Lo ocurrido el pasado domingo en Brasilia, con miles de seguidores de Bolsonaro (mezclados con gente que fue pagada para trasladarse a la capital brasileña) destrozando literalmente las sedes de los tres poderes, hizo con que la tensión permaneciese pairando como nubarrones pesados sobre el país. La devastación dejó evidente la complicidad, por omisión, tanto del gobierno como de la Policía Militar de la capital. Pero también de amplios sectores de las fuerzas de seguridad identificados con el ultraderechista ex presidente, bien como la apatía de las Fuerzas Armadas frente al peligro.
Las imágenes de la tremenda destrucción llevada a cabo por los participantes del intento de golpe siguen impactando al país.
Es cierto que las medidas adoptadas tanto por la Justicia como por el gobierno de Lula da Silva son duras, contundentes y ampliamente respaldadas por la ley. Hay unos 500 detenidos, gente que integraba el campamento frente al comando general del Ejército en Brasilia, y otros 300 participantes de los actos de terrorismo del domingo fueron encarcelados.
Sin embargo, detener a terroristas y punir principalmente sus financiadores y organizadores no será suficiente para alejar en definitivo los peligros que siguen rondando sobre nuestras cabezas.
Si Jair Bolsonaro (foto) padece una fuerte e innegable corrosión, quedó claro que el “bolsonarismo” sigue firme y fuerte. Los peligros implantados en el país por el ultraderechista no fueron eliminados. Al contrario, están a flor de piel.
Basta, por ejemplo, con ver el elevadísimo número de militares retirados, de políticos ejerciendo mandatos y funcionarios públicos que se juntaron en las invasiones y depredaciones ocurridas en Brasilia.
Fuerzas armadas inertes
La manera como las Fuerzas Armadas se mantuvieron inertes mientras seguidores de Bolsonaro se plantaban frente a cuarteles e instalaciones militares es otra señal de peligro. Además de militares retirados, muchos de los participantes eran parientes directos de militares en actividad. Esa la única conclusión posible para explicar la inercia de los comandantes. Si fuesen campamentos de trabajadores sin tierra o estudiantes reivindicando derechos la reacción sería de contundente violencia.
Las fuerzas policiales de Brasilia son otro síntoma del alto riesgo que vivimos: mucho más elocuente que permitir el desplazamiento de los manifestantes terroristas fue ver cómo grupos de policiales han adherido claramente a la manifestación, inclusive mientras ocurría la destrucción de edificios públicos de altísima representatividad.
El más que reaccionario general retirado Hamilton Mourão, quien fue vice de Bolsonaro y ahora es senador electo, criticó duramente la prisión de los terroristas en Brasilia. La gran duda es: ¿cuántos los militares en actividad pensarán como él?
Los que organizaron, convocaron y financiaron el terrorismo del domingo podrán ir presos. Pero ¿cuántos más como ellos viven esparcidos por todo el país?
Bolsonaro reveló y trajo a la superficie lo que hay de peor, más abyecto y más peligroso de Brasil. Y todo indica que siquiera los extremistas de la ultraderecha sabían que eran tantos. Lula está rodeado por ratones de la peor especie, funcionarios menores que integran la estructura del gobierno. ¿Cuánto tiempo será necesario para librarse de ese grupo?
Son parte de la herencia nefasta del ultraderechista que optó por fugarse en Orlando, Florida, y que ahora dice que volverá a Brasil. Optó por eso, aun sabiendo que enfrentará la justicia brasileña, por temor a ser directamente extraditado por Washington.
¿Su presencia y la esperada detención servirán para volver a incendiar la horda de sus seguidores descerebrados? No se sabe. Pero sabemos todos que hay más peligro a la vista.