Vida rara, la de Carlos Guido y Spano, nacido en cunita de oro y salvado de la miseria con una jubilación estatal. Obra rara la de este poeta hijo de federales, criado más afuera que adentro, finérrimo a la francesa y criollo de hacer coplas. La historia lo encajó en un nicho raro, el de que nadie se termine de acordar de él, pero que hasta el gato se acuerde de dos frases de sus poemas.
Guido Spano fue prácticamente un brasileño, porque su padre se lo llevó a Río de Janeiro cuando Rosas lo nombró ministro plenipotenciario ante el Imperio. El chiquilín nacido en la Buenos Aires de veinte cuadras de ancho y criado medio que a caballo en el campo, terminó entre el Paso Imperial y los barrios de sobrados velhos de la entonces capital del Brasil. A los 21 lo mandan a París, donde vivía un hermano que se había enfermado fuerte y necesitaba una cara amiga, pero la llegada fue durísima: el hermano había muerto durante el largo viaje en velero y era el año 1848, el de las barricadas y los fusilamientos.
El pibe, ya poeta de entrecasa, hace una vida medio política, medio bohemia, que ya de viejo recordaba con nostalgia, como hacemos todos. "Del hotel a la taberna, de la taberna a la Sorbona, de la Sorbona a oír disparatear en las cámaras a los primeros oradores del mundo, y de allí a los teatros, a los museos, al gabinete de lectura, a la cucaña de los placeres fáciles". Del parrafito, hay que quedarse con el verbo "disparatear", tan útil hoy en día.
Eventualmente, viene la vuelta a la realidad carioca, que no dura mucho por una crisis diplomática de las bravas. La familia es evacuada de inmediato a Buenos Aires, Carlos se toma un buque a Londres, donde no se divierte tanto y no dura tanto. Finalmente, se vuelve a Buenos Aires, a ver cómo le va como hijo de diplomáticos federales derrocados. Le tiran un hueso, algún nombramiento, una subsecretaría, lo que le permite casarse. Pero en 1861, con 34 años, renuncia y se va a Montevideo, donde las pasa negras con un conchabo de corrector de imprenta. Pasa por Río, tentado por algún negocio, que tampoco funciona, y se vuelve al pago.
Como perseguido por una nube negrísima, Guido y Spano sufre más desgracias con la muerte de sus padres y de su esposa, el mismo año. Deprimido -no era para menos- se dedica a escribir y nada más, con cuarenta cumplidos y nada más que mostrar. Recién en 1872 el flamante presidente Nicolás Avellaneda lo rescata del saco gastado y el guiso todos día por medio con un puesto en Agronomía y luego en el Archivo General de la Nación. Se jubiló pronto, y siguió siempre escribiendo.
Y acá viene al curiosa posteridad del poeta, la de las dos frases indelebles que nadie recuerda que eran de él. Guido y Spano contempla la guerra del Paraguay desde la vereda de enfrente. Como Alberdi, ve la masacre tripartita como un crimen de la guerra y como un acto de barbarie de los que se ponían el quepí a la francesa para decirle bárbaros a los que usaban chiripá. En su poema Nenia, el poeta le da el protagónico a "una joven paraguaya" que canta con el harpa en idioma guaraní. ¿Qué canta la moza?
¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú
llora, llora urutaú!
Son nueve estrofas, pero sólo esta sigue viva en canciones o en citas al azar, muchas convencidas de que es un poema paraguayo. Pero es un poema de estas pampas y un precursor de la protesta cuando explica que se vivía feliz "hasta que vino la guerra y su saña" que no dejó nada en pie. "Todo en el mundo he perdido /en mi corazón partido/ no ha dejado nada en pie".
El otro personaje del poema es el novio de la moza que canta al harpa. En lugar de un bárbaro mestizo, el muchacho es alguien que cayó "como un héroe en el Timbó/ al pie sepultado está/de un verde ubirapitá". "Lo mataron los cambá / no pudiéndolo rendir /él fue el último en salir / de Curuzú y Humaitá". El mozo no sólo era un héroe, era un veterano de la terrible batalla de Curupaití. La niña guarda el momento en que la "estrechó triunfante" después del combate.
La otra frase que hizo carrera es nada menos que "Argentino hasta la muerte", apropiada por los nacionalistas desde hace más de medio siglo -en buena parte, por el éxito de Rimoldi Fraga- y usada como arma de tantas provincias contra el que suene bonaerense o, peor, porteño. Es una ironía de aquellas, porque la frase viene de Trova, un canto de amor a esta provincia y su entonces capital:
He nacido en Buenos Aires
¡Qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte,
He nacido en Buenos Aires.
Para mayor espanto del nacionalista de turno, el poema es de un entusiasmo de patria chica difícil de empardar. "¡Tierra no hay como la mía / ni Dios otra inventaría / que más noble y bella fuera!" Todo es perfecto, para el autor, en la provincia vieja: las mujeres son lindas como guindas, el aire es "sabroso", la tierra "voluptuosa" y perfumada "de junquillos y arirumas". Guido y Spano le desea lo mejor a su pago:
Triunfa, baila, canta, ríe
la fortuna te sonríe,
eres libre, eres hermosa,
entre sueños color rosa,
triunfa, baila, canta, ríe.
Y por si no le alcanza al lector lejano, agrega:
¡Cuántos medran a tu sombra!
Tu campiña es verde alfombra,
tus astros vivos topacios,
habitando tus palacios
¡Cuántos medran a tu sombra!
Guido y Spano vivió, seguramente para su asombro, hasta los noventa años, trecho suficiente como para que te canonicen en vida. Fermín Estrella Gutiérrez, uno de los fundadores del canon, le puso la lápida de "noble y glorioso poeta", y en las escuelas circulaban obligatoriamente sus poemas más presentables, más franceses. Terminó siendo una suerte de ídolo, rodeado de estudiantes, visitado por funcionarios del régimen a los que recibía en la cama con la excusa de estar paralizado. Se murió con la melena romántica que retrató Jacinto Capuz, en 1918, listo para el bronce y los discursos fúnebres, y para prestarle el nombre a escuelas y bibliotecas por todo el país.
Pero de esta máquina de hacerte olvidar que es la posteridad oficial, lo que nos quedó a todos es que sigue llorando el urutaú, para recordarnos el peor crimen de la República, esta de la que somos "hasta la muerte", aunque sea un poema de amor a esta provincia y sus campiñas. Y el enorme homenaje de César Fernández Moreno que le toma la estrofa en 1954 para su poema Argentino hasta la muerte, la transforma en un irónico "y bueno, soy argentino" y se manda una de los cosas más críticas y cariñosas jamás escritas por estos wines.