Corría el año 2009. Eran muchos y muchas los que no tenían un pedazo de tierra donde vivir. Los relatos hablan de precios excesivos en los alquileres que comenzaban a ser imposibles de pagar. Algunos lograron vivir “de prestado” en casas de familiares, otros buscaron cobijo temporario con vecinos o conocidos… La presión crecía y las soluciones habitacionales no aparecían. Así fue que los vecinos se organizaron y comenzó la ocupación del territorio.
Este es el origen del barrio Gauchito Gil, lindante a la cuarta etapa del barrio Solidaridad, un lugar que en aquel momento fundacional solo era monte, malezas y unos cuantos pozos llenos de agua que lo convertía en una zona que parecía imposible de habitar. Sin embargo, la necesidad pudo más y el barrio poco a poco se fue conformando.
Hoy, ya formalizado como barrio, dejando atrás la categoría de asentamiento, son 360 familias y aproximadamente 4000 personas las que caminan sus calles cotidianamente, una barriada que puede preciarse como uno de las pocas que impusieron su fe y creencia popular, bautizando a su terruño con el nombre del gaucho rebelde correntino.
Relatos fundantes
Angelina se asoma tímidamente por la ventana de su negocio. Vive justo en la avenida enripiada de dos manos que separa el barrio Gauchito Gil del barrio Fraternidad. “Vendo de todo un poco, librería, bazar”, relata la vecina y esboza la historia que dio origen al nombre del barrio: "Una señora que vivía al fondo era muy devota e hizo una gruta. Ahí nomás otros vecinos creyentes se sumaron" a la veneración y, casi sin quererlo, impusieron el nombre al reciente asentamiento.
Angelina vive desde el inicio en la zona y recuerda el momento preciso en que llegó a lo que años después sería su hogar y comercio. “Vivía cerca, en Solidaridad. Trabajaba todo el día como empleada doméstica, entraba a las 8 de la mañana y salía a las 6 de la tarde. Un día llegué, casi a las 7, y me dijeron que había gente que no tenía donde vivir y que estaba ocupando terrenos. Habían empezado a la mañana, vine con mi prima y estaban todos ocupados. Ya me volvía para mi casa sin esperanzas y encuentro a una señora que conocía: ‘¿Agarraste terreno?’, le digo 'no hay ninguno’ , y me dice: '¿Y esos?’, ahí justo veo este donde estoy ahora que quedaba entre medio del agua, los yuyos, y me metí... corté todo lo que había, hice más o menos un cuadrado y acá estoy. Llegué sola con mi hijo de 3 años… así, madre soltera, me vine”.
En tanto, Graciela, con una gran sonrisa a cuestas, camina las calles del barrio junto a su hija Claudia y su nieta Ingrid, mientras cuenta su llegada al terreno. “Llegué al barrio hace más de 11 años, donde luego nació mi hija, o sea que ella ya es nacida en el Gauchito Gil. Cuando vinimos era un descampado y todo pozos, el primer momento fue horrible, en mi casa tengo más de 40 camionadas de tierra, porque era todo pozo”, subraya Graciela graficando lo intransitable del terreno y el esfuerzo que les llevó comenzar recién a pensar en levantar su casa.
Angelina desde su comercio recuerda perfectamente la situación vivida en aquel momento inicial: “Ese día hicimos una carpita con plástico en el borde. Las primeras noches eran duras, además era agosto y hacía mucho frío... me quedaba sola con mi hijo, o a veces venía mi pareja con la que estaba de novia, y así empezamos a rellenar”.
Rompiendo estigmas sociales vinculados a la ocupación de terrenos, Graciela explica claramente las razones que la llevaron a ella, como a tantos, a tomar esa decisión: “Decidí venir acá porque no tenía lugar. Había metido notas en Tierra y Hábitat para buscar un terreno y nada... y de un día para el otro me enteré que la gente se metía acá y dije ‘yo me meto’, si no tenía donde vivir, alquilaba y después de prestado andaba porque no tenía plata para alquilar”.
Este es mi barrio
“Pasaron dos años del momento del ingreso al lugar y se empezaron a edificar las casas”, comenta Kike Aramayo, quien al cuarto año tuvo que mudarse porque “se empezó a inundar cada vez más. Hay familias que rellenaron y quedaron bien, y otras no. Entonces a esa gente que se inundaba, entre las que estaba yo, nos llevaron a 10 cuadras, al barrio Justicia, donde estamos ahora. Eso nos dieron a nosotros y a la gente de San Juan, que era otro asentamiento cerca del río, y que también se inundaba. Somos fundadores pero ya no vivimos acá”.
Kike recuerda lo intransitable del barrio en los primeros momentos, pero sonríe porque su esfuerzo, como el de tantos vecinos, no fue en vano, ya que "el barrio después de la ubicación de las familias empezó a mejorar: se pasó la máquina, se hizo cloaca y agua, así que dejó de ser asentamiento y pasó a ser barrio. Hoy está muy lindo”, resalta con un dejo de nostalgia.
Paola Gómez lleva el aura de natural referente. Locuaz y orgullosa del lugar donde vive, muestra a cada paso su amor incondicional por el territorio que supo abrazar. “Al barrio la mayoría no lo conoce y dicen ‘no voy porque es peligroso’, es verdad que pueden pasar cosas, pero como en cualquier otro barrio. Nosotros salimos a la noche, porque quizás un nene se enferma y hay que ir a la salita o al hospital, y lo pasamos sin problema. Yo veo un barrio muy tranquilo”.
Jonathan es de pocas palabras, tiene 24 años y atiende una verdulería ubicada justo donde termina la cuarta etapa del Solidaridad y empieza el Gauchito Gil. El comercio, que era de su padre, hoy lo lleva adelante junto a su hermano. Nació en el barrio y todos los días sale bien temprano a buscar la mercadería para su comercio: “Es un barrio tranquilo, la gente dice que es peligroso pero no es así. Siempre salen las cosas malas, pero hay cosas muy buenas. En el NIDO (Núcleo de Inclusión y Desarrollo de Oportunidades) hay talleres y actividades para hacer, los chicos ahí van mucho. Yo me anoté en varios talleres e hice el curso de manipulación de alimentos para el trabajo en la verdulería”, comenta Jonathan mientras se cubre del sol abrazador a poco de cerrar luego del mediodía.
El día del Gauchito se acerca, y si bien son muchos los que viajan a Mercedes, en Corrientes, a venerar la imagen y el legado, otros tantos por diferentes razones no pueden viajar, lo que, sin embargo, no es impedimento para celebrar a su manera en la ciudad de Salta. En este sentido, Graciela pide la palabra y comenta: “El domingo nos juntamos con la familia, iluminamos al Gaucho y hacemos algo para comer y compartir. Siento la unión entre todos los que compartimos la devoción por el Gauchito, aunque no voy a Corrientes, vivo en el barrio que lleva su nombre”, destaca con orgullo.
Fany, otra vecina, apenas se asoma desde la esquina donde tiene su casa, y prefiere no hablar mucho. Su gruta lo dice todo, devota del Gauchito que la custodia desde la puerta, conserva un altar de forma impecable con varias imágenes dentro, centralmente, la del Gauchito correntino, “Yo siento que me cuida”, subraya con justeza y profundidad.
Club Deportivo Gauchito Gil
Paola Gómez hace poco más de seis años que fundó junto a su familia el Club Deportivo Gauchito Gil. Con orgullo invita pasar a su casa donde toda su familia lleva puesta, al menos, una prenda del Club. "Tenemos personería jurídica y un campito donde hacemos muchas actividades. Aparte de fútbol, hay hockey, rugby, y sobre todo mucha contención, que para nosotros es lo mas importante, sea en adicciones, problemas económicos, de vivienda, de nuestro bolsillo sale algo para ayudar, no es gran cosa pero con lo que podamos nos ayudamos. Inclusive hago muchas veces cine acá, en mi casa. Voy pidiendo, busco la manera, traigo un proyector y hago un guiso, un flan, unos caramelos para que los chicos pasen el rato”.
El esposo de Paola, Amalio Montenegro, también fundador del Club, relata: “Tenemos un montón de divisiones que juegan, cada vez vamos avanzando, de a poquito, un poco más. Yo siento que representamos mucho al Gauchito, porque con el Club llevamos el nombre de él a todos lados... nos piden de un montón de lugares conjuntos de camisetas, de Buenos Aires, Corrientes, Santiago. También nos invitan a torneos de todos lados, hace poco nos invitaron de Santa Victoria Oeste, pero hay mucha puna ahí”, comenta entre risas.
En tanto Cesar, otro integrante de la familia, agrega: “Nos invitan todo el tiempo de distintos lugares, y muchas veces no podemos ir porque no conseguimos en qué transportar a los changos, y pagar un micro es imposible para nosotros, nos perdemos muchas invitaciones por eso. Sin embargo, las veces que pudimos salir son experiencias maravillosas”.
Paola, con orgullo, agrega: “Siempre estamos vestidos con cosas del equipo del barrio, del Gauchito, porque lo sentimos y lo representamos. Yo lo llevo en el alma, si me tengo que ir al centro, voy con la camiseta, me siento feliz”, comenta con una sonrisa.
La familia conserva y muestra una imagen de gran tamaño del Gauchito, y sabe que con seguridad serán muchas las familias del barrio que este 8 de enero, abrirán de par en par las puertas para compartir lo poco o mucho que tengan, pero siempre con la idea de poner sobre la mesa los sueños, anhelos, renovar la fe y cumplir las promesas.
Dicen que al Gauchito, como buen correntino, le gusta el chamamé, y seguramente esa sea la música de fondo que en miles de barriadas argentinas durante el día de hoy esté sonando, porque la devoción popular es potente y elige sus propias imágenes.
Un sapucay resuena en el horizonte, es el llamado de los miles que están celebrando al que padeció la injusticia en carne propia, pero luchando hasta el final, se hizo carne en el pueblo que guarda su legado y levanta las copas entre la polvareda de la celebración.