Las ciudades invisibles

A principios de los 90, Angela Capetta tomó una foto de una familia amontonada en un auto en el Lower East Side de Nueva York. Por entonces, la fotógrafa acababa de llegar de New Haven y encontró en el vecindario una atrayente línea documental vinculada a cómo convivían allí personas de todas las edades y todas las procedencias. Con el tiempo, se dio cuenta de que su atención volvía una y otra vez a una niña de ascendencia puertorriqueña llamada Glendalis. Así es como, casi de casualidad, Capetta siguió la vida de Glen durante diez años. El resultado es un ensayo fotográfico de iniciación cuyas imágenes ya forman parte de colecciones en instituciones como la Biblioteca Pública de Nueva York y el MoMA y que está volviendo a ser conocido porque su autora desea hacer un libro. Por eso es que lanzó una campaña a través de Kickstarter. La serie, llamada Glendalis, (“un nombre simple porque ella es la reina del espectáculo”, argumenta Capetta) sigue a la protagonista desde la preadolescencia hasta los 19 años. Así se suceden celebraciones como la fiesta de quince de su prima y después la suya junto a momentos más prosaicos. Para Glen, la fotógrafa se convirtió en una presencia silenciosa y no tuvo inconvenientes en incorporarla a su vida cotidiana. “Esta es Angela, me saca fotos”, la presentó en alguna ocasión. Eso fue todo. Mirándola en perspectiva, Capetta –de ascendencia italiana– valora la serie como un registro que también documenta la gentrificación del vecindario. “El Lower East Side ahora es todo restaurantes con estrellas Michelin y departamentos lujosos. Hay nuevos desarrollos urbanos ahí donde antes, cuando saqué las fotos, había campos abiertos. Los jóvenes de los edificios de viviendas se apropiaban de esos espacios que ya no existen”, le comentó a la revista i-D. Así Glendalis sintetiza, sin bajar línea, el modo en que los inmigrantes sobreviven en ciudades cada vez más desiguales y las transformaciones de la infancia a la adultez, explosivas y misteriosas cuando de chicas se trata.

Charlie contra el Mullah

“Hagan la caricatura más divertida y malvada de Ali Khamenei”, propuso Charlie Hebdo en una convocatoria internacional para participar en el concurso de dibujo #MullahsGetOut, en diciembre pasado. La iniciativa tenía como objetivo “apoyar a los iraníes que luchan por su libertad, ridiculizando a este líder religioso de otra época y condenándolo al olvido histórico”, puntualizó en semanario francés en relación a Khamenei, principal dirigente iraní. Así fueron elegidas treinta caricaturas para la edición especial titulada “Mullahs, ¡regresen de donde vinieron!” (Moullahs, retournez d'ou vous venez). Su ilustración de portada muestra una línea de mini mulás descontentos que ingresan a la vagina de una mujer gigante y desnuda, que los recibe con sonriente hospitalidad. Por supuesto, las autoridades iraníes ya amenazan al estado francés con todo tipo de sanciones mientras la edición se agotó ni bien llegó a los kioskos, según confirmó el semanario Artnet News. Esta fue la respuesta política de Charlie Hebdo a la violenta represión de Irán contra las protestas sociales desde la muerte en septiembre pasado de Mahsa Amini, de 22 años, por no portar el hiyab reglamentario. Pero el concurso “también fue un recordatorio de por qué los dibujantes y escritores de Charlie fueron asesinados hace ocho años, y cómo las tiranías que se escudan en sistemas religiosos siguen presentes en la actualidad. No se fueron”, escribió el director de la publicación, Laurent Sourisseau, conocido como Riss. Lo hizo en una nota editorial que recuerda un nuevo aniversario del atentado que sufrió la sede de la revista en París en 2015.

Adiós señora en bata

¿A quién pertenece el arte callejero? “A la comunidad”, respondió un grupo activista ucraniano que aparece como responsable de haberse llevado un mural que Banksy pintó en Kiev. Todo empezó en noviembre pasado. El mural, que mostraba a una mujer en bata de baño con máscara antigas, apareció en un suburbio de Kyiv. Fue una de las siete obras pintadas por Banksy en edificios de esa zona devastados por la guerra. Pero al mes siguiente la señora en batón ya no estaba y en su lugar había una pared con su revoque prolijamente recortado. El Ministerio del Interior de Ucrania aseguró que el mural estaba valorado en más de 9 millones de grivnas (algo así como un cuarto de millón de dólares). Y que quien lo hubiera retirado, podría enfrentar hasta doce años de prisión porque se trataba de patrimonio público. Hasta ahora, la investigación no avanzó gran cosa. A tal punto que uno de los activistas sospechados, Serhiy Dovhyi, se dio el lujo de ser entrevistado por The New York Times para explicar que la intención era subastar la obra de Banksy y donar las ganancias al ejército ucraniano. Además, Dovhyi asegura haber documentado en video el momento donde la obra debió ser desprendida de la pared. Y según afirmó, se trata de un acto performático que podría aumentar su valor. “El arte callejero, a diferencia de una obra en el Louvre, no pertenece a nadie”, dijo. Su razonamiento no carece de lógica teniendo en cuenta que aquella obra de Banksy de una nena con un globo que se autotrituró en plena subasta en 2018, terminó triplicando su valor.

El auténtico beso francés

Tatiana Rachevskaia era una estudiante ucraniana que llegó a París a comienzos del siglo pasado. Se enamoró de un médico rumano pero el vínculo no prosperó y en 1910, Tatiana se quitó la vida. Sobre su tumba en el cementerio de Montparnasse, sus familiares colocaron una escultura en piedra de Constantin Brancusi, un artista tan rumano como su amor imposible. Un detalle que pasó desapercibido, mientras lo que perduró fue la fama creciente de este conjunto escultórico donde dos amantes de líneas cubistas aparecen integrados en un único, eterno y sofocante abrazo. A tal punto que esta obra, llamada El beso, es considerada la Mona Lisa del siglo XX. La referencia a la escultura del mismo nombre de Auguste Rodin no es casual ya que Brancusi compartió taller con su amigo francés, donde hizo varias versiones de El beso. Pero la única donde los amantes aparecen de cuerpo entero es la del cementerio parisino. El asunto es que desde 1970 ya nadie la cuida, y la polución y el paso del tiempo la están dañando de manera considerable aunque le hayan construido una caja para preservarla. Incluso existe el riesgo constante de robo ya que la obra está tasada en 200 millones de liras. A partir de esto, una réplica exacta de El beso fue construida con la esperanza de convencer a las autoridades francesas de erigirla en lugar del original y ponerlo a salvo. Quienes defienden el legado de Brancusi argumentan que esta copia está hecha de un material de apariencia similar a la piedra pero mucho más resistente. Sin embargo, hasta ahora, ningún funcionario pareció conmoverse por el gesto. Tampoco los familiares de Tatiana, cuya sexta generación parece vivir en la pobreza aunque no se decide a hacer ningún negocio. El intento de convencerlos de las bondades de desprenderse de la escultura es llevado adelante desde 2005 por el marchand francés Guillaume Duhamel, que hasta ahora lleva gastado más de un millón de liras para buscar alternativas que permitan la salvación de este beso tan obstinado. La crítica de arte Rachel Campbell-Johnston escribió un largo artículo en The Times para que la obra tenga un mejor destino y considera que la réplica sería una salvación. Mientras tanto, la plataforma de comercio digital Etsy ofrece réplicas de la escultura hechas a mano, de unos 25 centímetros de alto, listas para ser colocadas en el living al módico valor de 1500 dólares. Ideal para quienes no tengan muchos reparos a la hora de diferenciar besos truchos pero bonitos de los otros, originales aunque inalcanzables.