“Nuestras pasiones son como volcanes: gruñen siempre, pero la erupción es intermitente”, le escribió Gustave Flaubert a la poeta Louise Colet, con quien mantuvo una correspondencia “intensa y caliente”. La sobrina del autor de Madame Bovary, para “limpiar” la memoria de su tío, destruyó las cartas que la amante del escritor le había enviado y solo conservó las de él. Génesis, una académica y exprofesora en una suerte de “conversión de géneros”, escribe una novela donde intenta una reconstrucción ficticia de ese epistolario calcinado a la par que narra la historia de amor con Simona, una cronista más joven que fue su alumna en la escuela secundaria. En Cartas quemadas (Galerna), Gabriela Saidon explora el deseo y las formas posibles del amor con un lenguaje ardiente, doloroso y contradictorio que se hunde en los despojos ajenos y propios del pasado, donde lo no dicho se transfigura, confesión textual mediante, en modo epistolar: “No siempre es vivir para contarlo. A veces, es contarlo por no poder vivir”. La publicación de la última novela de la escritora coincide con el lanzamiento de una edición actualizada de La montonera (Sudamericana), una biografía de Norma Arrostito, la primera jefa de la guerrilla peronista.
“Soy apasionada, sí, Gustav. Ya ha podido comprobarlo. Mi cama está fría sin su cuerpo entre mis sábanas. Lo abrazo y lo beso por todas partes”, reconstruye Génesis las cartas de Colet. “Esa noche me cabalgaste vestida de colegiala. La pollera como una sombrilla dibujaba su contorno en mis muslos, en mi abdomen, me cubría casi hasta las costillas. Nos refregamos con violencia y tu cabellera rubia volaba (podría jurar que la vi volar). Mordiste mis pezones, me hiciste poner las manos en tus nalgas. Habías traído el dildo y lo usamos. Mientras, me preguntabas: Así te gusta, ¿no? ¿La colegiala en uniforme? ¿La Simona de la que te enamoraste? ¿Tu rubia adolescente? Apretaste mi cuello con tus dedos y tuve miedo. Ese fue el límite. La última vez”, escribe Génesis.
“Me resultaba una injusticia poética, por decirlo de algún modo, que solo se conociera la versión de Flaubert, ya que la sobrina del escritor quemó las cartas de Colet, que fue su amante, para evitar el escándalo”, plantea Saidon en la entrevista con Página/12 y agrega que le parecía que se podía hacer una “reconstrucción arqueológica” a partir de un montón de datos que Flaubert aporta en sus cartas: citas de frases de ella o respuestas que implican una pregunta. “Una tarea ciclópea, tanto para mí como para Génesis, la protagonista de Cartas quemadas, por lo cual ‘optamos’ por inventarlas desde la ficción”, cuenta la autora de los libros de no ficción Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gauchito Gil, Yo me hice feminista en el exilio y Superdios. La construcción de Maradona como santo laico. La escritora también publicó las novelas Qué pasó con todos nosotros, Cautivas, Memorias de una chica normal (tirando a rockera) y La reina. El gran sueño de Manuel Belgrano, que fue finalista del premio Espartaco a la mejor novela histórica en 2021 en la Semana Negra de Gijón.
“Será que en la vida se gana o se pierde. O que no soy lo suficientemente buena, o no soy escritora, o los concursos, en fin, sirven para bajarnos los humos a quienes invadimos ese territorio sin ser nativos”, confiesa Génesis en Cartas quemadas. ¿Comparte Saidon ese sentimiento de no sentirse escritora? “Eso es una de las tantas cosas que me diferencian del personaje de Génesis. Siempre me sentí escritora, aunque muchas veces haya dudado o haya publicado recién a los 40. Génesis deviene escritora y Simona es cronista, y esas dos profesiones conviven en mí”, subraya la autora de La montonera, que acaba de reeditarse con nuevo prólogo, bibliografía renovada y datos actualizados sobre la Megacausa de la Esma, donde figura el caso de Norma Arrostito, desaparecida en ese centro clandestino de detención, a partir de un diálogo que tuvo Saidon con el abogado de la causa, Pablo Llonto. La reedición incluye “una rastrillada de género transversal” a todo el libro, basada en trabajos como la reedición del libro de Miriam Lewin y Olga Wornat, Putas y guerrilleras, y de académicas que trabajaron el tema de las mujeres en los centros clandestinos de detención y en las militancias de izquierda en los 60 y 70, que “desnaturalizan la presunta culpabilización de las víctimas y (sobre todo) de las sobrevivientes de los campos”, una actualización necesaria para la escritora, “una demanda de los tiempos”.
--¿Qué desafíos implicaba escribir sobre dos historias del amor en tiempos donde impera lo fluido y donde se exploran diversas formas posibles del amor?
--La “cohabitación” de esas nuevas formas fluidas de amar que tal vez (y enfatizo el tal vez) viven con más naturalidad las nuevas generaciones, y las antiguas formas muy marcadas por lo patriarcal. Entre esas tensiones, libertades y represiones, también navega la novela. Y yo, por supuesto, que soy un manojo de contradicciones y que me hago todas las preguntas posibles. No creo que el cambio sea solo generacional. Hay otros cruces posibles.
– “Insilio” es un neologismo que tiene una enorme carga política porque la empezaron a usar las militantes que en los años 70 no fueron ni secuestradas ni exiliadas. ¿Por qué usás “insilio” en “Cartas quemadas”?
--Es una palabra que me fascina, la leí por primera vez en un libro de Mabel Bellucci sobre el aborto, y me hizo pensar cómo la dictadura derramó encierros en el afuera de los campos de concentración pero también en el tiempo, o sea, en el futuro. Desde mi novela Memorias de una chica normal (tirando a rockera) trabajo con la hipótesis de que mi generación buscó refugios de caracol o de tortuga por miedo, algo de lo cual en parte es imposible desprenderse. Eso también es insilio. Y lo sigue siendo el encierro de muchas mujeres (o personas) por parte de sus parejas, en supuestos acuerdos que no son tales.
--¿Por qué te pusiste en “modo epistolar”, como dice Génesis? ¿Cómo explicás el encanto que genera la segunda persona, tan propia de las cartas?
--La segunda persona que se usaba en el género epistolar en el XIX y también en el XX se desplazó a otras formas con las redes y con el email. Y son esas viejas y nuevas formas las que cohabitan en la novela, y también en quienes mamamos la literatura de esos siglos. Por otra parte, hace años veo un resurgir de la segunda persona en la ficción, y fue un poco decir: por qué no yo también. Además, creo que cada texto exige una persona, y Cartas quemadas “pedía” una segunda (que es una primera enmascarada). Al final, siempre escribimos para alguien.