Cuando parecía que todo el Quino posible estaba publicado y recopilado, su sobrina Julieta Colombo se puso la 10, Ediciones de la Flor lo publicó y, por las dudas, Judith Gociol aportó un bello posfacio para la edición de Inédito, el nuevo (¿último?) libro de chistes del fundamental humorista gráfico. Inédito reúne trabajos que por un motivo u otro quedaron fuera de anteriores recopilaciones. En algunos –pocos- casos se puede intuir que se debió a que la humorada misma no era suficientemente fuerte para superar la vara que el propio dibujante mendocino exigía a su obra. En otros –también pocos- casos, que se pareciera mucho a otros chistes del propio autor. Pero en la mayoría de los casos se trata de páginas absolutamente brillantes, quizá demasiado “feroces” para su momento o que sencillamente rompían la línea de los demás libros. Como sea, su recuperación en este volumen es un acierto enorme en varios niveles. Por un lado, como archivo mismo, pues viene a completar un cuerpo de obra vastísimo de cuya lectura es imposible cansarse, sea como lector o como estudioso de su trabajo. Y por otro lado, porque es sencillamente divertido y la orfandad que dejó en los lectores su retiro del tablero de dibujo se remeda de algún modo con la aparición de este libro.
En Inédito los chistes están publicados en orden cronológico (según consigna Gociol en su texto), de modo que el lector ve crecer a Quino como humorista. De ese proceso surgen algunas reflexiones. En primer lugar, que en los primeros tiempos Quino recurría más al chiste que se resolvía de modo exclusivamente gráfico. En los posteriores, aun en aquellos mudos, el dibujo estaba puesto al servicio de una argumentación humorística, por llamarla de algún modo. Lo notable sin embargo es que incluso con los vaivenes estilísticos naturales de cualquier dibujante, el nivel gráfico de Quino fue uniformemente superlativo. Incluso en campos que a otros colegas les estaba vedado. Por ejemplo, uno de los aspectos formales más difíciles de dibujar para los artistas son las manos. Bueno, Quino hizo una página entera en la que seis de las siete viñetas tienen manos en primerísimo plano. Y son perfectas, claro.
Al mismo tiempo, acorde a las épocas feroces que le tocó atravesar, así también son muchas de esas viñetas. Algunas serían hoy difíciles de imaginar en la revista Viva o en casi cualquier otra publicación, como ese del tipo que no encuentra las municiones y sale corriendo a ver qué le pusieron a su hijo a modo de supositorio.
En el libro, los chistes transitan todo el espectro de intereses que el dibujante mendocino (y universal) expuso a lo largo de su carrera. Los temas políticos dominan la primera etapa y gran parte de su desarrollo, por supuesto, pero es muy interesante notar que hacia el final, ya con evidente madurez, ganan predominio las viñetas en torno al paso del tiempo, la muerte y su cercanía. Y toda esta etapa es apoteósica. Es brillante no sólo en su formulación –porque es claramente un autor con décadas de experiencias y recursos acumulados bajo el lápiz para poder contar y decir absolutamente todo en una página-, sino también en la profundidad con la que agarra estos temas. Y cuando no busca esa profundidad, saca a relucir un humor negro absolutamente mortal, como cuando un señor mayor hace chocar un auto para entregarle al espíritu del conductor una carta dirigida a un muerto (el redactor entiende que así dicho no suena muy gracioso, pero el trabajo de Quino supera toda limitación del lenguaje escrito).
Es tentador decir que Quino dibuja cada día mejor. Pero de la cronología es más propio decir que eternamente dibujará como el mejor. Y sus chistes, aún los más evidentemente contextuales, son ubicuos en tiempo y espacio. Es una virtud infrecuente, la misma que lo convirtió en el más universal y admirado de todos los humoristas gráficos argentinos. Una virtud que se ratifica en Inédito, y que devuelve su presencia y su profundo humanismo, al menos durante 120 páginas más.