“-Después del cierre en Pichincha ¿qué pasó con esa gente?

-Se fueron a Pueblo Nuevo, Villa Cassini, San Fernando, empezando a diluirse lentamente…

-¿Entonces fue cuando se aprovechó para cambiarle el nombre a la calle?

-Así es: pasó a llamarse Riccheri. En realidad se estaba pidiendo que se le cambiara el nombre de Pichincha porque, francamente, resultaba poco grato a mucha gente de aquel entonces. Riccheri fue ministro de Guerra del general Roca y ya había muerto cuando se lo homenajeó con su inclusión en el nomenclador ciudadano callejero. Muchos suelen confundirlo con un sobrino suyo que fue comisario de órdenes en la sección 9a y que vuelta a vuelta hacía requisas en los prostíbulos. La leyenda popular asegura que el nombre de calle Riccheri fue en homenaje al comisario, pero eso no es cierto” (1).

Entre las medidas tendientes a cerrar el cerco en torno a la trata de blancas hay una que toma estado público el 11 de enero de 1933. Consiste en un decreto del Poder Ejecutivo autorizando a la Dirección de Inmigración a adoptar una serie de recaudos de prevención con respecto a los individuos sospechosos que lleguen al país, por cuanto la ley N° 817, que la ha creado, la instituye como autoridad llamada a resolver en definitiva sobre la admisión o rechazo de pasajeros o inmigrantes para ejercer en el máximo grado, compatible con las prerrogativas judiciales inherentes al habeas corpus, las facultades que le confiere el artículo 18 del decreto del 31 de diciembre de 1932, cuidando de dejar siempre a salvo su condición de autoridad competente a los efectos del artículo 626 del Código de Procedimientos en lo Criminal. En consecuencia, se faculta a la entidad con plenas atribuciones para mantener detenidos hasta el esclarecimiento pleno de cada caso a los extranjeros que poseyendo carta de ciudadanía argentina y estando prontuariados como tratantes de blancas o comprendiéndolos cualesquiera de las otras tachas morales previstas por la ley nacional N° 817 y sus reglamentaciones, traten de reingresar a la República, invocando el hecho de su naturalización. Finalmente, el 30 de diciembre de 1935 se sanciona la ley N° 12.331 cuyo artículo 15° ordena el cierre definitivo de las casas de tolerancia en todo el territorio de la Nación, “prohibiéndose bajo pena de prisión incluso la prostitución unipersonal en la casa de la ramera”, dice Blas Matamoro (2).

“-¿Entonces después de ahí los llevaron a Villa Cassini? ¿Dónde era eso?

-San Fernando, en Granadero Baigorria, ex Paganini.

-Ahí estaban abiertos públicamente en el 34 bajo autorización hasta la entrada de los demócratas. ¿En el 35 fue más o menos?

-A los demócratas, que entraron en el 33, los volaron en el 35, cuando vino la intervención…

-Bueno, pero ahí los cerraron antes del 37.

-¿Usted recuerda la ubicación, Satanás?

-¿Yo? Sí. Cuando se pasa enfrente de la Quilmes, después del cementerio y del campo de aviación, se encuentran unas casitas y un boliche que todavía debe estar. Hay unas cuantas casas, pero más al fondo, así, estaban los dos prostíbulos, cerca de la vía. Serán unas tres cuadras” (3).

“-Cuando le dieron la salsa a los de San Fernando yo era pibe, pero me acuerdo bien porque en toda la gente de por allí era el comentario vivo. Entonces fue cuando me mandaron al boliche a comprar no sé qué cosa y escuché más comentarios. De repente, se me acercó uno de los parroquianos, me tocó la cabeza y mirando a los otros dijo: ¡Estos sí que se van a quedar de araca!” (4).

Ante el nuevo cariz que van tomando las cosas cunden “la blenorragia y la sífilis: todos los varones del país andan chinchudos (con secreciones purgatorias), cosa que, por no conocerse aún los antibióticos, acarrea terribles tratamientos con mercurio, lavajes y raspajes con alambres antisépticos. “Para ganar fraudulentamente las elecciones, asaltar diarios y comités opositores, torturar a los conspiradores en los sótanos de la Sección Especial y proteger a la prostitución clandestina regenteada por el poderoso consorcio de la Zwi Migdal, los gobiernos conservadores mantienen bandas de matones que suelen acuchillarse entre sí o ser eliminadas por orden de sus caudillos. Así caen Ruggerito y el Gallego Julio, como caerían luego los rufianes de la Zwi, en uno de los escándalos nacionales más estruendosos, sólo comparable a las denuncias de Lisandro de la Torre sobre las negociaciones secretas entre el vicepresidente Roca y sus amigos ingleses y, más tarde, el descubrimiento del affaire de la CHADE (Compañía Hispano Americana de Electricidad). El país está gobernado por mafiosos que mantienen al pueblo en el terror y la escasez. Es la Década Infame, como José Luis Torres la denominara en su sonado libro de 1943” (5).

Un par de años después, en Rosario, y ante la supresión tajante de la prostitución, viejos conocidos de la policía, sin trabajo aparente, al entretener sus ocios en las zonas que ayer frecuentaban sin ningún impedimento son señalados por la opinión pública como un peligro. Es más: parece volverse a las andadas en materia prostibularia. La Capital es el diario encargado de revelar, en 1937, el nuevo problema de vieja raigambre. Con el título de “Negocios indeseables en una zona de la sección 4a ”, informa: “Los esfuerzos plausibles de la intendencia municipal para embellecer la zona de la sección 4a limitada por la avenida Wheelwright y calle Rivadavia, y calles Alvear, Brown y Dorrego, se han estrellado con la tolerancia hacia determinados negocios que son frecuentados por elementos de los bajos fondos y que, mientras sigan funcionando al margen de una celosa y permanente fiscalización policial, gravitarán como un peso muerto contra toda tentativa de transformación de los alrededores del nuevo parque Rivadavia o Norte.

“Hace muchos años que una acción constante de la policía limpió de elementos indeseables esa zona de la sección 4a pero luego un decaimiento de la actividad oficial fue causa para que nuevamente familias honestas tuvieran que abandonar sus casas para dejar el barrio entregado a su antigua y viciosa modalidad. Varios son los negocios que bajo el inofensivo aspecto de bares y cafés son lugares frecuentados por elementos de los bajos fondos que viven del vicio. Entre esa categoría de comercios indeseables hay una cancha de bochas que funciona desde hace muchísimos años en la esquina de Brown y Dorrego, con entrada por esta última calle. Este negocio, a una cuadra escasa de la comisaría 4a es (a estar de informes suministrados por antiguos ex funcionarios policiales) uno de los locales donde se ha registrado mayor cantidad de incidentes en el espacio de una década”. Después de asegurar que la mayoría de los parroquianos concurrentes al sitio en cuestión resultan ser elementos indeseables que no solamente entretienen allí sus ocios sino que utilizan el mismo para fraguar toda clase de fechorías, La Capital solicita de los poderes públicos, y en especial a la policía, “una constante fiscalización a esta clase de negocios que por la calidad de su clientela fija representan una rémora para el progreso de la zona”. Indudablemente está cambiando la fisonomía del lugar, pero nada de ello parece estar seguro ahora. 

Por eso el diario sigue alertando el 14 de septiembre de 1937: “No es posible que el dinero que se invierte por la Municipalidad en las mejoras que se ejecutan en el parque Rivadavia y sus esfuerzos para atraer a ese lugar a familias de los barrios de las secciones cuarta y novena se vean contrarrestados por la presencia de elementos de mal vivir que integran las patotas que han concluido por ahuyentar a las familias del mencionado parque y hasta del boulevard Oroño, desde Rivadavia hasta Salta. ¿Puede admitirse que a pesar de los años que transcurren y de la transformación edilicia de Rosario, un barrio tenga que mantenerse necesariamente vedado a las familias que aspiran a radicarse en él sin verse molestados por vagos y ebrios? “Las acertadas observaciones formuladas por ex funcionarios de la policía que conocen el ambiente de esa parte de la sección cuarta porque actuaron en dicha comisaría merecen ser tenidas en cuenta por la superioridad, y hacemos un llamado especial a la Intendencia Municipal, por cuanto creemos que debe intervenir para lograr el saneamiento moral de la zona, como complemento de la obra material que está ejecutando”.

Cuando todo parece haber quedado en agua de borrajas las cosas se arreglan, pero al revés: en vísperas de los comicios nacionales de 1937 reabren sus puertas los prostíbulos de Pichincha. Era jefe de Policía Juan Carlos Cepeda, hijo del mentado caudillo, a quien sucediera en ese cargo el 28 de mayo.

“-Un débil fulgor dio la impresión de que Pichincha volvería a renacer. Fue en 1937, en ocasión de un período preleectoral. Se abrieron tres o cuatro casas de tolerancia, en forma precaria, a media luz, contrastando con la iluminación profusa de antaño. Apenas si alcanzaron a hacerle competencia al famoso paredón que todavía apañaba a algunas casas en avenida Wheelwright y Rivadavia, desde Moreno a Oroño. Las había, además, por Rivadavia hasta Rodríguez, con mujeres que se asomaban a las puertas incitando a los caminantes con voces y gestos” (6).

La resurrección imposible trata de concretarse a toda costa. Es cuando la acción periodística interviene una vez más, haciéndose eco de muchos componentes de la opinión pública. Otra vez La Capital toma la posta en la campaña el 20 de septiembre de 1937 en una larga nota que bajo el título de “El Barrio Norte”, comenta: “Levantada por efecto de la ordenanza abolicionista esta especie de interdicción moral que pesaba sobre el barrio norte, sus calles recobraron su primitiva condición y volvieron a ser asiento de un vecindario honesto. Estímulo eficaz para esta transformación fue también, justo es reconocerlo, la obra de mejoramiento edilicio realizada por la intendencia municipal. “Pero ocurre que toda la acción plausible se ve ahora malograda como una consecuencia de la reapertura de los locales que en virtud de aquella ordenanza debían de haber dejado de funcionar definitivamente. Autorizada esta reapertura con fines electorales, ya que el hecho se produjo en vísperas de los comicios, ha servido para reimprimir en pocos días a dicho barrio su pretérita e indeseada fisonomía. El ambiente que la ordenanza abolicionista aventó ha hecho su reaparición, y en forma si se quiere todavía más ostentosa por la proliferación de pequeños pseudos cafés en los que se ejerce un comercio infame a la vista y paciencia de las autoridades.

Como el vicio corre más rápido que el tiempo político claman también asociaciones privadas, órdenes religiosas, etcétera. Se agita la opinión pública nuevamente. Pero no pasa nada.

 1) Wladimir Mikielievich. 2) Blas Matamoro, Historia del tango, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1971. 3) “Satanás” y Jorge Ordóñez. 4) Roberto Godoy, entrevista realizada en el Café Victoria de Rosario, el 13 de diciembre de 1970. 5) Blas Matamoro. 6) Wladimir Mikielievich.