Dos hombres se encuentran para debatir acerca de la existencia de Dios, el amor, la vida y la muerte. Ese mismo día, Inglaterra entra en la Segunda Guerra Mundial. Los protagonistas en cuestión son el médico Sigmund Freud y el escritor Clive Staples Lewis. Encerrados en un despacho de una casa londinense, ambos intentan reordenar el caos del mundo mientras afuera la civilización estalla en mil pedazos.
Escrita por Mark St. Germain, La última sesión de Freud reconstruye los últimos días de vida del padre del psicoanálisis, e imagina un encuentro que nunca existió invocando al autor de Las crónicas de Narnia. Y en ese cruce, dos paradigmas de pensamiento (el de la ciencia y la religión) se baten a duelo. Con adaptación y dirección de Daniel Veronese, Luis Machín (Freud) y Javier Lorenzo (Lewis) son los encargados de ponerle el cuerpo a esa batalla intelectual que vuelve a la escena local diez años después de su primera versión, esta vez en el Teatro Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857), de jueves a domingos a las 20.
La obra se estrenó en Nueva York en 2010, y debido a su éxito se trasladó a otras ciudades como Londres, Madrid, Tokio, Río, Los Angeles, Estocolmo, México, Chicago y Seattle. En ese marco, llegó a Buenos Aires por primera vez en 2012, y se estrenó en el Multiteatro con los protagónicos de Jorge Suárez, en el papel de Freud, y Luis Machín, que en ese entonces encarnó a Lewis. “Siempre tuve ganas de reponer este trabajo”, cuenta Machín. “Me había quedado con el deseo de volver a hacer esta pieza, para poder interpretar al personaje de Freud. Es una historia que está plenamente vigente. No ha perdido actualidad”.
-¿En qué aspectos radica esa vigencia?
-La figura de Freud y el psicoanálisis tienen una presencia muy importante en muchos de nosotros, y más aún en este país. A su vez, nuestra sociedad está atravesando mucho desgaste con las diferencias y las opiniones encontradas y esta es una dramaturgia que expone las opiniones más encontradas como son la ciencia y la religión. Freud gustaba de tener encuentros, en sus últimos años, con gente que pensaba totalmente distinto a él. Por otro lado, la historia transcurre el día que Alemania invade Polonia, y el mundo entra en guerra otra vez, y actualmente se desarrolla también una guerra muy grande y todavía no hemos podido salir del todo de la pandemia.
-La obra se presenta en un circuito comercial, pero con la particularidad de abordar temáticas que no suelen verse en ese ámbito.
-Sí, no es una puesta pasatista, y no plantea los temas que trata de manera liviana. Tiene humor, pero no es una comedia. Lo que se plantea se corre absolutamente de la media de lo que en general propone este circuito. Hace diez años también la presentamos en el mismo formato y nos reímos mucho con Carlos Rottemberg porque un día, cuando ya llevábamos más de un mes en cartel a sala repleta, nos invitó a cenar a todo el elenco y nos confesó que él había pensado que la obra no iba a durar más de dos semanas y que estaba seguro de que iba a ser un fracaso a pesar de que era un material que personalmente le encantaba. Le falló el olfato (risas).
-Es que es una puesta que tiene profundidad, dado que se plantean numerosas inquietudes existenciales.
-Sí, en la primera versión que hicimos el público quedaba muy conmovido por el nivel de la discusión, y agradecía mucho eso. Para mí fue una experiencia muy importante en mi recorrido como actor. En ese momento, no se usaban tanto las redes sociales y todo estaba menos mediatizado, y por eso la gente que nos quería decir algo se quedaba a esperarnos a la salida de la función. Venían a vernos obispos, contingentes de católicos con remeras de Jesucristo, que eran devotos de Lewis, y que se sentaban en primera fila. Y también acudían en masa los psicoanalistas.
-¿Cómo es la experiencia de interpretar a un personaje con tanto peso simbólico?
-Nunca me había pasado de interpretar dos personajes distintos de una misma obra. Este es un material complicado porque toca temas y pensamientos que son complejos, pero todos estos años tuve el texto muy presente y por eso no me costó estudiarlo. Y en este caso es una experiencia curiosa interpretar a Freud, porque me sé los textos de Lewis, y todavía tengo la sonoridad de ese personaje y los recuerdos de la imagen de Jorge que me dejó la vara alta. Por eso es un desafío. Mucha gente vio esa versión, entonces seguramente estén los que comparen, pero la verdad es que, aunque la adaptación sea la misma, hemos cambiado muchas cosas.
-Y también ha cambiado el contexto social y eso hace que se produzcan otras resonancias.
-Absolutamente. Además, nosotros estamos más grandes y tenemos un mayor recorrido, y ese no es un dato menor. Diez años más no es poco, y es seguro que la obra va a resonar en lugares diferentes y va a haber relecturas incluso en quienes la vuelvan a ver. A mí como actor me pasa que la obra que hacemos ahora me produce cosas diferentes a las que me producía la versión anterior. Siento que esta propuesta se va a resignificar muchísimo. Estos son hombres que tenían un pensamiento muy moderno para la época. Lewis era un profundo admirador de Freud, pero además era un ateo que se había convertido al catolicismo. Freud no puede entender eso, y cuando lo invita a discutir le reclama: “No puedo entender por qué un hombre con su inteligencia, que hasta hace poco abrazaba mis convicciones, de pronto abandona la verdad y se abraza a una mentira insidiosa”.
-Pero a pesar de esas diferencias, que en algún punto son irreconciliables, sigue existiendo un respeto entre ellos.
-Creo que en el caso de Lewis hay una profunda admiración por Freud. Pero Freud, en cambio, se siente defraudado por ese seguidor que se había mostrado tan comprometido. El sostiene hasta el final lo que piensa y es muy consecuente con lo que escribió y con su experiencia como médico. Era una cabeza muy particular la de ese hombre. Tenía una inteligencia superlativa y una capacidad asociativa asombrosa. Fue un investigador único.
-Más allá de lo que propone la dramaturgia, ¿indagaste en su vida y en su bibliografía para poder interpretarlo?
-Freud siempre me despertó curiosidad. Y he visto documentales y he leído algunas cosas. Algunas no las entiendo porque mi cabeza no llega a esos niveles, ni estoy preparado para eso, pero siempre me sentí atraído por esa personalidad. En esta obra, se lo ve viviendo sus últimos momentos, en el año 1939. Y todo lo que se dice en escena acerca de sus problemas de salud es real. Freud pasó por más de treinta operaciones, y vivió 16 años padeciendo el cáncer que finalmente lo llevó a tomar la decisión de quitarse la vida. Freud fue un alquimista que hizo alquimia con la literatura, la religión y el teatro, y todas esas cosas las tuve en cuenta a la hora de la actuación.
-¿Qué expectativas tenés con esta nueva temporada teatral?
-Tengo mucha expectativa. La gente tuvo mucha necesidad de volver a las actividades presenciales, y sobre todo al teatro. Por eso, el sector tuvo un empuje importante. Yo tengo mucha confianza en esta obra y creo que el público va a sentirse tan atraído como hace diez años, porque es una propuesta distinta.