“La ópera es como un museo viviente de las emociones humanas”, dice Natalia Hurst, soprano argentina radicada en Viena que presentará la Ópera Triptychon este jueves a las 21 en el teatro Hasta Trilce (Maza 177). Hurst interpretará cuadros de Mme. Butterfly, Don Giovanni, La flauta mágica y Otelo en una performance multimedia que se centra en la desromantización de la violencia de género, la irrupción del movimiento de mujeres y el diálogo interdisciplinario de distintas artes. Después de la función se realizará una charla entre el público, la soprano y la escritora Virginia Feinmann, quien invitará a debatir sobre la posibilidad de revisitar los clásicos habilitando nuevas lecturas, sin cancelarlos ni prohibirlos.
La ópera y la literatura se enfrentan a la corrección política y al temor a la cancelación. “El riesgo es que ante la cancelación de lo que hoy no queremos asumir como parte de nuestra cultura nos quede un sinsentido o una mentira deliberada y desde ahí no podemos comprender ni modificar nada. Sería como crear fake news históricas. Que donde hay huellas que llevan a alguna parte, perdamos el rastro que dejó un autor o autora; pasar a distorsionar un espejo porque no nos gusta mirarnos en él”, plantea Hurst, fundadora del Ni una Menos Austria a Página/12. “La gracia de una obra consiste en develar, poner una luz donde no la hay, tener una mirada única sobre una realidad que está a la vista de todes, pero que nadie había visto de esa forma. Una obra no puede estar sujeta a una policía de la moral que la haga ‘limpia’. Lo relevante suele estar en aceptar las propias oscuridades”.
Feinmann, autora de Toda clase de cosas posibles y Personas que quizás conozcas, enumera una serie de riesgos en un horizonte donde abunda la cancelación: “Que dejemos de leer clásicos porque muestran situaciones que fuera de la ficción son condenables. Que no podamos distinguir ficción de realidad, humor de seriedad. Que se prohíban obras bellísimas. Que las tramas sean tan literales y las expresiones tan lavadas que ya no entendamos dónde está el conflicto o la desventaja o el abuso, ni por qué sigue sucediendo en la vida real”, advierte la escritora que este año publicará un libro de cuentos titulado Para que estés más cómoda, en los que aborda la temática del abuso desde la ficción. Hurst recuerda lo que ha dicho el director de orquesta italiano Riccardo Muti: “cambiar el texto no cambia la historia, mientras que conocerla en su crueldad es importante para las nuevas generaciones”. La soprano argentina precisa que hay lecturas superficiales de los textos sin comprender a veces quién dice un texto y por qué. “Yo no creo que la ópera como género reproduzca la violencia sin cuestionarla”.
Cancelar o prohibir una ópera o una novela por machista, racista o por tener contenidos violentos hacia la mujer no parece ser una iniciativa que sirva para concientizar ni eliminar el machismo, el racismo o la violencia. ¿Qué hacer, entonces, con esas obras de gran belleza estética y a la vez muy cuestionables desde este presente? Feinmann responde que hay que promover nuevas lecturas. “Ítalo Calvino decía que los clásicos nunca terminan de decir lo que tienen para decir. Si hay obras que se siguen editando, se siguen representando, es porque todavía podemos extraerles sentidos. Y los sentidos se los da cada época. El público del 1800 podía decir qué romántico, la mató por celos. Y el de hoy puede ver ahí un femicidio, puede ver que Mme Butterfly tenía 15 años cuando quedó embarazada de un oficial que ocupaba su país, que la futura esposa de Fígaro tenía terror de que el conde ejerciera el derecho de pernada. Cada época es responsable de sus lecturas; sentíamos que era importante hacer esta”, explica la escritora y aclara que la puesta no modifica las arias. “Natalia las canta tal como fueron concebidas y con una belleza enorme. No hay ‘reescritura’, pero sí las pone en clave, por ejemplo, con la fuerza de su cuerpo, un cuerpo en escena que no es frágil ni sumiso ni ‘muñequizado’ ni encorsetado como el de la soprano tradicional. También hay intervenciones visuales que van completando el sentido. Además estos personajes (Cio Cio San, Zerlina, Pamina, Desdémona), que eran accesorios de una trama mayor, pasan a ser sujetas, emancipadas del argumento completo de la ópera, y unen sus voces unas con otras”, revela la escritora.
Hurst cuenta que no hay óperas que se hayan prohibido por ser machistas. En cambio hubo censura en distintas épocas y cambios de algunos finales. Muchos investigadores y musicólogos desempolvan textos originales, fragmentos y obras completas olvidadas o descartadas. “Ha habido óperas que no se han representado en determinados países por ser racistas o por ser consideradas filonazis, como fue el caso de Richard Wagner en Israel, algo que hoy ya no sucede -aclara-. La ópera más cuestionada fue Las Bodas de Fígaro (1786) de Mozart y Lorenzo da Ponte, una comedia basada en la obra homónima de Beaumarchais, por desplumar al poder de la nobleza en épocas previas a la Revolución francesa. Casi podría decir que es feminista porque encontramos a las mujeres rebelándose, tejiendo alianzas transversalmente y haciendo temblar al patriarcado. Hay un aria, muchas veces suprimida, que dice: ‘Las bestias más feroces dejan a sus compañeras en paz y libertad: solo nosotras, pobres mujeres, que tanto amamos a estos hombres, somos tratadas por los pérfidos con crueldad’ (Marcellina)”.
La soprano argentina coincide con Feinmann en que la tarea es releer y reescribir la narrativa desde una nueva perspectiva, sin cancelar. “Mi experiencia desde el Ni Una Menos es que hoy tenemos nuevos consensos y herramientas para tener una relectura, para tejer un hilo rojo distinto de la historia del género operístico. Muchas veces esto del ‘machismo en la ópera” se dice desde un ángulo que proviene más del contexto desde donde se mira y se ejecuta, que desde la obra o compositor/a en cuestión. La ópera como género en su evolución ha sido un terreno de mucha innovación, de libertad creativa y de poner lo femenino como motor y a la violencia de género y la opresión como desencadenantes. Debe haber un 70 por ciento del repertorio basado en eso”, calcula Hurst. “En muchos de los casos paradigmáticos (no en todos, claro), las heroínas son las mujeres y los ‘héroes’ se quedan siempre cortos por inmaduros, canallas o cobardes. Como diría Rita Segato, por el ‘mandato de masculinidad’. Dentro del mundo de la ópera como industria, una industria cara que no se propone masivamente como sí otros productos culturales, los valores predominantes sí son machistas y esas mismas heroínas cuando se baja el telón pueden cobrar menos caché que sus pares varones. Necesitamos más mujeres en puestos directivos que posibiliten otras lecturas, otros desarrollos dentro de la profesión y la carrera, llevar la ópera a nuevos públicos y por supuesto más paridad en los repertorios que se programan, incluyendo compositoras mujeres”.