, quién lo sabe, contestó con autoridad masculina: "por supuesto, si está muerto".

 

3-Regalo

Era un hombre honesto, a su manera solidario, justo, querido.

Desde la profunda estrechez económica de sus comienzos fundó un imperio económico. 

Nunca supe cómo, pero sí sé que negoció con joyas y diamantes y relojes, y su nombre y el de su hermano, llegaron a ser sinónimo de su profesión.  Decir joyero era decir su nombre y apellido.

Los amigos y no tanto, les confiaban cosas para que las trasladen de un lugar a otro, sea a Buenos Aires o a Europa, sabían que no los engañaría. Si algo le dabas para entregar, sería entregado. Si algo se le pedía se ocuparían de conseguirlo.

Sus nietos recuerdan que su padre les contó que ya cerca de la muerte, sacó de un bolsillo un conjunto de diamantes y dijo que eran de fulano de tal, que no había podía llevarlos a donde le habían pedido y que no dejaran de devolverlos.

Una vez un amigo en Buenos Aires le pidió que ya que iba para Rosario le comprara un billete de la Lotería de Santa Fe, que por aquellos años premiaba a los ganadores con recompensas superiores a la Nacional o la de la Provincia de Buenos Aires.

Nunca compró el billete, ni siquiera se ocupó del pedido, ni esgrimió excusa alguna ante el solicitante para decirle que no cumpliría con lo pedido.

Simplemente, ante la mirada azorada de sus íntimos por ver que esta vez no se ocupaba como siempre de lo solicitado explicó: ‑‑Nunca me dijo el número, no pensarán que le voy a regalar mi suerte.