Comenzaremos, como tantas otras veces, por una confesión: ya ha pasado casi un mes y sigo mirando los penales contra Francia o emocionándome con los festejos del campeonato en sitios inesperados del planeta y alrededores (me pareció haber visto algune argentine o simpatizante de la Scaloneta en la estación espacial Mir, en Marte, en Alfa Centauro, en alguna peli ambientada en la prehistoria mesozoica o en la mente delirante de algún científico loco, pero puede ser un fake-dream mío).

Realicé una pequeña encuesta (aunque desde que me abandonó la licenciada A. no creo más en las estadísticas, pero…) y mis coavatares (o sea, coetáneos en redes sociales) me respondieron que no hacía falta que consultara a un psicoanalista, que a elles les estaba pasando lo mismo que a mí, y que si finalmente decidía consultar a un “afreudescendiente” (manera de llamar a los “psi” sin discriminarlos), probablemente él, ella o elle no me atendería, o me diría: “Esperá, que recién voy por el primer tiempo”, o a lo sumo: “Esperame un Francia –o sea, un segundo–, que estoy supervisando con el terapeuta del Dibu”.

Y creo que todo esto, contra todo lo que me puedan decir, es más que razonable. Me parece que la Scaloneta generó un fenómeno nacional y popular muuucho más allá de las posibles opiniones políticas de sus integrantes, porque la generaron como grupo, como equipo, como un colectivo que, mal que les pese a otros colectivos/as, es de verdad, de abajo arriba, con deseo y erotismo (en tanto vitalidad).

La imagen de Lionel Messi acercándose al equipo con la Copa entre los brazos mientras todos iban preparando “el gran salto”, el grito de “gooooool” de millones de voces al mismo tiempo en las calles vacías, los abrazos inconmensurables, ¿no son lo más parecido que hay a la energía de 47 millones de orgasmos todos juntos? Lo que lloramos los argentinos ese día podría resolver varias sequías. Y cuénteme quien haya visto alguna manifestación que supere la del martes 20 en el Obelisco.

Pero, además, pensemos un poco: si le preguntásemos a un extranjero, en su propio país, pónganle un belga, finlandés o camerunés qué sabe de la Argentina, probablemente diría: “Evita, Borges, Che Guevara, Maradona, Gardel, Messi”. ¡Todos grandiosos, pero todos/as individuos! Quizás, a partir de ahora, agreguen “la Scaloneta”, vale decir “un grupo de personas, un equipo, un proyecto” a la definición de argentinidad. ¡Y eso es mucho, lectores de mi tricúspide!

A quienes destacan "el triunfo del individuo” y no quieren ver lo popular, les recuerdo que el “dale campeón, dale campeón", cuatro veces (entónenlo, plis) no lleva otra música que la del estribillo de la marcha peronista. “¡Vaya, vaya!”, dirían Les Luthiers; “Valla, valla”, diría Larreta.

Cualquiera que haya visto “el vestuario”, los festejos allá y acá de nuestros jugadores, puede tener clarísimo que, aunque jueguen en Europa, siguen siendo argentinos. Los poderosos de siempre y sus lacayos la ven claramente y hasta critican por eso. Desde acá les diremos, primero: “Andá payá, bobo” y, segundo, Francia. Pero los que viven de “buitrear”, saquear o piratear el patrimonio (que casualmente empeza con "patri", como “patria”), los recursos y hasta la historia ajena, la tienen superclara. Y no me extrañaría que ya estén apuntando a los pibes, esos que todavía no están en la Scaloneta pero podrían hacernos tricampeones en 2030, para que deserten de sus historias, de sus orígenes, y no solo jueguen en clubes europeos, sino también en Selecciones europeas.

Ya lo lograron con algunos (mayormente de África), seguramente lo intentarán con Latinoamérica y Asia. Hasta podrían pasarles videos del Sumo Macrífice diciéndoles que si se europeízan van a ser de “la raza superior”. El precio que les piden a cambio de tanto dinero y pertenencia aspiracional es "bajísimo": dejar de ser ellos mismos; que en lugar de “Benito López" o "Angelito Díaz” –nombres ficticios– sean “Blessed Wolf” o "Einyel Days”.

Y mientras los “aceptables incluidos” se dediquen a salir campeones “como corresponde” y a ganarles de una vez y para siempre a los sudacas, los poderosos de verdad se dedicarán a asuntos triviales como gobernar, hacer grandes negocios y decidir la suerte del resto del mundo.

Para eso, necesitan del olvido, de desvincular a la gente de su propio origen, de su historia. Desinformarnos, deformarnos y, sobre todo, hacer que perdamos nuestras identificaciones, nuestras marcas. De hacernos/los caer en la más prestigiosa y en algún caso muy bien paga ignorancia: la más rancia igno.

Sugiero acompañar esta columna con el video “Chamamé para Mbappé” de RS+ (Rudy-Sanz)