“Qué lindo que yo me acuerde, de don Juan Riera cantando, que así le gustaba al hombre, lo nombren de vez en cuando”, comienza así la popular canción, con la semblanza de un hombre que no pasó desapercibido en la sociedad salteña de gran parte de siglo XX.
Riera había nacido en Ibiza, España, el 16 de enero de 1896, desembarcando en Argentina alrededor de 1910. Poco tiempo después, a sus 14 años, se traslada a la provincia de Tucumán donde comienza a trabajar como vendedor ambulante de masitas y derivados de la pastelería, oficio aprendido en su tierra natal.
Instalado en el norte del país, una oportunidad de trabajo en el Ferrocarril Transandino Salta-Antofagasta, conocido también como Huaytiquina, antecesor del Tren a las Nubes, lo tentó para mudarse aún más al norte: “Huaytiquina paga”, decía el aviso en el periódico de la época, y tras el sueño de un mejor empleo, Juan Riera viajó a Salta.
El anarquista
Posiblemente en aquel trabajo que reclutó a numerosos inmigrantes recién arribados, conoció y abrazó las ideas del anarquismo, de las cuales se convirtió en un férreo difusor, costándole persecuciones durante gran parte de su vida, tanto a él como a su familia.
Según relata Edgardo Diz en su investigación sobre Juan Riera, “A lo largo de la construcción de esta línea de ferrocarril se registraron distintos momentos de agitación huelguística y por este motivo muchos trabajadores fueron expulsados. Probablemente fue durante aquel periodo cuando Juan Riera conoció a otros militantes libertarios activos en la región”.
Hacia 1921 trabajó en el ingenio azucarero San Martín del Tabacal, encontrándose vinculado con diferentes grupos de ideas anarquistas tales como la “Agrupación Despertar”, o siendo afiliado a la Federación Obrera Local Salteña (FOLS), al tiempo que colaboraba con los periódicos Despertar, La Antorcha, La Idea y El Coya, entre otros, según relata Diz en su trabajo de investigación.
La dictadura del presidente Uriburu, de origen salteño, conocía muy bien los movimientos de los grupos de agitación en la provincia, conformados entre otros, por Riera. Comienza entonces una fuerte ofensiva para desarticularlos y perseguirlos, y en ese contexto, Juan Riera tiene que escapar. Lo hace siguiendo la ruta que dibujaba el tren Huaytiquina hasta llegar a Bolivia, un inhóspito itinerario que conocía al dedillo por haber estado implicado en su construcción, resguardándose en caseríos de compañeros desperdigados entre los cerros.
Quien relata recuerdos y trazos de la vida de Juan es su nieta Aída: “Mi abuelo era anarquista. A él lo persiguieron mucho por sus ideas. Tal es así que mi papá, Ermes, nació en Tartagal porque se tuvieron que escapar en la época de Uriburu. Mi abuela se quedó en lo de una amiga que vivía en Campamento Vespucio y es por eso que mi papá nació en Tartagal”.
Luego del exilio en Bolivia y el norte salteño, ya instalado en la capital provincial, Riera retomará el oficio panadero, labor estrechamente vinculada con el ideario ácrata, ya que serán estos en 1887 quienes crearán de la “Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos”, conocida luego como Sindicato de Panaderos, abriendo el camino a las primeras organizaciones sociales de este tipo en Argentina, antecedente directo de los gremios.
Una familia
El recuerdo en palabras de su nieta se hace rápidamente extensivo a la abuela Augusta Caballerone, compañera de vida de don Juan. Juntos tuvieron 10 hijos, “Con Augusta, mi abuela, se conocieron en Salta. Ella era hija de italianos y una persona muy compañera”.
Aída evoca desde la mítica panadería familiar, hoy ubicada en la calle Independencia de la capital salteña, recuerdos y memorias de su abuelo y la familia: “Mi abuelo era pastelero, el oficio de panadero lo aprendió después. Hacía productos de pastelería y los salía a vender con sus hijos en canastos como vendedor ambulante. Eso fue lo primero que hizo”.
“También iba a la procesión del Milagro, a las canchas, a las plazas, ahí vendía masitas. Las preparaba en la casa y salía con sus hijos: Ermes, Floreal y Hugo. Por ejemplo, Ermes no sabía sumar, entonces le decía que venda de a 5 para que le resulte mas fácil la cuenta”.
La tradición familiar por el oficio panadero continúa vigente hasta el día de hoy, en un negocio que tuvo distintas locaciones, comenzando en la calle Pellegrini 515, pasando por Lerma 830, hasta la actual dirección que mantiene desde 1964, en Independencia 885.
Hoy, alejada del rubro con el fin de dar lugar a las nuevas generaciones, Aída relata emocionada lo vivido junto a sus abuelos, su padre y sus tíos: “Los recuerdos de mi abuelo son muy lindos. Andábamos con mis primos jugando siempre. Él nos hacía jugar en el patio. Acá en la calle Independencia, ya de grande, se sentaba a leer al sol. Nosotros lo rodeábamos y el nos decía ‘niños, niños’, era una gracia para nosotros porque nunca perdió su tono, su acento español”.
Don Ermes Riera, padre de Aída, será quien tome la iniciativa de rescatar la memoria familiar editando el libro “Juan panadero, antes y después”, y también será quien de alguna forma conserve el legado panadero y comercial dejado por su padre, aquel que desde pequeño ejercía cuando vendía masitas en la calle junto a sus hermanos.
Hoy se pueden ver en la panadería las nuevas generaciones de Riera en las distintas tareas del comercio: en el mostrador, en el reparto, en la cuadra horneando o en los grandes mesones amasando para el día siguiente, continuando una tradición familiar panadera que va camino a los 100 años.
La zamba
Si bien la vida de don Juan Riera ya era relevante, su popularización quedará inmortalizada en diferentes romances y poesías que sus amigos y compañeros de ideas le dedicaron a su solidaridad de brazos y puertas abiertas.
Una de las más conocidas es la escrita por el poeta Manuel J. Castilla, quien bocetó unas estrofas y las entregó a Gustavo “Cuchi” Leguizamón para la musicalización. Así nació una zamba sentida, con hondo contenido de fraternidad humana, y que al mismo tiempo pasó a ser de referencia ineludible para el folclore nacional: “Zamba de Juan Panadero”.
Panadero Don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba ese pan del trigo
como quien entrega el alma
Como le iban a robar
ni queriendo a Don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.
La semblanza de la puerta abierta trascenderá, mostrando el pensamiento y accionar cotidiano del panadero Riera. Su nieta Aída dice al respecto: “Es cierto que mi abuelo dejaba la puerta abierta. Eran esas casas de antes que tenían una puerta que daba a la calle, un zaguán y otra puerta. Entonces él dejaba abierta la puerta para que nadie durmiera a la intemperie. Castilla lo conocía muy bien a mi abuelo y por eso escribió la zamba”.
“Cuchi” Leguizamón cuenta una anécdota sobre la razón por la cual Manuel Castilla le escribe los versos al panadero. Cuenta que el poeta trabajaba en diario El Instransigente, y un día lo despiden quedándose sin trabajo. Con todos los problemas de esas horas, trámites y preocupaciones, no había tenido tiempo de pasar por la panadería y recoger su pan. Entonces Juan Riera, al enterarse de la situación, se le presenta y le dice: “cuando usted tenía trabajo me parece bien que vaya a buscar su pan, pero ahora que está cesante, el que le tiene que traer el pan soy yo”. Esta actitud genera en Castilla la necesidad de inmortalizar al panadero y sus múltiples gestos de altruismo, en una poesía.
A poco de cumplirse 129 años de su nacimiento, nombrar a don Juan Riera no es solo pensar una bonita zamba que resuena en todas las peñas, sino que aquella canción fue la consecuencia de los ideales solidarios, del tesón en el oficio panadero, y de la puerta siempre abierta para todo aquel que necesitara un cobijo.