Barragán usa una casaca a rayas, que bien podría parecer la típica de los marineros galos que inspiraron la moda navy de Chanel, pero en lugar de alternar franjas azul francia y blanco, son rojas y negras. Pero Barragán si es un marinero, alguien que recorre el mundo a saltos mentales y poéticos, narrativos y enigmáticos, físicos y fantasmales. A poco de conocer las rutas que traza en Altavista, se podría decir que las rayas de su casaca en realidad son horizontes. Muchos horizontes apilados. A ese personaje gordo, con jopo vertical y rasgos faciales tachados, se le da por cazar distintos horizontes, y tal vez por eso los lleve siempre en el pecho, cerca del corazón, que tiñe aquello con su color, porque su aventura es sanguínea, es circulación, es latido. Barragán es protagonista del folletín navegante Altavista, escrito y dibujado por Fernando Calvi, quien en una de las primeras entregas, regala a su personaje una cama homoerótica, descomprimiendo la tensión sexual entre marineros, una de las tantas aventuras libidinosas que se sucederán en su periplo, que no es gay, sino polimorfo, donde mujeres, hombres y fantasmas sin género ni orientación sexual serán parte de una fantasía sensual que se funde con la dimensión de la aventura que la saga viajera lleva y trae por territorios de conquista de sentimientos siempre fluctuantes. A su modo, Barragán es uno de los personajes queer de la historieta argentina, y no es casualidad que su creador haya sido guionista de Cybersix, el súperheroe crossdresser creado por Carlos Trillo.
Todo eso pasaba en la etapa germinal de Altavista, historieta que se fue publicando en entregas en la revista Fierro entre 2007 y 2011, luego compilada en un libro publicado por Hotel de las Ideas en 2014, y que parecía el cierre de la saga de Barragán. Pero, este año, tal vez para celebrar la década del inicio de sus aventuras, Barragán volvió gracias a DisTinta, la certera compilación de historietas locales del periodista Martín Pérez y el dibujante Liniers, que reúne a 33 talentos de la narración al cuadrado. Y la participación de Calvi allí pone a circular nuevamente a Barragán, volviendo a las aventuras de intermitencia de nueve cuadros por página, persiguiendo otros horizontes del deseo degenerado: ahora el marino encuentra a un personaje aliado, que no identifica como hombre o mujer, pero que igual lo seduce a avanzar con el tacto y la libido, sea “bulto o concavidad” lo que ese cuerpo sensual tenga para ofrecer. Acariciar cualquier forma, como esos trazos de Calvi que marcan territorios desconocidos en Altavista; trazos que en general tienen la apariencia del rasguño de un animal salvaje y caliente que surca el papel para crear las figuraciones de su celo, pero también pueden semejar arrugas de un elefante que dibujan más caminos y más formas sugerentes que las nubes. Y si la presencia animal ya era clave en la narración original, en la vuelta hay cópula zoológica, bestialismo diríamos, donde el personaje se funde con un lobo hasta habitar su piel. Con algo que ya arrastraba de Tintín y Popeye, con otro poco de la tensión sexual de aventura naval de Herman Melville, y con mucho de cuento infantil trastocado, Barragán regresa con la camiseta puesta, casaca a rayas y a cuadros de historieta, para confirmar que la aventura queer es siempre un viaje de ida y vuelta.
Sex Súper
Otra saga que Calvi continúa este año, de la que presentó su segunda entrega este mes publicada por Szama Ediciones, es Ser Súper, una historieta que empuja los tópicos visuales y narrativos del relato de superhéroes, que antes era domino de la historieta y hace un tiempo se desdobló en mil formas. Ser Súper 2 parece proponerse hacer estallar la vidriera donde hoy se exhiben los superhéroes para juntar los vidrios rotos y crear un puzzle de figuras filosas y puntiagudas. En esa geometría angular y colorinche, el protagonista, con capa y un rayo (más Bowie que Shazam) que le cruza el pecho, vuela para salvar a una ciudad asolada por un insecto descomunal, una suerte de mantis o grillo gigante que derrumba edificios a golpe de pata. Al mejor estilo de una kaiju-eiga (es decir, película japonesa de monstruos al estilo Godzilla), Ser Súper parte de calcar el arquetípico enfrentamiento del superhéroe con el bicho, pero como un destello misterioso perfila un desvío que descompone el horizonte del relato, esquivando el combate: una historia de destrucción se convierte en romance queer. Contra toda forma normalizadora del amor romántico, lo queer es siempre la excitación por lo monstruo, vibración bicho, libido lóbrega. Así, dejando atrás una ciudad en ruinas, el superhéroe abraza al monstruo y allí se trenzan en danza erótica, tango espacial, pelvis contra pelvis. Y si lo queer es multiplicidad, el superhéroe se desdobla para habitar ese deseo entomológico, mimetizarse bicho. “Así, dejo adentro tuyo, mi amor, mi parte amorosa y sexual”, dice el personaje, entregando su clon por morbo al monstruo. El sexo, aún un tabú en la gran mayoría de las viñetas pobladas por superhéroes, acá modula su nombre en pos de lo más desviado. Como el rostro maquillado de colores siempre cambiantes de su protagonista, como esos cuerpos punzantes como hojas de cuchillas, Ser Súper 2 invierte los poderes de su protagonista para poder amar más y mejor, libidinosa y sentimentalmente hablando, amplificando la percepción sensual más allá de los límites impuestos por cualquier heterosexismo o patriarcado, para hacer de la historieta un multiuniverso del deseo detonado.