El martes 18 la remera paralímpica Mariana Gallo y su amiga Ana Sofía Bernasconi, nadadora, también paralímpica, fueron bajadas de un avión de Aerolíneas Argentinas con destino a Río de Janeiro, a donde viajaban para pasar unos días de vacaciones.
Mariana contó cómo empezó la odisea: “Las dos, Ana y yo, nos movemos en silla de ruedas. Pero somos absolutamente independientes. Compré los pasajes en abril, a través de Internet. En el formulario, donde se detallan los pedidos especiales, como comida vegetariana y otros, marqué que necesitábamos sillas de ruedas especiales, unas angostas que pueden circular por los pasillos del avión, porque las nuestras son demasiado anchas para eso. No había ningún otro lugar en el que especificar nada”.
Pero no todo sería tan sencillo. “El martes llegamos a la hora convenida, en nuestras sillas, por supuesto. Hacemos el check-in sin ningún inconveniente. Nos hacen subir las primeras al avión. Como no había manga, nos llevan en un vehículo especial que tiene una especie de canasta con la que nos suben hasta el avión”. Una vez ubicadas las chicas, sube el resto del pasaje. Cuando están todos acomodados, empiezan los problemas. “Una persona con el uniforme de Aerolíneas se acerca a nosotras y nos dice: ‘Tienen que desembarcar’. No nos da ninguna explicación ni contesta nuestras preguntas. Se acerca otro, también con uniforme, y repite: ‘Tienen que desembarcar. Las dos’. Insiste en que no podemos estar ahí, que no podemos viajar sin acompañante. Y agrega que la jefa de Cabina no quería que viajáramos sin acompañante”, siguió contando Mariana.
–¿Y los otros pasajeros? ¿Alguno dijo algo?
–Sí, los que estaban cerca de nosotros dijeron que se hacían responsables, que cualquier cosa que necesitáramos ellos estaban ahí. Incluso había una médica, que dijo que ella firmaba y se hacía reponsable.
–¿Y qué respondió la jefa de Cabina?
–A todo esto la jefa de Cabina todavía no había aparecido. Estaba en la cabina, con el piloto (que no se metió en ningún momento, aunque miraba todo lo que pasaba). La mujer mandaba a los empleados con el mensaje de que nos teníamos que bajar.
–¿Y no apareció?
–Sí, después de un buen rato y de mucha insistencia de nuestra parte. Finalmente apareció y preguntó quiénes eran las pasajeras que viajaban en silla de ruedas. ¡Ni siquiera sabía quiénes éramos después de todo ese tiempo!
–¿Y cómo se justificó?
–Nos dice que tenemos que viajar con acompañante, pero que no sirve cualquiera, que los otros pasajeros no pueden hacerse responsables. Que haber sacado pasaje para un acompañante por si queríamos, por ejemplo, higienizarnos.
–¿En un viaje tan corto?
–Sí, una estupidez. Además de que no es un vuelo de 24 horas, ya tenemos contempladas esas cosas.
Pero la jefa de Cabina no entró en razones: “La señora estaba muy dura en sus argumentos, en no querer dejarnos viajar. A todo esto ya llevábamos una hora de retraso. En ese momento decidimos bajarnos, porque vimos que nuestras sillas y valijas estaban en el medio de la pista. Las habían sacado de la bodega”.
Entonces comienza otra etapa. “El personal de Aerolíneas nos decía que fue un error de ellos, se hacían cargo de lo desprolijo que había sido todo. Nos decían que por haber hecho el check-in con una silla de ruedas, que es imposible de ocultar, y que nos hayan dejado subir al avión era obvio que todo estaba bien”, continuó, desconcertada, Mariana.
–¿Y entonces?
–Ahí nos dicen que adentro del avión hay otro reglamento, otras normas, que dependen del piloto y de la jefa de Cabina. Que hay una zona gris entre el personal de tierra y el de a bordo, que tienen distintos criterios. Cuando bajamos, dos personas con uniforme de la empresa nos acompañan hasta una oficina y nos dicen que nos van a reprogramar el vuelo. Volvimos a decir que no teníamos acompañante.
La situación empezó a destrabarse varias horas después. “Finalmente, nos dicen que si un médico de la empresa nos autoriza, nos reprograman. Esperamos como tres horas al médico. Llegó, nos vio, no nos preguntó nada y nos autorizó.”
–Todo en orden entonces...
–No tanto. Nadie se quería hacer cargo de todos los inconvenientes. Tuvimos que exigir que nos consiguieran alojamiento, cena, el traslado al Aeroparque, de donde finalmente partió el vuelo... Si no les decíamos, nadie se hacía cargo de nada. Y cuando nos bajaron del avión, tuvimos que volver a Migraciones para “volver a entrar al país”. Y ahí se da un diálogo absurdo. La chica que nos atendió en Migraciones nos preguntó por qué no habíamos dicho que nosotras podíamos salir a fuerza de brazos del avión, si era necesario. ¡Como si a uno se le pudiera ocurrir decir una cosa así si no se la preguntan!
–¿Cuántos pasajeros serían capaces de salvarse a fuerza de brazos de un avión siniestrado?
–¡No lo sé! Tendrían que empezar a preguntarles...