Fue poeta, escritora, folklorista y cantautora. Y por si fuera poco, creó la idea moderna de las infancias en los revolucionarios años '60. Su prolífica obra atraviesa a generaciones de argentinos. Su compromiso con la cultura y la democracia hacen de esta artista integral un ejemplo y un orgullo para el país. Caras y Caretas dedica su número de enero, que el domingo 8 estará en los kioscos opcional con Página/12, a María Elena Walsh, la juglaresa nacional.
En su columna de opinión, María Seoane evoca: “La última vez que vi a María Elena Walsh, en 2003, pude contarle cómo el final de mi exilio en México estuvo marcado por una de las canciones más inolvidables de su obra: ‘Como la cigarra’. Pude agradecerle el talento sin fin de sus canciones, sus creaciones, delicadamente, ya que tenía un decidido rechazo a los piropos exagerados. Evoqué la conmoción que me había producido leer con otros exiliados en nuestra casa de Coyoacán su texto ‘Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes’, publicado en 1979, y que repetí de memoria, sin vergüenza: ‘Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos (…) El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que solo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas’”.
Felipe Pigna, en tanto, afirma que en sus años más prolíficos, María Elena Walsh “estrenó obras de teatro y espectáculos, publicó libros y sacó discos con canciones como ‘La mona Jacinta’ y ‘El reino del revés’, que se hicieron célebres. Aunque su consagración definitiva como escritora de literatura infantil vino con la publicación, en 1964, de Zoo loco, y en los años siguientes de El reino del revés, la novela Dailan Kifki y los Cuentopos de Gulubú, que graba además en disco demostrando otro talento más: el de impresionante narradora oral”.
Desde la nota de tapa, Sergio Pujol sostiene: “Las canciones de María Elena Walsh están tan vivas en la memoria de la primera camada de sus ‘cebollitas’ (así llamaba ella a los niños, según una expresión que aseguraba haber recogido de las arcas del folklore) que cualquier intento por demostrar esta aseveración corre el riesgo de ser tachado de obvio o innecesario. Pero lo que sigue resultando notable, a casi doce años de la partida de la gran juglaresa nacional, es el modo en que sucesivas generaciones han sabido escuchar ‘La pájara pinta’, ‘El reino del revés’ o ‘Manuelita la tortuga’. Lo han hecho con una empatía vencedora del tiempo. Obviamente, cada nueva infancia posterior a la década de los '60 construyó su propia agenda sonora, pero en todas ellas la Walsh ha tenido su lugar”.
María Malusardi escribe sobre la obra poética que María Elena Walsh desplegó para adultos. Claudia Regina Martínez aborda su relación con el folklore. Y Marina Amabile trata su vínculo con el teatro.
Una de las grandes innovaciones de María Elena fue su modo de dirigirse a las infancias, a las que constituyó en un público autónomo, con intereses propios, inteligente y creativo. Alicia Origgi y Carlos Schroeder aportan artículos que reflexionan sobre esos aspectos de la obra de Walsh.
Laura Santos aborda la arista más íntima de la gran artista: su familia, sus afectos, amistades y amores. Y Cristian Vitale reconstruye un retrato de María Elena desde la mirada de su gran amor, la fotógrafa Sara Facio, que fue su compañera de vida.
María Elena Walsh fue una artista comprometida con su época. Mario Goloboff analiza su relación con la política, y Marisa Avigliano da cuenta de su militancia feminista.
Damián Fresolone pone a dialogar a artistas de distintas generaciones, cuyas obras están atravesadas por la de Walsh. Y Ricardo Ragendorfer aporta una crónica policial de la sangrienta época de la Triple A.
El número se completa con entrevistas con Gabriela Massuh (por Juan Funes), Julia Zenko (por Adrián Melo) y Laura Devetach (por Oscar Muñoz).
Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.