El público y la prensa italiana (especialmente la dedicada a los deportes y la cultura) tienen una adoración especial por los superlativos: nunca hay puntos medios, todo es desgracia o gloria, amor u odio, una obra maestra tendiente a perdurar por los siglos de siglos o un bofe abominable con destino de olvido. En el caso de la actriz italiana Gina Lollobrigida –quien falleció este lunes a los 95 años, según informó la agencia Ansa–, el rótulo era inevitable: “La mujer más bella del mundo”. Tanto lo era, que los franceses adoptaron el término lollobrigienne como sinónimo de belleza.

Nacida en un hogar de clase media-baja tirando a baja, ella, sin embargo, fue mucho más que una cara bonita: su nombre es indisociable del cine de aquel país desde que debutó en la pantalla grande, en 1946, un año antes de obtener el tercer puesto en el certamen Miss Italia (la ganadora fue Lucía Bosé, madre del cantante Miguel). Pero la vida de Luigina -tal su verdadero nombre- estuvo lejos de ser el paraíso asociado al estrellato, al punto de que sus últimas apariciones públicas se debieron a disputas familiares por las supuestas malas intenciones de su última pareja, Andrea Piazzolla. Se habían conocido cuando ella tenía 86 y él, 24.

En la Europa de finales de la década de 1920 todo aquello era parte de una novela futurista. Nacida en 1927 fruto de la relación entre una ama de casa y un ebanista, Lollobrigida tuvo una infancia y adolescencia atravesadas por carencias y constantes preocupaciones por la supervivencia diaria. Su padre decidió la mudanza familiar a Roma en medio de un contexto que, otra vez, no era el mejor: los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial eran rutina, y llegaron a destruir el local de ese padre abatido. Pero pasaron las bombas y, con ellas, asomó en el horizonte la oportunidad de integrar el elenco de Águila negra (1946), de Ricardo Freda. Tras ocupar el lugar el tercer escalón del podio en el concurso de belleza Miss Italia del año siguiente, empezó un raid en busca de nuevos trabajos. Cuentan que todos quedaban deslumbrados menos por su talento que por su apabullante y magnética presencia física.

Cuentan, también, que el excéntrico productor millonario Howard Hughes quedó fascinado con ella después de verla en L’elisir d’amore, adaptación dirigida por Mario Costa de la ópera homónima, y voló desde Hollywood especialmente para verla y convencerla de cruzar el Atlántico. Pero “La Lollo”, como la llamaban en esa época, se quedó en Italia y, en 1949, se casó con el médico esloveno Milko Škofic, con quien tuvo a Andrea, único hijo de ese matrimonio que dudaría 22 años. Mientras tanto, Hughes era una gota de agua que horadaba la cabeza de la actriz con ofertas cada vez más tentadoras. Finalmente aceptó, pero volvió a las seis semanas porque en Hollywood no gustaba su acento tan marcado y el multimillonario la vigilaba en su casa. El regreso fue un acierto, pues en 1953 protagonizó junto a Vittorio De Sica Pan, amor y fantasía (1953), de Luigi Comencini, que le valió una nominación a los premios BAFTA del cine británico en la categoría Actriz Extranjera.

Aquella película fue la catapulta que su carrera hasta la cima de una carrera que culminó con más de 60 películas filmadas a lo largo de más de 50 años. Su debut en Hollywood fue en La burla del diablo (1953), timoneada por el director John Huston, coguionada por Truman Capote y con Humphrey Bogart y Jennifer Jones compartiendo cartel. Luego protagonizó la coproducción franco-italiana El gran juego (1954), de Robert Siodmak, y Crossed Swords, con Errol Flynn, iniciando así un período laboral entre Hollywood e Italia. De aquella época data La mujer más hermosa del mundo (1955), de Robert Z. Leonard, que sirvió en bandeja el calificativo mediático y, además, le permitió ganar el primero de los tres premios David di Donatello como Mejor Actriz que acumularía en su carrera (luego vendrían otros tantos honoríficos).

Nuestra señora de París.

Fue el principio de su periodo de mayor exposición, que se prolongaría hasta principios de la década de 1970. En 1956 participó en Trapecio, con Burt Lancaster y Tony Curtis, y protagonizó Nuestra Señora de París, adaptación de la popular novela de Víctor Hugo sobre el jorobado de Notre Dame en la que encarnó a la bella Esmeralda, mientras que el papel de Quasimodo lo hizo Anthony Quinn. Dos años después fue el turno de la superproducción Salomón y la reina de Saba, de King Vidor, mientras que en 1959 trabajó con Frank Sinatra y Paul Henreid en Cuando hierve la sangre y, en 1961, en Tuya en septiembre, con Rock Hudson, por el cual ganó el Henrietta Award, un premio especial de los Globos de Oro. Con el actor repetiría dupla en Marido a medias (1965). En 1964 rodó junto a Sean Connery el thriller La mujer de paja, y dos años más tarde hizo lo propio con Alec Guinness en Hotel Paradiso. Su década artística culminó con Buona Sera, Señora Campbell, de Melvin Frank, trabajo con el que ganó su tercer David de Donatello.

A partir de los ’70, sus trabajos fueron espaciándose y dedicó su tiempo a otros intereses, como la fotografía, ámbito donde llegó a conseguir una entrevista exclusiva con Fidel Castro. En 1973 publicó Italia mia, un libro de imágenes que incluía retratos de Paul Newman, Audrey Hepburn y Salvador Dalí, además de una cobertura de los partidos de la Selección de Alemania Federal. También incursionó en la escultura, aunque sin la trascendencia que tuvo como actriz. Recién en 1984 cortaría una ausencia de diez años delante de las cámaras apareciendo en cinco episodios de la serie Falcon Crest (1984), a los que siguieron el telefilme El engaño (1985) y un par de episodios de El crucero del amor (1986). Su último trabajo relevante en la pantalla grande fue Las 101 noches, de la francesa Agnès Varda, en 1995. “Todavía no le di al cine lo mejor de mí, pero acepto la vida como viene, con entusiasmo y valor. Espero el milagro, la felicidad de ese papel soñado, haciendo fotos, pintando y leyendo. Ésa es mi mayor riqueza, que me intereso por todo", dijo durante su visita al Festival de Madrid de 1997.

Salomón y la reina de Saba.

De amores y odios

Como suele ocurrir con las grandes estrellas, la vida privada de Lollobrigida fue noticia en varias ocasiones, especialmente durante las últimas décadas. Noticias casi siempre teñidas del amarillismo propio de las relaciones tormentosas y las disputas familiares. En 2000 comenzó un noviazgo con el empresario español Javier Rigau, 34 años más joven que ella. La actriz terminó denunciándolo por estafa y falseo de documentación. "Javier me convenció para que firmara unos poderes. Me dijo que los necesitaba para unos actos notariales para un juicio. Sin embargo, me dio miedo que se aprovechara de que no hablo castellano, y quién sabe lo que me hizo firmar. Ahora encontré en internet un papel según el cual nos casamos en 2010, en Barcelona, en presencia de ocho testigos. Increíble. Él solo quiere heredar mi patrimonio", dijo para justificar el inicio de una guerra judicial que terminó en marzo de 2017 con la absolución del empresario.

Pero un año después empezó otra guerra, ahora con Andrea Piazzolla, un joven que empezó a trabajar con ella como secretario y luego se convirtió en pareja. Que ella tuviera 86 años y él, 24, hizo que su hijo y su nieto presentaran un amparo judicial esgrimiendo que el muchacho solo buscaba quedarse con el patrimonio de 36 millones de euros de esa mujer que, afirmaba su familia, ya no estaba en sus cabales. El juez romano a cargo de la investigación decretó, en mayo de 2018, el embargo preventivo de los bienes a nombre de Piazzolla y que él mismo administraba a través de dos sociedades. La actriz, sin embargo, lo (y se) defendió: “Estoy absolutamente lúcida y con mi dinero hago lo que quiero. No consiento que cuestionen mis elecciones. Llevaré al tribunal los testimonios de personas importantes para demostrar que llevo una vida activa”, dijo al diario Il Corriere della Sera en ese momento, meses después de haber inaugurado personalmente su estrella en el Paseo de la Fama en Los Ángeles.

Para ella todo se debía a una maniobra sucia de su hijo, con quien mantuvo una relación fría: “No es Andrea quien mantiene alejado de él, sino yo. Conmigo está Andrea porque él no está. Nunca aceptó trabajar conmigo. Cuando fui a Estados Unidos, le pedí que me acompañara para ayudarme con el idioma, pero nunca sucedió. Siempre me ha dejado sola”. La vida de una de las grandes divas del cine italiano, entonces, como una película de Hollywood. O de los estudios Cinecittá.

(Imagen: EFE)


La carrera política

La carrera de Lollobrigida fue mucho más allá de las pantallas. Dos años después de su alejamiento casi definitivo del cine, se presentó en las elecciones europeas de 1999 por el Partido Democrático con la idea de conseguir un escaño por su país en el parlamento continental. Pero la fama sirvió de poco, y cosechó diez mil votos. El premio consuelo fue su nombramiento como Embajadora de Buena Voluntad por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Pero hubo más, porque el año pasado, poco antes de soplar las 95 velitas, reincidió en la política, esta vez como candidata al Senado en las elecciones generales en representación de una nueva agrupación llamada Italia Soberana y Popular, que aglutina a varias formaciones como el Partido Comunista, Acción Civil o Patria Socialista.

“Estoy cansada de oír a los políticos discutir entre ellos sin llegar nunca a ningún lado. Mientras tenga energía, la utilizaré para cosas importantes, especialmente para mi país”, le dijo al diario Il Corriere della Sera antes de diagnosticar que “Italia está mal” y que quería “hacer algo bueno y positivo”. La alianza, sin embargo, no consiguió la cantidad mínima de votos para tener representación, por lo que una vez más Lollobrigida no pudo entrar al Parlamento.