La ficción argentina está en estado crítico. La televisión abierta, esa pantalla que sigue siendo la de mayor penetración social pero ya no la más consumida, dejó de ser el primer lugar al que acuden aquellos que quieren disfrutar de una buena serie o película. En la era en la que Internet atraviesa cada aspecto de la vida social, donde con solo hacer un click se puede explorar el mundo desde cualquier lugar y en cualquier situación, el consumo de ficción dejó de ser potestad de los viejos canales de aire. En tiempos en los que el homo sapiens le dio pie al homo videns, en el que el “ello” freudiano para el consumo audiovisual está más desarrollado que nene caprichoso en la juguetería, la ficción argentina atraviesa la serialitis buscando un destino que le permita no sucumbir ante tanto programa de panelistas. ¿Cuáles son las razones por las cuales se produce tan poca ficción argentina? PáginaI12 reunió a productores de ficción para analizar la situación del género y las posibilidades reales que tiene la industria de recuperar las horas que ahora ocupan los productos extranjeros, en un contexto en el que el Estado nacional dejó de estimular la producción local, como lo hacía fuertemente el gobierno anterior.
En un medio más preocupado por sobrevivir económicamente que en aportar creativamente, el género por excelencia está en peligro de extinción. En la actualidad, apenas se emiten en la televisión abierta dos ficciones diarias producidas en el país (Las estrellas en El Trece y Fanny, la fan en Telefe) y una única miniserie (La fragilidad de los cuerpos). En total, solo hay diez horas semanales dedicadas a la ficción local, la cantidad más baja en mucho tiempo. La escasez contrasta notoriamente con las casi 80 horas semanales de estreno de ficción argentina que emitían los canales argentinos una década atrás, cuando el género era el motor de una industria que giraba a su alrededor y en la que el prime time era casi exclusividad de las actrices y los actores. Una tele de calidad, que apostaba a la producción de historias que viajaban por todo el mundo.
En el prolífico 2006, El Trece emitía 30 horas nuevas de ficción cada siete días (Sos mi vida, Juanita la soltera, Collar de esmeraldas, Media falta, El refugio, Floricienta y los unitarios Vientos de agua, Amas de casa desesperadas, Mujeres asesinas y Botines), Telefe otras 28 horas (Montecristo, Se dice amor, La ley del amor, ¿Quién es el jefe?, Casados con hijos, Chiquititas y Alma pirata, además de las series Hermanos y detectives, Al límite y Las aventuras del Dr. Miniatura) e incluso la programación del 9 conservaba 20 horas semanales del género (El tiempo no para, Amo de casa, Paraíso rock y Gladiadores de Pompeya, y las series Doble venganza y Soy tu fan). Más allá de cuestiones artísticas y resultados de audiencia, lo cierto es que la ficción argentina era columna vertebral de la TV abierta.
Aquellos años dorados de la ficción argentina fueron ayer nomás, pero quedaron muy lejos de la realidad actual. La TV de bajo costo y mucho ruido de hoy en día se impuso a fuerza de un contexto económico complejo y el surgimiento de la competencia tecnológica. No hay género más afectado por la TV everywhere en los canales de aire que la ficción. Sin embargo, también es cierto que el de las plataformas digitales de video es un fenómeno de alcance mundial y no afectó de la misma manera a la producción de ficción de todos los países por igual. Es evidente que el económico es un factor determinante para comprender por qué la TV argentina se “desficcionalizó”. O, al menos, abandonó casi por completo la ficción producida en el país para abrirle paso a otras producidas en los más recónditos lugares del globo. Hoy, Pol-Ka y Underground son las dos únicas productoras argentinas prolíficas del género.
“La ficción argentina sigue siendo atractiva, tiene buenos recursos humanos y técnicos, el público la busca y la acompaña cuando gusta. El tema es que estamos en un momento de transformación y mutación hacia una nueva manera de consumir contenidos. La ficción sigue siendo fuerte, lo que está cambiando es que la TV abierta dejó de ser la gran contenedora de esa oferta. La TV abierta tiende hacia programaciones con algunas pocas ficciones muy populares, plagada de programas de bajo costo y con grandes eventos, capaces de ser comentados en las redes sociales. Nos estamos acomodando a este nuevo modelo”, subraya Pablo Culell, productor y director de contenidos de Underground Producciones, a PáginaI12.
Radiografía de un género
La ficción es el género más caro de producir de la pantalla. En Argentina y en cualquier lugar del mundo. En el país, un capítulo de una tira diaria de 50 minutos de artística tiene un costo promedio de entre 80 mil y 100 mil dólares. En el caso de los unitarios o las miniseries, donde hay más escenas en exteriores y un mayor trabajo de pos producción, los valores se duplican: cada episodio de emisión semanal fluctúa entre los 200 mil y 250 mil dólares, según el nivel de producción. En ambos formatos, la variación de los costos depende no sólo del nivel de calidad, sino también de la cantidad de episodios que se realicen de cada programa. Cuanto más larga la temporada, más amortizada la inversión.
Por el contrario, los costos de una hora de emisión de un ciclo de entretenimientos o de panelistas son infinitamente más bajos a los de la ficción. Aunque en estos géneros los presupuestos varían mucho entre sí, el valor de un ciclo en vivo en la TV argentina va de los 10 mil a los 30 mil dólares. Con algunos agregados que los vuelven más tentadores aún: requieren de esquemas de producción más simples y, al emitirse en vivo, tienen una flexibilidad mayor, capaces de “estirar” su duración o de desmantelarse, en función de las necesidades de programación.
“En el mundo, donde la crisis económica no se dio de la misma manera, el relato ficcional tiende a ser cada vez más más corto”, subraya Diego Andrasnik, director de producción de Pol-ka. “La tendencia –señala el productor– hacia ficciones de corta duración lleva hacia el síndrome de la sábana corta, porque en un formato como la tira diaria, la escala de rentabilidad la encontrás cuanto más episodios tiene. Si una ficción va bien, 120 episodios es un buen número para que rinda económicamente. Ni hablar si llegás a los 225 episodios, como nos pasó con Los ricos no piden permiso.”
La diferencia entre los costos de un programa de entretenimientos y uno de ficción, de cualquier manera, fue siempre grande. No es nueva para el medio. Lo que parece que ha cambiado es, por un lado, las dificultades que tiene la industria para hacer rentable esa inversión o, al menos, recuperar lo invertido. En un mercado publicitario interno en retracción, y ante la pérdida de las divisas que en tiempos de exportación audiovisual provenían de la venta en el extranjero, la ficción se convirtió en una producción de “altísimo” riesgo para la industria. Los programadores artísticos de los canales, que deben conformar una programación atractiva acorde a un presupuesto acotado, equilibran la grilla entre los distintos géneros. El problema es que, lamentablemente, para lograr ese punto de equilibrio, los encargados de la programación tienen que poner en la grilla cada vez más horas de programas de panelistas o de entretenimientos, y menos de ficción.
“Cuando uno ve la tabla de costos e ingresos publicitarios de cada programa, salta a la vista fácilmente cómo la rentabilidad comercial se incrementa en programas en vivo y enlatados y se ajusta mucho en las ficciones de producción propia. Eso es incuestionable. Eso tiene que ver con lo caro que está producir ficción argentina, pero fundamentalmente en relación a la torta publicitaria de nuestro mercado, cuyo poder adquisitivo también disminuyó”, le confiesa a este cronista un directivo del área de finanzas de una de las emisoras líderes de la TV abierta, que prefirió mantenerse en estricto off the record.
En este contexto de “vacas flacas”, desde hace algunos años los productos extranjeros son una opción interesante para los programadores. Si en otros tiempos resultaban marginales, a la hora de pensar el armado de una grilla, las novelas producidas fuera de Argentina se convirtieron en parte central de los canales líderes. Las razones de este fenómeno son numerosas. Por un lado, se trata de ficciones que cada vez tienen mayor aceptación en el público local, acostumbrado ya por tanto ejercicio a consumir historias de diferentes lugares del mundo. Además, tanto las brasileñas como las turcas poseen un despliegue de producción, a caballo de presupuestos millonarios, inalcanzables para cualquier ficción local. Y, por último y tal vez el más importante, a las emisoras les resulta mucho más económico y con un riesgo menor comprar ficciones ya probadas en otras partes del mundo. De hecho, un capítulo de un producto extranjero tiene un costo que varía entre los 3 mil dólares y los 30 mil, según calidad y éxito en el país de origen y en las naciones en las que se emitió.
Las turcas son, en la actualidad, el producto mas codiciado en la industria audiovisual a nivel mundial. Los últimos y resonantes éxitos, desde Las mil y una noches a El sultán, convirtieron al mercado turco un polo televisivo que se hace valer, al punto que un ejecutivo de la industria confiesa que las negociaciones de compra no son nada fáciles. “Mientras que con los brasileños es más sencillo, porque tenemos una relación de larga data y hasta podemos pagar en cuotas, las condiciones de compra de material con los turcos son más estrictos: hay que ponerla toda junta y casi que no hay regateo”, afirma.
Ventanas al mundo
Atascada entre la era digital y los altos costos económicos, la ficción argentina busca alternativas para recuperar terreno. El modelo que los productores locales empiezan a desarrollar como posible es el de la coproducción con distribución multipantalla. Desde Signos e Historia de un clan, hasta la más reciente La fragilidad de los cuerpos y la pronto a estrenarse Un gallo para Esculapio, las productoras buscan socios para poder mover la maquinaria, estar a la altura del standard de calidad del mercado y alcanzar a la mayor cantidad de público posible, diseminado en las diferentes plataformas, según consumos y posibilidades. Así, La fragilidad... se puede ver por El Trece los miércoles a las 22.30, por TNT los jueves a las 22 y cuando se quiera en Cablevisión Flow, donde están on line todos los capítulos. El Trece, Pol-Ka, TNT y Cablevision son los coproductores de la miniserie. El cableoperador y la señal de TV paga también serán coproductores junto a Underground y Telefe Un gallo..., la serie que se estrenará en agosto.
“La TV abierta argentina no repaga a la ficción de corta duración”, cuenta Roberto Lorenzi, gerente general de Pol-ka. “La solución encontrada por el momento es la coproducción. No sólo para poder llegar a todos los públicos, sino para poder financiar los proyectos. Ahora se necesitan a tres o cuatro empresas para financiar lo que antes pagaba uno. Se ceden algunos puntos de rating, perdiendo la exclusividad de la TV abierta, para que se puedan producir”. De hecho, Un gallo... –la ficción protagonizada por Peter Lanzani y Luis Brandoni– se estrenará primero por la pantalla de TNT (martes 15 de agosto a las 22) para toda la región y recién después llegará a la de Telefe, probablemente el miércoles 16 a las 22.45. El esquema tradicional de circulación de contenidos está en crisis.
El nuevo modelo propone cambios estructurales: las antiguas ventanas enormes de emisión consecutiva (primero se emitía en una pantalla, después de un tiempo en otra y así sucesivamente) son reemplazadas por las muchas simultáneas. Hoy, el incipiente modelo argentino apunta a que se junten diferentes jugadores en pos de producir una única serie, capaz de verse al mismo tiempo en TV abierta, cable, on demand y plataforma web. En ese nuevo cuadro de producción y distribución del contenido, los canales de TV abierta resignan exclusividad y audiencia en pos de que el dinero que ya no tiene el mercado lo aporte el resto de las ventanas. “Se incrementaron muchísimo los costos de la ficción: para el mercado extranjero no somos baratos en relación a países de la región que tienen planes de fomento y eximición de impuestos más agresivos, y para el mercado argentino también somos caros porque la torta publicitaria no creció tanto”, señala el director de Underground. “Antes, el mercado local cubría los costos y la venta internacional era ganancia. Eso ya no pasa”, ejemplifica.
Se suele decir, con cierta razón, que la ficción televisiva es conjunción de tiempo y de profesionales. En el país, cada capítulo de una ficción diaria se graba en un día o día y medio, mientras que el de una ficción demanda entre seis y siete días. Cada jornada, según el estatuto, es de 10 horas, aunque puede extenderse pagando las horas extras correspondientes. Según los productores, el 75 por ciento del costo de una ficción corresponde al pago de recursos humanos, tanto profesionales técnicos como artísticos, incluyendo guionistas y el cachet de las grandes figuras. En el caso de las miniseries, la ecuación es más equilibrada, porque la tecnología y los servicios de pos producción tienen una incidencia mayor.
“En relación a los tiempos, la argentina tiene un esquema de producción que ya está muy justo. Pretender poder producir mas de un capítulo por día, como se produce en la tira diaria, es tirar la calidad por la borda. La calidad no se puede negociar. La calidad no es suficiente para tener un éxito pero sí para estar en pantalla. Hoy el público tiene un estándard muy alto”, reconoce Andrasnik. En este punto, tanto en Pol-Ka como en Underground coinciden en que una medida que podría fomentar a la producción de ficción es “actualizar” el convenio colectivo televisivo vigente, en sintonía con el clima de época que desde algunos sectores empresariales y políticos se empieza a querer instalar en el país y en la región.
“No estamos hablando de bajar los salarios, sino de aggionarlos. Se trata de un convenio que data de 1975, pensado para una televisión que tenía otra dinámica, con una tecnología y un consumo que nada tienen que ver con lo que ocurre ahora. Era una TV de interiores, casi sin exteriores. Es un problema serio, que impacta más en lo operativo que en lo económico”, señala Andrasnik. Culell coincide con esa posición, que siempre pone el alerta a los gremios que contienen a los profesionales del medio. “Deberíamos -dice- sentarnos todos los actores de la industria y pensar las mejores condiciones posibles para producir más ficción. El convenio televisivo debería acomodarse a la actualidad del medio. Y también pensar las leyes regulatorias. En Brasil, por ejemplo, la ley obliga a las
señales a producir una cantidad de horas locales diarias y en el prime time, además de que hay exenciones impositivas”. En esas transformaciones regulatorias, ambos productores señalan la necesidad de que las OTT (aplicaciones y plataformas on demand extranjeras, como Netflix, Hulu o Amazon) tributen algún impuesto o estén obligadas a producir historias del género en el país.
En su más bajo nivel de producción y emisión en televisión abierta en décadas, la ficción argentina busca hacerse lugar entre los “enlatados” apilados y los gritos y escándalos que se superponen en la pantalla. El “negocio” cambió. Ni se produce ni se financia ni se consumen programas del género como antaño. Hay que buscar alternativas para lograr que lo que hasta no hace mucho tiempo era habitual deje de ser un lujo. Hay demasiado ruido a lata y poca ficción local en la pantalla chica.