Querides lectorius, quiero comenzar diciéndoles dos cosas: primero, que ojalá hayan comenzado bien este nuevo año, con el pie derecho, con el izquierdo, con la mano, con la papada o con la cabeza, pero bien. Y segundo, Francia.

Personalmente recibí(mos) al 2023 viendo por borrachésima vez los últimos minutos del Mundial 2022, levantando nuestras copas al tiempo que Messi levantaba la de él (y de sus coequipers), deseándonos un Spero (sin Pro) año nuevo, y tomándonos unas 27 copas –una por cada jugador y una por Scaloni–, excelente excusa para perder la sobriedad que tampoco nos caracteriza pero al menos simulamos.

En eso estábamos, cuando Edesur nos trajo a la realidad, que quizás no sea triste pero es claramente oscura, condenándonos a un corte que solo duró una hora y media, pero ¿quién lo sabía?, así que por las dudas acumulamos botellas, baldes y ollas de agua, e imágenes de Montiel pateando una y otra vez el dichoso cuarto penal.

El domingo 1º no fue San Perón, pero sí San Luis Inacio da Silva. Y la alegría no fue solo argentina, fue de toda la patria grande, con epicentro, esta vez, en Brasil, que no habrá salido campeón del mundo (bueno, ya salieron cinco veces y siempre son candidatos), pero despertó de una pesadilla de varios años. Podría imaginarme allí a algún brasileño/a, no patear montielescamente el penal, pero sí introducir el sobre en la urna, salir corriendo y abrazarse con los millones de compatriotas. No puedo dejar de sonreír cuando recuerdo la pequeña multitud que, hace ya dos meses, gritaba “Neymar, Neymar, var tein que declarar” (así se oía) aludiendo a que el ídolo futbolístico, gracias al triunfo de Lula, iba a tener que hacerse cargo de sus obligaciones fiscales, de las que Bolsonaro, a la manera de un tonto rey imaginario, lo había eximido.

Y llegó el lunes, y se acabó la diversión. Y encima, invadió las pantallas la –permítanme llamarlos así– , “Antiscaloneta”, el grupo más nefasto (o quizás parejo con el mejor equipo que nos desgobernó hace pocos años), que con su sola existencia colectiva mancha nuestro cotidiano: me refiero al grupo de personas –quizás de corta edad pero ya podrida trayectoria– que hace tres años dio muerte a un muchacho allá en Villa Gesell, y se regodeó de sus actos y de su sensación de superioridad, impunidad o lo que haya envenenado sus podridas neuronas. Y me hago cargo de mis palabras, dicen lo que siento.

Reconozco que actitudes tales me “sacan”, casi literalmente hablando. Quienes deshumanizan a otra persona y la reducen a un objeto pierden su propio estatus humano al hacerlo. Y de ahí no sé si hay vuelta.

Cuando hablo de “Antiscaloneta”, no se entienda, por favor, como una falta de respeto a nadie. Simplemente es que veo en la Scaloneta un proyecto, una luz, un deseo colectivo y singular a la vez, una oda al otro, al compañero. Un encolumnarse tras algo soñado y, en ese deseo, enamorar a millones. Eros puro, dirían los griegos, como lo vital, lo vivo, lo deseante. (“Me parece que estás exagerando”, quizás me señalaría el licenciado A. Pero, si lo hiciera, el mismo Freud le espetaría, con acento vienés: “Andá payá”).

En cambio, estos otros son Tánatos (destrucción) puro. Odio del peor, que ni siquiera es odio, porque si hubiera habido odio, habría alguien. En cambio, estos quizá ni siquiera ahora se den cuenta de que mataron a otra persona. Y quizás, así como la Scaloneta saca lo mejor de nosotros, estos nos saquen lo peor, nos hagan desearles lo que no le deseamos a nadie. El licenciado A., Freud y yo mismo nos miramos con espanto.

Y quizás ese sea el nuevo triunfo de los malos. Irradiar esa maldad, transmitirla, contagiarla. Quizás una nueva tarea para este año, en que no hay Mundial pero sí hay elecciones, sea evitar que la maldad irradie. No sé si pedirle ayuda al licenciado A. o aprovechar que hay luz y volver a ver el partido contra Croacia primero. Y segundo, Francia.

Para iniciar este año con alegría, recomiendo al lector una nueva dosis de “ la vacuna Evita” video de RS+ (Rudy-Sanz):