El recuerdo vuelve una y otra vez, como una melodía que no se puede olvidar. Jorge Quevedo tiene 15 años, está de visita en la casa de su abuelo Ibrahim, en la ciudad de Mendoza. Desde la ventana escucha dos voces familiares que discuten. “Pocho, ¡tenés que parar, esto es peligroso, tenés que parar”!, le pide el abuelo de Jorge a uno de sus hijos, Aldo Hugo Quevedo, el tío “Pocho”, como lo nombra Jorge. “No -contesta Pocho-, alguien tiene que llevar esta bandera”. Desde la ciudad mendocina de San Martín, Jorge achina los ojos y confiesa que no entendía a qué bandera se refería. No sabía que el tío Pocho, el padre del nieto recuperado 131 de Abuelas de Plaza de Mayo, militaba en el PRT-ERP, donde lo llamaban “Negrito” o “Dipy”. Jorge, que cumplió 62 años el mismo día en que la selección Argentina ganó el tercer campeonato mundial, quiere conocer a su primo, cuando él esté preparado y pueda conversar. “No tengo idea cómo es su cara ni sé cómo se llama. (Estela de) Carlotto dijo que es una persona muy agradable y que estudió Filosofía y Letras, igual que mi tío; es evidente que la sangre tira... Me sorprendió la coincidencia”.

El nieto 131 es el hijo de Lucía Ángela Nadín (ciudad de Mendoza, 13 de diciembre de 1947) y de Aldo Hugo Quevedo (26 de noviembre de 1941, San Carlos, Mendoza). Lucía y Aldo estudiaron en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, donde se conocieron. Ella era profesora de francés, latín y griego y trabajó con Aldo en una imprenta en Mendoza. Los dos militaban en el PRT-ERP: a Lucía la apodaban “Chiquita” y a Aldo, “Dipy”. En mayo de 1976 viajaron a Buenos Aires después de la detención de un compañero de trabajo, Nicolás Zárate. Con Lucía y Aldo también viajó Beatriz Corsino, compañera de Nicolás. Los tres fueron secuestrados entre septiembre y octubre de 1977. Lucía --que estaba embarazada de dos o tres meses-- y Aldo estuvieron en los centros clandestinos de detención El Atlético y El Banco. A través de las y los sobrevivientes pudo saberse que a Lucía la llevaron a dar a luz entre marzo y abril de 1978. Carlotto confirmó que “hay sospechas de que el parto podría haberse producido en la Escuela de Mecánica de la Armada”. Desde entonces, no se supo nada más de la pareja ni del bebé.

La historia de la familia Quevedo

Jorge intenta resumir la historia de la familia Quevedo y empieza por el abuelo Ibrahim, que era de La Consulta (Mendoza) y se casó con Lucila Guevara, directora de escuela, con la que tuvo cinco hijos: cuatro mujeres y el papá de Jorge, Bautista Adolfo Quevedo. Cuando nació el padre de Jorge, Lucila, la madre, murió a los cinco días. “En aquella época era muy difícil todo, aún así se le ofreció a mi abuelo que diera en adopción a los hijos. Y mi abuelo dijo: ‘los voy a criar sí o sí’. Las hermanas criaron al que acaba de nacer, mi papá. Después, mi abuelo conoció a otra mujer, que lo ayudó con los chicos, que se llamaba Juana Guevara, y se casó con ella y tuvo dos hijos más: Raúl, mi tío Quelo, y Aldo Hugo, mi tío Pocho’. Escuché a Carlotto decir que le decían ‘Negrito’, pero aquí jamás le dijimos ‘Negrito’. Acá siempre fue Pocho”, aclara Jorge, que tiene un vivero en la ciudad mendocina de San Martín y hace diseño de interiores y paisajismo.

Aldo, el padre del nieto 131, trabajaba en una imprenta con su socio y la esposa del socio. “El tío Pocho estaba siempre yendo y viniendo con el tema de la imprenta en su bicicleta”, cuenta Jorge y balancea la cabeza de izquierda a derecha como si necesitara reproducir con alguna parte del cuerpo el movimiento de ese tío al que define como una persona de carácter “muy seco, muy firme”, que tenía una voz “muy varonil” y parecía un cantante de tango. “Me acuerdo que un día fuimos a visitarlo a mi abuelo y estaba Pocho, que le dijo a uno de mis hermanos: ‘¿Qué pasa con vos que andás mal en la escuela? Ponete las pilas porque no puede ser, tenés que estudiar’. Yo me lo quedé mirando, siempre era muy firme”, insiste Jorge y revela que aunque su tío no era una persona sombría lo veía “muy ensimismado” en los momentos en que estaba en familia. “Pocho se permitía una conversación risueña, pero siempre con la cara seria. Como mi abuelo. A mi abuelo nunca lo vi sonreír, pero sí notaba que se estaba riendo en el brillo de la mirada”.

Cuatro o cinco veces al año viajaba Jorge de San Martín a la ciudad de Mendoza para visitar al abuelo Ibrahim y al tío Pocho. La última vez que lo vio fue en 1975. La memoria regresa una y otra vez a esa visita, a la misma escena, cuando escuchó al abuelo Ibrahim que decía: “Pocho, ¡tenés que parar, esto es peligroso, tenés que parar”! A Lucía Ángela Nadín la vio una vez y le llamó la atención que tenía un peinado “redondito, con espray”. Genara, una de las hermanas del padre de Jorge, fue la que comunicó la noticia de la desaparición de Aldo a la familia Quevedo: “El Pocho no aparece, nadie sabe nada. Nadie puede conseguir datos; no hay forma”. El tío Quelo, precisa Jorge, “no quería saber nada con buscar a su hermano”. Quelo murió por Covid y Jorge cree que no tenía una buena relación con Pocho. “Mi papá y sus hermanas estuvieron buscando y preguntando, pero no sé si tuvieron contacto con la familia Nadín”. Las dos familias, los Nadín y los Quevedo, no sabían que Lucía estaba embarazada.

El derecho a saber

Los testimonios de los sobrevivientes que estuvieron con Aldo y Lucía fueron fundamentales para iniciar una búsqueda compleja. La primera denuncia formal la hizo el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) de Mendoza en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDI). El 23 de junio de 2004, la CoNaDI confirmó el embarazo de Lucía. En 2005, los Nadín dejaron una muestra en el Banco Nacional de Datos Genéticos. En marzo de 2010, la CoNaDI contactó al hermano de Aldo y sumó su perfil genético al Banco.

“Un día vino la tía Genara, ‘Chiquita’, y nos contó que había hablado con un periodista de Radio Nihuil que le dijo que estaban manejando una información: parece que ha habido un niño en el medio de todo esto; ella estaba embarazada y el niño está vivo. ¿Querés que sigamos con esto?”, les preguntó Genara. Entonces, hace casi veinte años, Jorge creía que había que “dejar en paz a ese niño que ya no es un niño, que tiene una vida armada y se puede enterar de cosas que no le gusten o no le sirvan”, planteaba. “Tenía mis dudas porque no me gustan los sobresaltos en la vida. Soy una persona que nunca suelta una rama hasta que tenga otra agarrada, no me arriesgo a nada. Si hay que hacer algo, lo hago sobre seguro”, agrega. Liliana, la esposa de Jorge con la que tuvo cuatro hijos (Pablo, Gastón, Walter y Damián), le retrucó: “Él tiene derecho a saber de dónde viene… si toma una decisión distinta lo decide él, pero tiene derecho a saber quién es”.


Lucía y Aldo estudiaron Filosofía y Letras, también lo hizo su hijo identificado por Abuelas de Plaza de Mayo después de más de 40 años de búsqueda. 


En 2015, a partir de una información aportada por “la sociedad”, como hablan las Abuelas de quienes acercan un dato, lograron identificar a un varón. En 2019, después de un intento de contactarlo, la CoNaDI derivó el caso a Pablo Parenti, de la Unidad Fiscal especializada para casos de apropiación de niños durante el terrorismo de Estado. En abril de 2019, la Unidad lo denunció en la Justicia y el 14 de septiembre de 2022, el Juzgado Federal N.º 4 a cargo de Ariel Lijo logró localizarlo, lo invitó a hacerse el estudio genético y aceptó. El miércoles 21 de diciembre del año pasado el Banco Nacional de Datos Genéticos confirmó la noticia: “el nieto 131 es hijo de Lucía y Aldo”.

Al primo del nieto 131 le molesta cumplir años y hacerse grande. “Los años pasan como una ametralladora; tengo ganas de más todavía”, dice Jorge, que estudió derecho un año y medio en una universidad privada, pero como ya tenía hijos y trabajaba mucho no pudo continuar estudiando. “Me quedaba dormido en el aula”, recuerda esa experiencia de cursar una carrera con todo el cansancio acumulado por el trabajo. Cuando recupera una escena en el remolino de su memoria, Jorge achina los ojos. Ahora reconstruye la fisonomía del tío Pocho. “Debe haber tenido un metro setenta y tres; no era tan alto; de contextura semi delgado. Era prolijo cien por cien. El tío Pocho tenía las camisas impecablemente planchadas, su pulover impecablemente perfecto, los pantalones con la raya perfectamente planchada y siempre estaba perfectamente peinado”, enumera Jorge los atributos que más los sorprendían de ese tío de conversación risueña y cara seria, el padre del nieto 131. “Siempre recuerdo la pulcritud del tío Pocho. Nunca lo escuché insultar a nadie, nunca lo vi salirse de las formas. Siempre bien hablado. Educarse y estudiar es importante para ganarte el respeto de los otros, a pesar de que muchos digan que no es importante estudiar y que es preferible un trabajo”.

Le quedó resonando la respuesta de Aldo, el tío Pocho, el padre del nieto 131, a su abuelo Ibrahim: “Alguien tiene que llevar esta bandera”... El eco de esas palabras regresaba en la vida de Jorge. “Durante mucho tiempo estuve pensando de qué bandera hablaba, con el tiempo me di cuenta”, concluye el primo del nieto 131.