Pasaron dos décadas, numerosos trabajos sobre sus espaldas, dejaron de ser los pibes de moda para convertirse en padres y, sin embargo, nada parece haber cambiado para ellos. Al menos en la química que los llevó a que en plena crisis de 2001 Son amores, aquella comedia costumbrista de Polka, tuviera audiencias masivas en la pantalla de El Trece gracias a las risas que provocaban los hermanos Marquesi. El paso del tiempo, obvio, los sitúa parados en otro lugar de sus carreras y de sus vidas, pero el reencuentro -dicen- no podía haber sido más auspicioso para la dupla que hace poco subió al escenario porteño. Ya no son compañeros de elenco, como antaño, sino que Nicolás Cabré será el director -en su debut absoluto en el rol- de Mariano Martínez en Tom, Dick & Harry, la comedia que se puede ver en el Multiteatro (Corrientes 1283).

Sentados en el sillón de la puesta argentina de la obra -que cosechó elogiosas críticas cuando se estrenó en el teatro Duke of York de Londres allá por 2005-, Cabré y Martínez vuelven a ruedo conjunto como si el tiempo no hubiera pasado. En sus respuestas y en sus miradas se percibe que hay entre ellos una relación simbiótica que los potencia. “Siempre tuvimos una relación muy natural y ahora es igual. Hay una química que es imposible de transmitir y que nosotros tenemos. Lo miro a Mariano y sé para dónde va, qué es lo que piensa y hasta qué día tiene. Eso se dio naturalmente desde el primer día que empezamos a hacer Son amores. Entonces, el trabajo ahora es más fácil. Lo era cuando los dos estábamos en el rol de actores, cuando charlábamos las escenas y si alguno se iba por las ramas el otro lo seguía sin problemas, y también lo es ahora en el vínculo director-actor. Nuestra química sigue intacta”, reconoce Cabré, que a los 42 años debuta como director teatral.

“El único cambio que notamos es el natural de la vida. Los dos pasamos los 40, somos padres, la cabeza empieza a tener otras preocupaciones. Pero la esencia artística es la misma. Siempre fuimos esto que somos ahora: dos laburantes, frontales y honestos. Es verdad que siempre tuvimos esa cosa inexplicable, que se da no se por qué y en relaciones muy particulares, de entendernos con la sola mirada”, agrega Martínez, que retoma el trabajo con Cabré tras haber compartido elenco en Los únicos (2011). Ahora, juntos, intentan hacer reír en el verano porteño de la mano de una comedia que no tiene otra pretensión que despertar las carcajadas del público.

Tom, Dick & Harry es una comedia inglesa absurda adaptada a la cultura argentina. La trama cuenta la historia de Tom (Martínez) y su esposa (Mercedes Oviedo), un matrimonio que están a punto de lograr un sueño postergado: adoptar a un bebé. Todo está encaminado y solo les falta un último paso: pasar con éxito la entrevista socio ambiental en su hogar con la mujer de la agencia de adopciones (María Valenzuela), que ha llegado para verificar dónde viven y el estilo de vida de la pareja. Claro que lo que parecía un trámite se convierte en una odisea, cuando en su afán por ayudarlos Dick (Bicho Gómez) y Harry (Yayo Guridi) -los hermanos de Tom- terminan metiendo la pata una y otra vez: ni las cajas escondidas de whisky y celulares de contrabando de Dick ni el cádaver que Harry plantea vender ilegalmente a una facultad de medicina ayudan a que el trámite de adopción llegue a buen puerto.

“Es una comedia blanca, que tiene mucho de vodevil, al punto de que Marian va de un lado al otro todo el tiempo, porque su personaje Tom esta lidiando con cosas permanentemente. A Marian lo van a ver como creo yo nunca lo vieron. Es una obra que necesita mucho ritmo y que por suerte estamos logrando que eso se dé. Por momentos alcanza lugares desopilantes, en otros tan aburridos como cotidianos, pero siempre con la risa a mano”, cuenta Cabré. “No venimos a hablar sobre la adopción o si es trabajosa su posibilidad en la Argentina. Es apenas el puntapié inicial, el momento en el que está la pareja, y los hermanos que lo vuelven loco con apariciones y actitudes inoportunas. Nadie va a encontrar respuestas o información sobre la adopción en esta obra”.

El elenco completo de Tom, Dick & Harry.

-Cuando se repasa la cartelera teatral porteña de los últimos años, se encuentra con que las comedias fueron las más elegidas por el público, como si hubiera una necesidad de reírse. ¿Creen que este es un buen momento social para estrenar una comedia como Tom, Dick & Harry?

Nicolás Cabré: -Es imposible saber lo que el público quiere ver. Cuando suceden algunos fenómenos teatrales o televisivos, son inexplicables. Si los productores tuvieran la fórmula del éxito, en función de lo que el público necesita, estarían todos los teatros llenos. Nosotros hicimos Son amores en 2001, cuando explotaba el país, mientras grabábamos mirábamos el helicóptero con De La Rúa arriba y nos decíamos “qué hacemos acá”, y sin embargo el rating estalló, porque evidentemente la gente necesitaba reírse. Y en 2002, ya en el segundo año, apenas tres meses después, cuando pensábamos que la teníamos atada, no resultó tanto… Hay muchas variables que confluyen. El teatro siempre encuentra una excusa para justificar el fracaso: que la gente no vino porque llovió, al otro día porque hizo mucho calor, al siguiente porque jugó Laferrere contra Nueva Chicago… El teatro siempre encuentra un cúmulo imparable de justificaciones para la malaria. Pero lo cierto es que cuando una obra es buena, la van a ver llueva, hagan 40 grados, o jueguen Boca y River. Desde ya que la gente siempre necesita reírse. En cualquier circunstancia. Y también que cuanto mejor estemos económicamente, más posibilidades de pagar una entrada al teatro vamos a tener todos los argentinos. Ojalá el teatro funcione siempre y en todos lados porque es maravilloso.

-Lo es al punto que, post pandemia, se recuperó mucho más rápido que el cine, por ejemplo, pese a los miedos al encerrarse en una sala, la crisis económica y el costo de las entradas. El rito teatral por ahora parece ser a prueba de todo.

Mariano Martínez: -El teatro es irremplazable. No hay video o filmación que pueda transmitir el hecho teatral, la experiencia del vivo, de la particularidad que encierra cada función en la comunión entre los actores y el público. Por algo las obras se terminan de plasmar recién en ese encuentro con el público y no antes.

N.C.: -El teatro es como ir a la Iglesia para los fieles. Ir al teatro requiere todo un proceso, un recorrido que se transforma en un ritual. Creo que al cine le pasa otra cosa: está sufriendo la transformación cultural, al igual que la TV, que trajeron las plataformas. Netflix antes no existía. Había que ir al cine a ver el ultimo tanque, la más reciente peli argentina o la joya independiente, que tenían funciones durante meses en distintas salas y en horas programadas. Hoy, las películas que se estrenan en salas en algunas semanas ya las tenés disponible en alguna plataforma. El teatro sigue teniendo esa cosa del rito, es un evento, no es una salida común y corriente, porque conlleva el arreglarte para ir, el encontrar alguien con quién ir, la pizza antes o después, o el café o la cerveza, la expectativa por ver a los actores en vivo… Es un plan único, milenario, tiene una magia que no se puede transmitir en un video. Lo mismo sucede con el circo: uno entra a una carpa e ingresa a una dimensión desconocida y única. No hay video que pueda transmitir esa sensación.

-Mariano, ¿cómo es Nicolás como director?

M.M.: -Lo veo muy tranquilo como director, con la mirada muy clara sobre lo que quiere de nosotros en la obra. Se desenvuelve como si lo hubiera hecho toda la vida y no fuera su debut. En estos 50 días de ensayo fue todo muy relajado, con marcaciones que mejoraron la obra. Eso estuvo buenísimo, no es habitual. Al menos en mi experiencia teatral, siempre pasan cosas en el proceso o surge alguna tensión. Acá por ahora viene todo muy bien.

-Nicolás, ¿te resulta más fácil actuar o dirigir?

N.C.: -No se que es más fácil. Es un nuevo rol que disfruto mucho. Siempre fui un tipo muy curioso, de estar metido con todo lo que pasaba alrededor de una puesta. Tuve la posibilidad de tener directores que me lo permitían y hoy disfruto mucho de este papel. Me gusta estar abajo del escenario. Es raro: no me dan ganas de estar arriba del escenario. Disfruto mucho al elenco, verlos trabajar y mejorar la puesta en cada ensayo. Veo lo que hacen y estar abajo me permite observarlos de otra manera. En ningún momento me agarra ganas de estar actuando.

La fama repentina y el después

El reencuentro teatral de Cabré y Martínez, admiten, se da en un contexto muy distinto al de aquel tiempo de megaexposición en el que apenas superaban los 20 años, y el éxito televisivo los invadía día y noche. Ambos coinciden que hoy disfrutan mucho más todo. “Tengo claro lo que quiero, con quién quiero pasar mi tiempo, que son mis hijos y mis amigos. Los años te van haciendo darte cuenta de quiénes son tus amigos y quiénes solo fueron 'los amigos del campeón'. Hay un aprendizaje lógico con la edad”, reconoce Martínez. “Estoy en un momento lindo, en el que puedo disfrutar mi trabajo y tengo tiempo para mí. Estoy en paz”, admite Cabré, a su lado.

-Los dos plantean que ahora disfrutan del trabajo y de su vida personal. A la distancia, ¿sienten que cuando estaban en la cresta de la popularidad no disfrutaron tanto su carrera?

M.M.: -Viéndolo ahora, siento que tuve aciertos y desaciertos, y que tuve gente alrededor que no me hacía bien. No sé si me di cuenta tarde, porque sigo vivo y tengo salud, pero en el momento de mayor popularidad es más difícil diferenciar a la buena gente de la que solo está por interés. Te das cuenta de quiénes son los amigos del campeón cuando baja la espuma y no te llaman ni para putearte. Pero también es cierto que, como en yin y el yang, también hay gente que te acompaña en todo momento, porque no le importa qué hacés o dónde estás sino quién sos. Las mieles del éxito son una fantasía. Por suerte siempre tuve el ego controlado, pero sí pensé que tenía muchos más amigos de los que tengo hoy. Eran amigos del éxito. Por eso ahora disfruto mucho la familia y los amigos.

N.C.: -Con el pasar de los años, ahora que tengo canas (risas), vivo con mucha más alegría que antes, dándome cuenta de los errores que cometí, pero también mirando atrás con felicidad. Cuando empezamos, teníamos 20 años, arriba de un éxito imposible de comprender, y se nos abrían puertas todo el tiempo… ¡Éramos dos pendejos que la sufríamos! Nos equivocamos, a veces estábamos bien, a veces estábamos mal… Éramos pibes que estábamos 18 horas juntos todos los días: grabábamos, comíamos juntos, íbamos a bailar, ensayábamos para el teatro también: era difícil de sostener. Y nos peléabamos, también, como cuando se pelean dos hermanos. ¡Estaba más tiempo con Mariano que con mi familia! Pero lo que rescato es que fuimos dos pibes sanos, que cometimos errores lógicos, pero que nos cuidábamos mucho entre nosotros. No de lo externo sino de nosotros mismos. Siempre intentamos de entender que lo que estábamos viviendo era una locura irreal y que no nos teníamos que correr de nuestros valores. Siempre fuimos los mismos. Puedo enumerar todos los errores que cometí, incluso con la prensa, a la que me divertía pelearla... aun cuando estoy en desacuerdo con muchas cosas. También admito que podría haber resuelto las cosas de otra manera. Claramente. Pero eso te lo dan los años. Pero cuando repaso los años y miro el trayecto, pienso que era lógico que pasara todo eso. Lo bueno es que éramos lo que somos hoy: nunca fuimos mala leche.