Portada del libro que recopila los artículos de Nora Ephron

El letrero de la puerta dice Film Productions y todo parece de lo más soso. La recepcionista es una mujer agradable y rolliza que se llama Frances y que se parece a cualquier recepcionista de cualquier oficina. Pero esto no es, me asegura Frances, cualquier oficina. “Ni mucho menos”, dice. “Yo trabajaba para el Catholic News. Aquello era interesante. Luego trabajé en una agencia de publicidad. Teníamos a Rheingold, y Nat King Cole iba muchísimo por allí. Aquello era interesan- te. Pero esto sí que es interesante de verdad”. Esto, en realidad, es la oficina que produjo la película pornográfica de mayor éxito de la breve y reciente historia de la cinematografía pornográfica para el gran público. Frank Yablans, de Paramount Pictures, habla de ella con frases que suenan sospechosamente a titulares de Variety, la llama “El Padrino de las películas porno”.

Estoy en las oficinas de Film Productions porque hace una semana, en una de esas noches en que era casi imposible encontrar una película que no hubiese visto alguien del grupo, acabamos en un cine atestado viendo la sesión de las siete y media de Garganta profunda, y fuimos allí porque habíamos leído que Mike Nichols la había visto tres veces y algunos amigos habían dicho que no solo era la mejor película de su género sino realmente divertida. La revista Screw le había adjudicado cien puntos en el Medidor Pene. Había una entrevista con la estrella de la película, una tal señorita Linda Lovelace en Women’s Wear Daily (“Solo soy una chica sencilla a quien le gustan las fiestas modernas y las colonias nudistas”, decía) y una columna de Pete Hamill en la revista New York. En resumen, se hablaba muchísimo y se escribía muchísimo sobre la película; no haberla visto parecía en cierto modo... abandono, negligencia.

La trama de Garganta profunda (el hecho de que la tenga se considera ya una especie de innovación) trata de una joven, Linda Lovelace, interpretándose a sí misma, que no puede hallar satisfacción sexual a través del intercambio carnal. “Yo quiero oír repicar de campanas, quiero que se rompan los diques, que exploten cohetes”, dice ella. En fin, va a un médico y este descubre que su problema es simplemente que tiene el clítoris en la garganta (sí, sí, el famoso síndrome clítoris-en-la-garganta). Tras el diagnóstico, ella se embarca en un afanoso programa de conducta compensatoria (debo decir aquí que sus habilidades se relacionan sobre todo con el hecho de que, como los tragadores de sables diligentes, ha aprendido a controlar los músculos de su garganta hasta el punto de que no parece tener el menor reflejo de vómito) y al poco tiempo, se rompen los diques y explotan cohetes.

“No sé por qué o para qué”, dice Lou Perry, “pero todas las grandes empresas cinematográficas de Estados Unidos nos han llamado pidiéndonos prestada una copia para el fin de semana”. Perry es el productor de Garganta profunda. Tiene treinta y cinco años, pelo oscuro, algo de barriga y hasta que empezó todo esto se llamaba Lou Perino. Está sentado aquí en su oficina en Film Productions en medio de lo que se considera una crisis del negocio de las películas porno: un ayudante de Hugh Hefner acaba de llamar pidiendo una copia de Garganta profunda para la colección privada de películas de Hefner, y no hay ninguna copia disponible.

“Oye”, dice Perry a una persona tatuada que se llama Vinny, y que trabaja para él. “Llama a Fort Lee. Llama a Atlanta. Esto es muy importante. Playboy nos da tres páginas en el número de febrero. Tenemos que encontrar una copia”.

Nora Ephron

LA HISTORIA DE UN ÉXITO

Al parecer, Perry prefiere no explicar qué hacía exactamente antes de entrar en el negocio del cine porno, pero se muestra muy dispuesto a explicar la historia de su gran éxito.

“Bueno, entré en esto cuando invertí dinero en una empresa que estaba en esto y que se fue a la quiebra. Hicimos luego dos películas. Una fue Sex USA. Ambas películas eran documentales sobre cosas que estaban sucediendo, espectáculos porno, entrevistas en las que se preguntaba a la persona entrevistada qué pensaba de los espectáculos porno. Sex costó entre doce y quince mil dólares. Hasta ahora, ha producido seiscientos mil. Lo de Garganta profunda fue que decidimos hacer otra película y no queríamos que fuera un documental. Habíamos visto esa otra película, Mona. Era distinta, tenía argumento. Estaba hecha con lo que podríamos llamar espíritu de improvisación. Pensamos en la posibilidad de hacer exactamente lo mismo. Así que decidimos buscar un tema. No conseguíamos dar con nada bueno, simplemente íbamos a hacer otra Mona. Luego, casualmente, Jerry Damiano, el escritor y director, vio en una fiesta a la chica. Lo que había hecho aquella chica era fantástico. Él nunca había visto que nadie hiciera algo parecido. Así que pensó, ¿por qué no hacer una película sobre esta chica? Empezamos con un presupuesto de quince mil dólares, y luego subió a veintidós mil y luego a treinta y dos mil, y luego dijimos, qué demonios, vayamos hasta el final. Cuando acabamos, habíamos gastado cuarenta mil dolares. Yo estaba muy preocupado, la verdad. Antes de lanzarla al mercado hicimos un pase privado. Amigos personales, distribuidores, subdistribuidores. En fin, he asistido a muchos pases privados de películas de este tipo, pero esta película... bueno, cuando ella hace por primera vez lo de la garganta, cuatro o cinco de los hombres presentes gritaron ‘Hurra’, y al final de la secuencia había quince tipos de pie aplaudiendo como locos. En ese momento nos dimos cuenta de que teníamos un éxito entre manos. Screw publicó una crítica a la semana del estreno diciendo que era la mejor película porno de todos los tiempos. Eso influyó mucho en lo que pasó. La película salió al mercado teniendo como rival a Cabaret y después de Shaft, y nuestras ganancias superaron a las de ambas”.

Quizá sea un terrible error tomarse muy en serio Garganta profunda y su éxito. Estas cosas pueden suceder sencillamente porque sí. Pero me resulta inevitable pensar que la pornografía que causa este tipo de impacto ha de tener algún significado. He visto muchas películas porno en mi vida (bueno, no es cierto, habré visto cinco o seis), y aunque la mayoría eran infames, algunas eran dulces e inocentes y realmente eróticas. Garganta profunda, por su parte, es una de las más desagradables e inquietantes que he visto en mi vida: no solo es antifemenina sino también antisexual. Entré en el World Theatre sintiéndome absolutamente inconmovible (después de todo, puedo soltar las indecencias más horribles casi con absoluta indiferencia) y salí del local como una ñoña estremecida fanática. Dadme al Peckinpah más sanguinario... Hay una escena en Garganta profunda, por ejemplo, en la que un hombre introduce un consolador hueco de vidrio en la señorita Lovelace. Lo llena de Coca-Cola y bebe de él con una paja quirúrgica: el público explotó en risas nerviosas pero yo bordeaba el desmayo. No podía dejar de pensar un instante lo que pasaría si se rompía el cristal. Cuando leo críticas de este tipo siempre me encojo (feministas locas que se comportan escandalosamente y que critican películas no políticas en términos políticos) pero cuando acabó la película, me invadió una aburrida oleada de retórica del movimiento. “Denigrante para las mujeres”, grité cuando salíamos del cine. Empecé a mascullar sobre la reacción clitórica. Los hombres con quienes estaba fingían no conocerme, y luego, cuando insistí en dirigir mis palabras a ellos, me aseguraron que estaba exagerando, que era simplemente una película y que ni siquiera les había excitado. Pero me negué a calmarme.

"Bueno, Nora", dijo uno de ellos, jugando lo que debió considerar su as de triunfos, apelando a mi sentido del humor. "Hay algo que tienes que admitir: la escena de la Coca-Cola era divertidísima".

Afiche de Garganta profunda

UNA CHICA SENCILLA

Qué hacía exactamente Linda Lovelace para ganarse la vida antes de convertirse en la primera superestrella de su género es algo respecto a lo cual prefiere no extenderse. Dirá, sin embargo, que tiene veintidós años, que es de Bryan, Texas, y que decidió venirse a Nueva York hace casi dos años. Había conocido a un hombre, a quien llama J. R., antiguo infante de Marina, que ahora es su representante y que le enseñó el truco de relajar los músculos de la garganta, y los dos salieron juntos hacia la gran ciudad.

–Yo iba a conseguir un trabajo como bailarina top-less o algo así –dijo la señorita Lovelace–. Realmente no creí que lo que pasó pudiese pasar.

Al cabo de unos meses de su llegada a Nueva York, Linda y J. R. fueron a una fiesta.

–J. R. conoció a Jerry Damiano y acabaron hablando de lo que podía hacer yo –dijo la señorita Lovelace–. Y cuando me vio, le gusté y le gustó mi aspecto, se entusiasmó.

Hablo con la señorita Lovelace por conferencia (ahora vive en Texas con J. R.) y sostenemos una conversación que deja algo que desear. Por ejemplo, la idea que tiene Linda Lovelace de la sinceridad es insistir en que su nombre es realmente Linda Lovelace, y su idea de una respuesta inteligente a la pregunta de si tiene alguna peculiaridad especial, es decir: “Trago bien”. Por si todo esto no bastase, resulta que Linda Lovelace consideraba la escena de la Coca-Cola y el consolador de cristal más divertida incluso de lo que la consideraban mis amigos.

–En realidad –dice–, creo que lo más divertido de toda la filmación fue lo que pasó cuando hicimos esa escena. Iban a filmar un poco más, pero alguien dijo algo y yo me eché a reír y el consolador de cristal salió por el aire y se hizo pedazos.

No estoy segura de lo que yo esperaba de esta entrevista: sinceramente no esperaba que Linda Lovelace fuese Jane Fonda en Klute, ni pensaba tampoco que, como resultado de nuestra conversación, viese la luz y abandonase para siempre el negocio del cine porno. Por otra parte, no esperaba lo que está pasando, que es que parecemos dedicar tanto tiempo a hablar de mí y de lo que evidentemente la señorita Lovelace considera mis problemas como a hablar de ella y de lo que yo claramente considero sus problemas. Como en este diálogo:

–¿Qué sensación te produce que te reconozcan en la calle? –pregunto–. Lou Perry me contó que te ponía un poco nerviosa.

–¿Por qué iba a ponerme nerviosa?

–No sé –le digo–. Yo creo que me pondría nerviosa si alguien me reconociese como la estrella de una película porno. Sobre todo en la zona de Times Square.

–¿Te pondrías nerviosa –me pregunta– si anduvieses desnuda y te viesen extraños?

–Sí.

–¿Ves? Yo no.

Y así estamos. Linda Lovelace, “solo una chica sencilla a la que le gustan las fiestas modernas y las colonias nudistas”. Y yo, una feminista llena de obsesiones, rígida, burguesa, inhibida, posiblemente puritana, que perdió su sentido del humor en una película porno. No es exactamente la imagen que tenía de mí misma, pero creo que podré superarlo.