La primera parte de esta historia se sitúa en 1979, con la publicación de la novela infanto-juvenil del escritor y filósofo francés Michel Tournier, Pieró, los secretos de la noche, y sigue en 1994 con la versión teatral-musical de ese texto a cargo del holandés Guss Ponsiöen. La segunda parte tiene como protagonista a Frida León Beraud, quien vivió en Neuquén hasta 1991. Ese año viajó a Alemania para estudiar en la Academia de Actuación Ernst Busch, hace más de 20 años reside en Suiza donde trabaja como actriz, directora y titiritera, y en 2004 fundó la compañía Dalang&Co con la que realiza giras por Europa. En varios festivales se topó con el musical de Ponsiöen y pensó: “Alguna vez me gustaría hacerla en mi país, quiero que sea la primera traducción al español de este clásico del repertorio de títeres”.
Con esa idea contactó a sus colegas Hernán Matorra y Jorge Arbert: el primero vive en Argentina y es pianista; el segundo comparte con ella el oficio de actor y titiritero, trabaja en su compañía, es argentino, pero hace tiempo vive en Alemania. Hernán fue quien contactó al otro eslabón de la cadena artística: Gastón Marioni, con quien ya había trabajado en espectáculos como La gran farándula y Tanguito mío. “Me pasaron el texto y la música. En primera instancia el texto no fue lo que más me sedujo, pero la partitura me pareció exquisita. Un musical para pibes y pibas con tanto puntillismo y sofisticación. Eso fue lo que más me conmovió”, relata a Página/12 Marioni, quien se hizo cargo de la dirección de Pieró, el musical, espectáculo para todas las familias que combina teatro, música y títeres, y se presenta los miércoles a las 19 en El Picadero (Pje. Santos Discepolo 1857).
La novela de Torunier narra el romance entre Pieró y Colombina –dos vecinos de un pueblito de Italia– y la intervención de Palettino, el tercero en discordia. El francés retoma la tríada de personajes arquetípicos de la Comedia del Arte para contar una historia de amor tradicional que termina con el tan mentado “vivieron felices y comieron perdices” en la versión literaria y en el musical. Pero cuando Marioni leyó eso, pensó: “Ninguna perdiz. Ok, vivieron felices pero sin comer perdices. Fueron felices a su manera otra, múltiple, diferente”. La novela es de 1979 y el musical de 1994, pero hoy los paradigmas cambiaron sustancialmente. “Trabajamos en la reescritura a partir del debate y la problematización del texto. No me podía hacer el sonso. Teníamos que preguntarnos qué hacer en tiempos de niñes, donde la familia heteronormativa, blanca y europea ya no es un lugar garantido”, apunta.
Los arquetipos son formas rígidas porque responden a una tradición teatral, pero Marioni hizo pequeñas modificaciones para transgredirlos sin perderles el respeto y preservando su esencia, modificaciones asociadas a los recursos escénicos más que al texto en sí. “Afortunadamente en nuestras sociedades todo esto se puso en discusión a partir de los movimientos feministas e inclusivos. La antinomia es el arquetipo paralizado, fijo y normativo para todos. Lo que hice –y esto lo blanqueé enseguida con el grupo– fue tocar un poco el texto, con respeto, sin perder el espíritu original, pero sobre todo repensarlo desde los recursos sígnicos escénicos porque me parece que es una obra de otro tiempo. Hoy recurro al concepto de ‘teatro para las infancias’, pero hace 20 años yo también me refería a ‘teatro para chicos’. Por suerte somos protagonistas de un tiempo transicional que necesita mucha más apertura y lógica de lo diverso”.
Otro de los cambios para “buscarle la vuelta y desactivar lo normativo heterodoxo” fue la relectura de los personajes de Sol y Luna. En el original son “El” Sol y “La” Luna, pero en holandés los artículos están cambiados: Sol es femenino y Luna es masculino. En la traducción al español surgieron “Don” Luna y “Doña” Sol, también arquetípicos pero invertidos. “En el original estos personajes aparecen como astros geofísicos, pero acá los pensamos como una dupla de maestros de ceremonia al estilo Pinky y Cerebro o El Gordo y El Flaco, donde Ella es la lista y Él es el lento para poder contar esa otra historia de amor posible”, explica Marioni.
El relato está construido en tres capas enunciativas: por un lado el romance entre Colombina y Pieró, por otro el vínculo fraterno de los amigos argentinos titiriteros reencontrados a un océano de distancia de su tierra y, finalmente, la dimensión meta-teatral a cargo de Don Luna y Doña Sol donde se exponen los procedimientos de la maquinaria teatral con tintes de humor. “Con los presentadores es como si dijéramos: ‘estamos en el teatro, esto no es real, es un juego, un pacto gracias a que vos te sentaste en la butaca’. Lxs niñxs siempre celebran esto de mostrar el artificio, mueren de risa”.
En el estreno esa celebración fue muy literal. Desde la platea, un chico del público gritó en referencia al personaje interpretado por Gabriela Genovese: “¡Está loca!” y desató una risa colectiva en la sala. Marioni asegura que “ese niño se robó la obra, el público lo amó y obviamente fue el tema de conversación toda la noche”. A veces es tan sencillo como eso: en una acotación espontánea reside toda la magia del teatro. “Uno organiza, prevé, ensaya, repite, pero ese comentario fue como poner en palabras lo que los adultos callamos porque la cultura nos adiestra y nos encorseta un poco. Qué maravilla esa ingenuidad. El niño echó por tierra cualquier previsión que uno pudiera hacer sobre la obra: él se la apropió, puso esa risa y el público la tomó. Por eso amo el teatro para las infancias”.
Cuando se le pregunta por esa magia, el director dice que no tiene respuestas sólidas pero alude a los misterios del convivio que suelen mencionar Mauricio Kartun o Jorge Dubatti. El teatro –dice Marioni– es el más pobre de los hermanos del arte en términos de recursos, sobre todo si se trata del circuito independiente, pero sostiene que es “una pobreza muy feliz, muy rica” y afirma: “Hay que celebrar la fuerza del teatro porque es una de las grandes herramientas contra la adicción a las pantallas. Esta idea del acontecimiento fugaz de encuentro entre humanos es lo que pasó el miércoles con este niño, algo que por supuesto no se repite nunca más: nació y murió ahí. Basta con que un grupo de personas en la salita más pequeña de Buenos Aires se junte a celebrar un rito teatral: no hay con qué darle al contacto, a la cercanía física, la temperatura del otro o la risa de un niño en medio de la función que hace descarrilar por completo cualquier previsión del ritmo escénico. Son los niños y las niñas quienes terminan reescribiendo la versión final de la obra”.
*Pieró, el musical puede verse los miércoles a las 19 en El Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857). Las entradas pueden adquirirse por Alternativa Teatral.