La competencia económica y tecnológica entre China y Estados Unidos marcará la agenda de 2023, especialmente si el gigante asiático consigue superar sus tres años de confinamiento y vuelve a acceder a los mercados con la fuerza anterior a la pandemia. Sin embargo, es previsible que los más agudos picos de tensión en este año tengan de nuevo su origen en el conflicto en torno a la isla de Taiwán, reclamada por China como territorio propio y protegida por EEUU como pieza clave de su geoestrategia en la región de Asia Pacífico.
A pesar de sus respectivas e incesantes maniobras militares en la región, no es probable a medio plazo una guerra abierta entre Estados Unidos y China por Taiwán. Ninguno de los dos rivales aparece como virtual ganador de una eventual conflagración armada, cuyas potenciales dimensiones dejarían a la actual guerra de Ucrania en una escaramuza fronteriza. Además, en caso de sanciones por parte de Washington y sus socios europeos y asiáticos, China se vería mucho más afectada que Rusia, pues depende más de las cadenas de comercio globales, así como del suministro de componentes tecnológicos esenciales para su economía.
Pero el foco de tensión en torno a Taiwán no se ha difuminado en el último año, a pesar de la guerra abierta en el este de Europa en la que el apoyo de Washington a Kiev roza la intervención directa en el conflicto. Al contrario, la pugna entre Estados Unidos y China se ha disparado en los últimos meses, con constantes provocaciones mutuas. Es evidente que hay mucho más en juego que la defensa de la democracia o la subyugación de una pequeña nación asiática.
En octubre pasado, el presidente chino, Xi Jinping, reiteró su promesa de recuperar la isla para China. Lo hizo en el escenario más solemne, el vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino, que le dio un espaldarazo para gobernar sin rivales su país durante otros cinco años.
La guerra de Ucrania como elemento de disuasión
Xi observa con mucha cautela lo que ocurre en Ucrania, dispuesto a aprender de los muchos errores que Rusia ha incurrido en el país invadido. Pero también aprende de la ambición geopolítica estadounidense respaldada por sus aliados europeos y asiáticos. Algunos de los cuales se cuentan entre los socios comerciales más importantes de China.
Parecería cierto que la derrota de Rusia en Ucrania en la actual guerra sería un importante "elemento de disuasión" contra una agresión china sobre Taiwán, tal y como refirió hace unos días el ex secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen.
"Si Rusia consigue ganar territorio y establecer un nuevo statu quo por la fuerza, sentará un precedente. En todas partes, los dictadores comprenderán entonces que, en última instancia, las agresiones militares funcionan", aseveró Rasmussen en una rueda de prensa celebrada en el Ministerio de Exteriores taiwanés, en Taipéi.
El ex primer ministro danés advirtió de que una guerra en el estrecho de Taiwán tendría "repercusiones globales" y felicitó al presidente Joe Biden por tomar a la isla reclamada por China bajo la protección de Estados Unidos.
Rasmussen dirigió la OTAN entre agosto de 2009 y octubre de 2014. Entonces se vivieron algunos de los momentos más tensos entre la Alianza Atlántica y Rusia, tras la anexión por Moscú de la península ucraniana de Crimea, en marzo de 2014. Le sucedió al frente de la OTAN el actual secretario general, el noruego Jens Stoltenberg.
No vale el modelo ucraniano para Taiwán
"Al otro lado del estrecho de Taiwán vemos a una autocracia agresiva que amenaza a un estado democrático más pequeño. El paralelismo entre Rusia y Ucrania es difícil de ignorar", agregó Rasmussen. "No debemos cometer con Xi Jinping los mismos errores que cometimos con Vladimir Putin", advirtió Rasmussen.
El conflicto tiene profundas raíces históricas que se remontan a 1949, con la victoria en China continental del comunismo sobre los nacionalistas del Kuomintang y el refugio que éstos buscaron en la antigua Formosa, hoy día Taiwán.
Pero en estos momentos es más importante si cabe el componente geopolítico y geoeconómico, que explica el enorme interés de Estados Unidos por la isla. Como ocurre con Ucrania. Washington no ha reconocido oficialmente la independencia taiwanesa, lo que no es óbice para que la Casa Blanca se declare dispuesta a desplegar toda su potencia militar para defender a esa pequeña democracia asiática.
El estratégico Mar de China Meridional
Este conflicto geoestratégico se amplía, en realidad, al llamado Mar de China Meridional, desde Singapur al estrecho de Taiwán, en 3,5 millones de kilómetros cuadrados de mar. Con su reclamación de la isla rebelde, China en realidad está defendiendo su soberanía sobre una región por el que circula el 30% del tráfico marítimo mundial. Pero además, esa área contiene ingentes yacimientos de petróleo y gas, y una décima parte de los recursos pesqueros mundiales.
Y no solo muestran interés China, Taiwán y Estados Unidos. Ahí están también Indonesia, Vietnam y Filipinas, o Corea del Sur y Japón reclamando también determinados islotes, claves para extender sus zonas económicas exclusivas.
El país más activo en esta disputa ha sido, evidentemente China, que no ha dudado en construir islas artificiales sobre arrecifes o directamente en el mar para estacionar bases de explotación de hidrocarburos o incluso bases de misiles.
Efectivamente, los chinos tienen razones para protestar por algunas de las maniobras de Estados Unidos y sus aliados, cuyos navíos o aviones cruzan aguas que hasta hace muy poco eran internacionales y hoy día son ribereñas de alguno de esos islotes convertidos en bunkers chinos.
La estrategia hegemónica de EEUU acerca a chinos y rusos
Mientras, China considera la política exterior de Estados Unidos sobre Taiwán como una muestra palpable de sus intenciones hegemónicas en Asia, de la misma forma que la presión de la Casa Blanca sobre Rusia y los intentos de enfrentar a Pekín y Moscú en torno a la guerra de Ucrania han puesto de manifiesto los intentos de Washington para dividir y aislar a sus contrincantes.
Esta visión fue discutida este lunes por el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y su homólogo chino, Qin Gang. Ambos diplomáticos calificaron de inaceptable "la política de Estados Unidos y sus satélites para establecer su hegemonía en los asuntos globales y prender la llama de la confrontación entre Rusia y China en pos de ese objetivo". También denunciaron los intentos de Occidente para "constreñir el desarrollo de los dos países con la imposición de sanciones y otros medios ilegítimos".
Esta era la primera conversación entre los dos políticos desde que el pasado 31 de diciembre Qin Gang asumiera la jefatura de la diplomacia china. No es coincidencia que la conversación telefónica entre Qin y Lavrov tuviera lugar después de unas importantes maniobras aéreas chinas, las primeras de este 2023 y las segundas de su tipo en menos de un mes, sobre las aguas ribereñas de Taiwán.
Estos ejercicios militares celebrados el pasado fin de semana contemplaron en su planificación un ataque ficticio para abortar una "acción independentista" taiwanesa y en ellas participó medio centenar de aviones. Estas maniobras fueron precedidas por ejercicios similares el pasado 25 de diciembre, justo después de que la Casa Blanca autorizara una partida de 10.000 millones de dólares para financiar la compra de armas por Taiwán.
La sintonía entre Qin y Lavrov sucede en uno de los momentos de mayor aislamiento de Moscú, cuando se acerca el aniversario de la invasión de Ucrania y las cosas no van bien en el frente. Pero también China pasa por una etapa complicada. La brusca ruptura del confinamiento por la pandemia del coronavirus ha revelado el fracaso de la política de covid cero de Xi Jinping.
El caos sanitario, económico y social que se evidencia estos días con millones de contagiados y el recelo de la comunidad internacional hacia China y sus políticas sanitarias podría disolverse un tanto con una crisis regional.
No habrá guerra, pero quizá una escalada de tensión
Quizá no haya llegado el momento de la guerra por Taiwán, pero sí podríamos estar en los próximos meses cerca de algún tipo de choque, y no solo dialéctico, en las turbulentas aguas del Mar de China Meridional, o cuanto menos de una escalada de tensión "controlada" que devuelva la atención del mundo hacia su ombligo económico.
En todo caso, los dos rivales tienen una cosa clara. Mientras que en Ucrania la participación de Estados Unidos es indirecta, con armas y mucho dinero, no ocurriría lo mismo en Taiwán, donde la intervención debería ser sobre el terreno.
Aún contando con la superioridad militar de Estados Unidos y alguno de sus aliados regionales, como Japón, el coste sería descomunal para Washington. Además de perder miles de hombres, y cientos de navíos y aviones, el prestigio de Estados Unidos en Asia quedaría por los suelos.
Por no hablar del coste para la economía mundial, con ese tráfico comercial marítimo interrumpido, la economía taiwanesa deshecha, la japonesa conmocionada y la china apuntillada, tras el desastre del covid. Y todo ello, sin poner sobre la mesa el potencial nuclear de chinos y estadounidenses.
Hay algo muy inquietante. Como ocurre en Ucrania en estos momentos, quienes menos perderían en ese hipotético conflicto serían los Estados Unidos. Su prestigio puede ser reparado con el tiempo por los fontaneros diplomáticos de Washington en una región donde China habría dejado de contar. En una región, además, en la que Japón y Corea del Sur estarían más supeditadas a Washington y se rearmarían hasta unos extremos descabellados. Claro está, con ayuda de la poderosa industria armamentística estadounidense.