Desde París
Por cuarta vez en el siglo XXI, la ultraderecha aliada con la tecnología condujo a una democracia al colapso: el montaje macabro se inició a gran escala en 2016 con las tecno manipulaciones a que dio lugar el voto a favor del Brexit en Gran Bretaña, siguió en el mismo año con la elección de Donald Trump en los Estados Unidos y el posterior trágico final de su mandato (2021) con la ocupación del Capitolio. El último capítulo se escribió en Brasil con el ataque a los tres pilares de la democracia: la presidencia, la Corte Suprema y la Asamblea Nacional.
Tres veces en el continente americano y una vez en Europa, el uso indebido de las tecnologías de la información trastornó el curso de la historia. Las redes sociales fueron la base contaminante y organizativa de la insurrección brasileña. El famoso “Stop the steal” que sirvió de contraseña a los ultraderechistas convocados por el expresidente Trump para asaltar el Capitolio el 6 de enero de 2021 tiene, dos años más tarde, su traducción en Brasil: desde el 6 de enero más de 10 mil cuentas de Twitter expandieron la expresión “Festa da Selma” como resorte de la movilización que, el 8 de enero, iba a terminar con el asalto a las sedes de los tres poderes en Brasilia.
La ultraderecha no está sola
Lo peor radica en que esta ultraderecha no está sola. Muy por el contrario, cuenta con aliados en la cima del poder tecnológico para difundir sus ideas, sus proclamas, sus consignas. Estamos muy lejos moral y políticamente del episodio que inauguró esta era de imbricaciones entre las redes sociales y los movimientos de protesta. El milagro de las redes empezó en 2011, durante la Primavera Árabe, la cual, entre cosas, hizo caer al régimen dictatorial del difunto presidente egipcio Hosni Mubarak. El seis de febrero de 2011, los manifestantes de la Plaza Tahrir en el Cairo escribieron en las veredas “somos los hombres Facebook”. En ese entonces, las redes les abrieron la posibilidad de organizar las manifestaciones, pactar las citas y, sobre todo, prescindir de los medios de comunicación de masa para hacer circular sus comunicados y sus imágenes.
El mundo virtual desempeñó un papel primordial en esas revueltas, tanto como en el drama brasileño, el asalto al Capitolio, la elección de Donald Trump y el Brexit, cuyos efectos nefastos han transformado una democracia tan antigua como la de Gran Bretaña. Hay, no obstante, una diferencia: en 2011 poco se sabía de la capacidad de las redes para influenciar a las opiniones públicas o permitirles organizarse. Ahora ya no. Se sabe muy bien y ese conocimiento derivó en un pacto implícito entre la ultraderecha y la tecnología.
De Facebook a Twitter y Tik Tok
El pacto es tanto más destructor cuanto que, como en el caso de Twitter, el propietario de esa plataforma es de ultraderecha. En junio de 2016, la empresa Cambridge Analítica “aspiró” datos personales de 87 millones de usuarios de Facebook con la meta de estructurar y enviar mensajes fervorosamente favorables al Brexit y, luego, a la elección de Trump en Estados Unidos (noviembre de 2016).
Twitter y las demás redes fueron luego una pieza tenebrosa de la toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021. El 19 de diciembre de 2020, a través de un Twitt, Trump convocó a sus tropas civiles a manifestar en Washington el 6 de enero, día en que el presidente electo, el demócrata Joe Biden, tenía que ver su victoria certificada. ”Gran manifestación el seis de enero en Washington. ¡No falten! Sean salvajes" –escribió. Locura y sangre (5 muertos). Lo que siguió ya lo conocemos y lo hemos vuelto a ver el 8 de enero de 2023 en Brasilia.
No ha habido nada de inocente ni improvisado en la toma de las sedes de los tres poderes brasileños: desde el viernes 6 de enero, a través de unas 10 mil cuentas de Twitter, el mensaje “Festa da Selma” se propagó entre los bolsonaristas. Y no fue todo: Twitter, Telegram, Facebook y WhatsApp sirvieron para organizar el abordaje: mapas, trayectos, citas, paradas de buses, consignas operativas para el domingo 8 e itinerarios de la mal llamada “Caravana de la Libertad” fueron comunicados y compartidos a través de estas redes sociales.
El casamiento de Musk y Bolsonaro
Luego, una vez perpetrado el golpe, en un esquema similar a lo que ocurrió en el Capitolio, los golpistas difundieron imágenes y secuencias de su locura en Instagram, Telegram y Tik Tok. Ninguna de las 5 compañías movió una pestaña para conjurar el golpe. Recién el domingo, al final de la intentona, Meta (propietaria de WhatsApp, Facebook e Instagram), anunció que había “activado” una suerte de plan aplicado a los acontecimientos peligrosos. Dicho plan dio lugar a la supresión de muchos mensajes en los cuales los bolsonaristas convocaban a la gente a atacar los edificios oficiales. La decisión fue, sin embargo, posterior al golpe. En cambio, Twitter no hizo ni hará nada por la simple y terrible razón de que, su nuevo propietario, Elon Musk, es de ultraderecha y un ferviente admirador de Bolsonaro.
Si las democracias del mundo no anteponen su autoridad y sus valores auténticamente democráticos frente estas empresas, lo poco que queda de democracia terminará en el mismo cementerio que las víctimas de las crisis y los golpes que las tecno-ultraderechas desencadenan. Las políticas de moderación y limpieza de las redes es ya no uno sino El tema mayor de nuestras democracias. Si los Estados no intervienen, las ultraderechas aliadas con las tecnologías se apropiarán de todo. En parte ya lo hicieron cuando lograron convencer a millones de personas de que existía una realidad paralela y que era esta la única válida. Así, por el arte del lenguaje y las redes, el término postverdad se antepuso a lo que realmente es esa realidad paralela, es decir, una vulgar y sucia mentira.
La Corte Suprema brasileña viene interviniendo en este campo desde el año 2000. Ya obligó a Facebook a cerrar cuentas allegadas a Bolsonaro y, en marzo de 2022, fue aún más lejos cuando ordenó que la aplicación de Telegram, poco inclinada a la moderación, fuera bloqueada. Luego retrocedió en su decisión y Telegram volvió a ser este domingo 8 de enero un aliado de los piratas bolsonaristas.
Queda, también, el horrendo caso de Twitter. Entre el 30 de octubre, día de la elección de Lula, y los disturbios del 8 de enero el cambio de propietario de Twitter y la modificación radical de su política de moderación crearon una situación explosiva en las calles: Elon Musk compró Twitter en el tercer trimestre de 2022 e, inmediatamente, despidió al personal encargado de la moderación de la red. Todos los empleados de la sección brasileña de Twitter fueron despedidos de un día para otro, entre ellos 8 empleados que, en San Pablo, se consagraban únicamente a la lucha contra la desinformación y la instigación a la violencia.
La plataforma de Musk reactivó además varias cuentas cerradas pertenecientes a bolsonaristas violentos y complotistas delirantes ( entre ellos figura el diputado Gustavo Gayer). Estos hechos no son ni fortuitos ni tampoco responden a una lógica de ahorro financiero. Elon Musk es un enemigo acérrimo de la social democracia. En más de una ocasión validó la sospecha de que los empleados de Twitter en Brasil eran de izquierda. En mayo de 2022, Bolsonaro y Musk mantuvieron un encuentro. Bolsonaro se felicitó por la compra de Twitter y, al final del encuentro con Musk, Bolsonaro dijo: “es el inicio de una relación que conducirá a un casamiento”.
Internet y la democracia
Los ultras se casaron con la tecnología de la información cuando descubrieron la debilidad y la permeabilidad de las conciencias y el infinito alcance de las redes para contaminar. El hombre que organizó la elección de Donald Trump sirviéndose de redes, mentiras y manipulaciones, Steve Bannon, difundió mensajes donde decía que la elección de Lula había estado “trampeada”. El imperio y sus imperialistas pueden decir y hacer lo que les da la gana mientras que quien los denunció, Julian Assange, agoniza a fuego lento en una cárcel de Gran Bretaña a la espera de su extradición a los Estados Unidos.
Internet es un espacio social aparte, disruptivo y muy útil para que las extrema derechas prosigan con la aniquilación y la colonización de las democracias. Si los poderes se quedan con los brazos cruzados cavarán su tumba y la nuestra. El modelo económico e ideológico de las empresas de internet modelan y dirigen toda la realidad. La industria de la gran manipulación promovida por el marketing político arrancó en Gran Bretaña en la época de Margaret Thatcher. Su “ingeniero” fue Timothy Bell, también consejero del General Pinochet. Allí nació la deslina y la misma disciplina modernizada por las redes sociales sepultó la democracia británica.