Xia le pregunta dónde van los rosarinos a mitigar los 40 grados de calor en la ciudad del ruido y la furia. Mientras conversan en un bar de la costa se ve un incendio gigantesco en las islas de enfrente al Monumento a la Bandera. Mil metros, apenas, separan las islas de la ciudad. Un incendio como habrá sido el de Roma, o el del General Balcarce, en enero de 1819, cuando quemó toda esta aldea, Rosario, persiguiendo a los anarquistas federales.

Xia, de Beijing, visita a sus parientes del súper chino de Tablada, e hizo amistad con un vecino, Esteban, que oficia de guía turístico y algo más. Ella le dice que allá hay duchas populares y gratuitas en unas estaciones urbanas como grandes baños públicos. Esteban piensa en 40 millones de chinos metiendo las patas en la fuente y se distrae viendo cómo haría con eso Leónidas Lamborghini para escribir el poema. Volviendo al diálogo, él le cuenta de las piscinas públicas del Parque Alem, del Parque del Mercado, Saladillo, los clubes de barrio y el balneario La Florida. Y sino, dice, podés tomar una lancha frente al Monumento y cruzar a las islas, el Banquito, Vladimir, el Charigüé, el Embudo. Que allí parece el Caribe, dice, el agua es más limpia, la vegetación es de monte, como de selva... bueno, no sé ahora, habrá que ver (dice), lo que se haya salvado de los incendios. 500 mil hectáreas, dice, una provincia, llevan quemadas en un año.

--¿Quemar, por qué, quiénes?, dice ella.

--Son productores rurales o desarrolladores inmobiliarios quemando uno de las últimas reservas de agua dulce del planeta. Lo hacen para sembrar soja, alimentar vacas o cerdos (cerdos chinos, también), o edificar barrios privados y exclusivos con amenitis o hacer fiestas electrónicas con miles de jóvenes que llevan puestas remeras de Greenpeace.

Igual podemos ir a algunas localidades vecinas y costeras, dice él, Pueblo Esther, Granadero Baigorria, Arroyo Seco, y como la curiosidad de ella, a menudo es más bien lingüística, le llama la atención el nombre "Arroyo Seco", el oximoron. Y Xia repite: - Dry creek… y en chino, ganliú 干流

--¿Ganliú?

--Yes, dry creek.

Se comunican en inglés. Y allá van, a mostrarle a Esteban el río, pariente del mar, desde el Rowing Club de Arroyo Seco. Aún pueden entrar al club los no socios pagando una entrada. Esteban pasó muchos veranos de su infancia allí, un club popular de clase media baja, que tenía en su playa una parte en la que habían hecho un dique, como un piletón cerrado, y del otro lado, todavía está la línea de boyas plásticas naranjas, indicando que no se puede pasar el límite sin riesgo de ahogarse.

Xia le pregunta si se ahoga mucha gente en el río Paraná. Él dice que bastante, pero que supone que es normal en un río tan grande y con tanta población. Le explica que Paraná es una voz guaraní que quiere decir pariente del mar, y que desciende de ríos amazónicos, caudalosos, anchos, profundos. Hay accidentes, sí... pero también imprudencia, gente que sale a navegar sin precauciones o cuidado.

--Careful -susurra ella y le pregunta si leyó "Muerte en el estío", de Mishima, que es un cuento que está construido, dice, alrededor de la palabra cuidado... cuidado, careful.

--Uno de mis cuentos favoritos -dice él. Lo leí y releí sin cálculo. Una vez lo compré en Europa para leerlo en los trenes y creo que lo leí cinco mil kilómetros del Eurailpass. Hasta una chica con la que salía se enojó una vez porque lo leía demasiado. Y es cierto, está escrito con un procedimiento musical alrededor de la palabra cuidado, y trata de un niño que se ahoga durante un picnic familiar junto al río. Un domingo, como hoy, en un descuido.

Esteban tiene un flash de unos ojos glaucos intentando ver debajo del agua y cambia de tema. Sirenas y ahogados. Le recuerda a Xia que en este club, de niños, con su hermano, pescaban anguilas con los dedos.

-¿How? ¿Cómo?

Y le muestra el dedo como un anzuelo y la boca de la anguila chupando la falange. La anguila tragándose el dedo les hace a los dos un suave flash erótico. Xia hace un mohín de rubor y después de fastidio: -No te hagas tonto… vos... tonto, silly... -dice. Y los dos sonríen.

Xia está en esos días de concentración del lenguaje, introspectiva, como telepática, más china que nunca. Habla con sintagmas, partes de frases que él debe completar o colegir, y si ella pregunta algo, hermética, como la actitud en que se queda después de las respuestas de Esteban. Por ejemplo, al análisis de él sobre la realidad fluvial ella contesta con metáforas:

-Se puede agonizar en medio de un festín… agonize half of a feast…-dice y agrega: --Derivar mientras enmudecen las sirenas y los ahogados…

Y después de otras dos vueltas al mundo o dos minutos dice: --Yo quisiera que de a poco fuéramos a un silencio compartido. Hablar menos y entender todo.

Esteban está como ahíto, en un éxtasis sencillo, transparente, sabe lo que sigue, hace días lo espera temblando, ella se acerca y le da un beso de media boca, abierta, sin lengua. El beso introspectivo, telepático, piensa él y dice: -¿Y si yo no puedo...?

--Entonces voy a enojarme. Vas a ver que me pongo de malhumor. No me gusta que me hablen mucho. No me gusta decir todo. Tanta conversación es ruido. Me gusta mirar. Yo miro el río y entiendo. Me gusta verte. Cuando te mire sabré lo que estás pensando. ¡Qué te duele (what hurts), qué gozas! (what he enjoys).

--¿And now…? ¿Qué pienso ahora? dice él como un desafío.

--You want to kiss me at the water. Vos quieres besarme en el agua.

-No, no en el agua, debajo del agua. A ver quién aguanta más.

 

Entonces se van al río, pero sin tomarse de las manos, porque eso a ella no le gusta.