En la reunión de fin de año empleados, psicoanalistas, viajantes y periodistas hablan de fútbol como nunca antes. Tanto hombres como mujeres están sacados por el triunfo mundialista, saben a la perfección la cadena de goles, el rito de los festejos. Cuando se festeja que se va otro año y se verbalizan las buenas expectativas para el 2023 sale el tema de la Copa en alto y la gloria única de llegar a la cima del torneo mundialista.
Antes de empezar a comer, cada uno expone las causas del triunfo en voz alta y luego se da en forma colectiva. Se advierte que muchos en la reunión tienen esa vibración por primera vez en sus vidas, otros pasaron las seis décadas y saben de qué va competir con más de treinta seleccionados que llegaron hasta Qatar con ilusión, disciplina y tropiezos.
Una comensal confesó que fue en el balcón donde gritó cada uno de los goles de la Selección, dijo que fue algo irracional, imparable, que compartió la alegría con vecinos que nunca había visto. La dueña de casa señaló una y otra vez la jugada del volante australiano que no terminó en gol gracias al esfuerzo de Lisandro Martínez. “Fue una jugada maradoniana”. Imposible discutirle algo en un estado de conmoción que ya se extiende días y noches.
Se rememora la epopeya del 86, las jugadas de Diego, el relato de Víctor Hugo (de que planeta viniste) se habla del gol con el pelo de Caniggia al arquero italiano, el otro gol del hijo del viento contra Brasil. Otra comensal dispara que la sombra de Diego fue muy fuerte para Messi y llevó adelante su legado en el Mundial en el Oriente Medio.
Luego de la bondiola servida a punto se narra los bailes a Croacia, el gol de Di María después de una jugada a la velocidad de la luz entre Messi, Julián Álvarez, Mac Allister y Fideo definiendo en la final de una Copa del Mundo. No se sale del asombro sobre el comportamiento de las hinchadas de otros países con la camiseta albiceleste y así suma y sigue la conversación mientras se sirve el asado y se hace una pausa. Es de suponer que ya todo se dijo sobre el Campeón que dirigió Sacaloni y su estrategia para la victoria. El equipo que armó y los jugadores que se animó a darles titularidad y se convirtieron en estrellas planetarias (Julián Álvarez, Enzo Martínez el propio Mc Allister). En la mesa luego del brindis por el nuevo año comienza la frutilla del postre del análisis victorioso y alegre.
La causa principal de este logro es el sostén del club de barrio, la sociedad de fomento, ambos herederos del antiguo potrero, a veces ubicado frente a una vía, o en un descampado o tal vez en una plaza sin pasto. Jugar hasta la noche en plena pubertad, organizarse durante la adolescencia y en muchos casos tener una disciplina deportiva que resultó en este caso que llegaron a jugar en un deporte de elite, disciplina que tuvieron sin excepción tuvieron los 26 integrantes del equipo campeón.
El espíritu que dio el barrio y los picados fueron la base y después por añadidura se agregó la práctica en las inferiores, los esfuerzos de la familia, los fracasos, la peregrinación por los clubes, los viajes interurbanos para ir a entrenar, conseguir ropa y llegar por fin a primera. El camino no fue fácil para ninguno de ellos pero a diferencia de otros oficios no se les reprochó su vínculo con el dinero, las ganancias millonarias el estar a años luz de un salario ni siquiera holgado. Se sabe que son las reglas de este mundo planetario y que ellos forman parte de los pocos que alcanzaron una meta: dedicarse al juego que más le gusta y no ser insultado en redes sociales y otras formas del acoso mediático.