La semana pasada dábamos cuenta de las fuertes desigualdades regionales que sufre nuestro país desde su conformación histórica como colonia hasta el presente. Fuerte concentración de la población y de las capacidades económicas en la ciudad puerto de Buenos Aires y sus alrededores, que van disminuyendo a medida que nos alejamos territorialmente de ese epicentro. Esa característica de “país abanico”, tal como la denominara el ingeniero Bunge (1880-1943), tiene una posibilidad de ser revertida si se entienden las características de muchas de las nuevas tecnologías que parecen caracterizar este aún nuevo siglo.
El desarrollo de las comunicaciones y la informatización de muchos procesos productivos, han roto la territorialización del trabajo. Muchos trabajadores pueden operar una máquina, atender un reclamo, redactar un informe, y hasta realizar una operación quirúrgica en un determinado lugar a través de una computadora o un celular, aún cuando se encuentren a cientos de kilómetros siempre que cuenten con una buena señal de internet. De esa manera, ya no hay necesidad de que el lugar de trabajo de la población coincida con el lugar donde el mismo brinda sus resultados productivos.
Esa posibilidad, que se difunde mayormente con el nombre de “teletrabajo”, brinda una oportunidad única para reducir las desigualdades regionales ya que permitiría que un porcentaje importante de la población pueda seguir participando de la vida económica aún cuando habite lejos de los grandes centros urbanos donde se concentra. Adicionalmente, esa posible redistribución geográfica de la población apta para el teletrabajo, induce una descentralización adicional de un grupo de trabajadores que si bien no realizan teletrabajo, les provee a quienes se alejan de las grandes una serie de bienes y servicios como construcción de viviendas e infraestructuras sociales, comercio, servicios personales, entre otros.
En el documento “Descentralización y Teletrabajo” publicado por el CESO tras el impulso que dio a esa modalidad laboral la pandemia en 2021, se estima que unos 775.925 trabajadores podrían optar por el teletrabajo ya en las actuales condiciones de desarrollo de sus actividades. También se indica que si sólo el 5 por ciento de esos trabajadores (38.000 teletrabajadores) se fueran a vivir lejos de las grandes urbes, impulsarían una demanda de viviendas y servicios asociados que forzaría una demanda adicional de 31.000 trabajadores en los lugares donde se radiquen.
La reubicación de la población no es un asunto puramente económico, ya que cuestiones culturales y familiares, entre otras, tienen también su peso. Sin embargo, una política de descentralización del Estado y de estímulos a la descentralización de la actividad privada podría dar los primeros pasos para revertir la concentración poblacional en las grandes ciudades y, con ello, las grandes desigualdades regionales. Después de todo, el estímulo a una mejor vida económica fue la que impulsó las grandes migraciones desde diferentes puntos del país hacia las grandes ciudades, por lo que el mismo impulso económico puede estimular una migración en sentido contrario.
@AndresAsiain