Desde Londres

¿A qué está jugando el Reino Unido en la negociación del Brexit? Nadie lo sabe. En la conferencia de prensa que marcó el fin de la primera ronda de conversaciones con la Unión Europea (EU), el negociador en jefe europeo Michel Barnier señaló que el próximo encuentro tiene que ser para “clarificar” la posición británica. “Es indispensable que el gobierno británico clarifique su posición para negociar el acuerdo financiero que debemos conseguir a fin de avanzar en las negociaciones”, señaló Barnier.

El representante británico, el ministro para el Brexit, David Davis esgrimió la necesidad de un compromiso entre ambas partes. “Hemos tenido discusiones intensas y constructivas que requerirán flexibilidad de ambas partes para llegar a un acuerdo”, dijo Davis. La caldera de rumores en Londres, en cambio, apuntó en otra dirección: un intento de los sectores más duros del gobierno de Theresa May de patear el tablero y lograr una separación completa de la UE sin acuerdo alguno, el llamado “Hard Brexit”.

En esta primera fase de negociaciones que abarcaron tres temas - la “cuenta financiera por la separación”, los derechos de emigrantes británicos y europeos tras el Brexit y la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda - no se esperaban acuerdos, pero sí avances significativos. No los hubo. El punto más ríspido es el de la llamada “divorce bill” (cuenta de divorcio) por los compromisos británicos presupuestarios con la UE y otras obligaciones adquiridas como las euro-jubilaciones.

En junio el Reino Unido aceptó que debía haber un acuerdo en principio sobre este tema para negociar un acuerdo posterior al Brexit que se efectivizará en marzo de 2019. La cifra más citada extraoficialmente por la UE es de unos 60 mil millones de euros. El problema es que los británicos no han puesto ningún número sobre la mesa.

Esta falta de “claridad” responde a la parálisis política británica que siguió a las elecciones del 8 de junio. Con una primera ministra debilitada y sin mayoría propia, con varios ministros serruchándole el piso, el tema de la “cuenta de divorcio” es anatema para los “Hard Brexit” que están usándolo para minar o condicionar a May con un objetivo de máxima que sería patear el tablero echándole la culpa del fracaso a la UE.

Estas divisiones explican la guerra de guerrillas de declaraciones ministeriales. Mientras Davis se preparaba para la conferencia de prensa con Barnier en Bruselas, el ministro de comercio, el ultra hard Brexit, Liam Fox, daba una entrevista a la BBC en la que buscaba poner claros límites a la negociación. En la versión de Fox un acuerdo de libre comercio con la UE post-Brexit sería “lo más fácil del mundo porque hay aranceles cero y reglas comunes”, pero el problema es que “la política puede interferir con la economía” y, en todo caso, es “mejor tener un acuerdo que no tenerlo, pero podemos sobrevivir sin acuerdo”.

Esta ensalada es la síntesis de lo que un ministro de la línea dura puede decir públicamente. En privado y “off the record” dos ministros, el canciller Boris Johnson y el de Medio Ambiente Michael Grove, que se odian a muerte y son rivales políticos, están impulsando la misma línea de “estancar las negociaciones con el tema de la cuenta de divorcio” para poder dar el portazo a la negociación o forzar a la Unión Europea a “congelar el proceso”.

Con cada vez mayor frecuencia las divisiones desbordan el “off the record” La semana pasada Boris Johnson dijo en el parlamento que la UE podía “go whistle”(irse a freír papas) si creía que iba a sacar algo de dinero por la separación. En un intento de calmar la tormenta diplomática que causaron sus palabras, David Davis reconoció ante la Cámara de los Lores que el Reino Unido tenía “obligaciones financieras” respecto a la Unión Europea, pero de montos concretos, ni una palabra.

La estrategia del equipo diplomático británico en esta primera fase ha sido cuestionar punto por punto las demandas de la UE, como anticipó el mismo Davis ante los lores. “Línea por línea y palabra por palabra. El objetivo es que en caso de que haya un pago financiero sea el que hay que hacer. No vamos a aceptar lo que nos digan”, señaló Davis.

Nadie sabe si Davis está en el mismo equipo de halcones que Johnson y Gove, pero sí está claro que todos tienen una ambición en común: sustituir a May. En medio del tironeo político el problema es que, como advirtió Barnier, “the clock is ticking” (el reloj avanza).

Desde que May activó la negociación invocando el artículo 50 europeo a fines de marzo, los británicos tuvieron casi dos meses de febril campaña por las elecciones anticipadas que convocó la primer ministro a mediados de abril, seguidos de semanas de incertidumbre por el resultado. En otras palabras, se perdieron tres meses de los 24 que había para consagrar un acuerdo.

Los cuatro días que concluyeron ayer es la primera etapa que se repetirá en agosto, septiembre y octubre. En octubre, Bernier presentará en una cumbre europea su evaluación de las negociaciones con un veredicto sobre si ha habido progresos suficientes para avanzar hacia una negociación para un acuerdo post-brexit. Más allá de su veredicto, en los hechos solo quedará un año para resolver todos los problemas pendientes: en octubre de 2018 tendría que haber un formato claro como para que el parlamento británico y europeo debatan si darle su bendición.

La “cuenta de divorcio” es el tema más peliagudo, pero no el único que presenta serios escollos. En relación al estatus de ciudadanos británicos en la EU y europeos en el Reino Unido la UE cree que la Corte Europea de Justicia debe resolver los conflictos legales entre ciudadanos europeos y el estado británico, algo inaceptable para Londres. “Esta es una seria divergencia”, advirtió Barnier ayer.

En el caso de la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda está en juego el proceso de paz consagrado por los acuerdos de viernes santo de 1998. La República de Irlanda quiere mantener los 500 kilómetros de frontera abiertos con Irlanda del Norte. Como señaló en Londres Simon Coveney, secretario de Relaciones Exteriores de la República, “hay 400 puntos de acceso, un tráfico de casi 2 millones de vehículos diarios, no queremos instalar cámaras y puntos de ingreso, necesitamos mantener la misma situación que antes”.

En este punto, Irlanda del Norte, que se opuso al Brexit, está de acuerdo. La paz en la provincia que pertenece al Reino Unido nunca está garantizada del todo: un cierre de fronteras podría encender nuevamente el enfrentamiento entre los nacionalistas republicanos y los protestantes unionistas. Es posible que los 10 diputados de los protestantes norirlandeses del DUP que sostienen parlamentariamente a May presionen a favor de un acuerdo. En otras palabras, por todos lados se ve que la negociación está, en el mejor de los casos, atada con alambres.