Lejos de ser un problema lejano, o “de los medios”, la desinformación, —a través de las mal llamadas noticias falsas, o fake news— tiene consecuencias directas sobre las personas, incluso si no consumen noticias.

Por ejemplo, como ocurrió en Brasil: cuando el expresidente dijo que la covid era solamente una “gripeciña”, provocó que miles de ciudadanos relajaran sus medidas de prevención y cuidado durante la pandemia.

Como en ese caso, muchas veces estas desinformaciones viajan en boca de políticos, dirigentes y referentes de distintos tipos, intencionalmente o no. Al escucharlas, es probable que se dispare este proceso interno: si mi pensamiento está alineado con el pensamiento de dicho político, la “noticia” es verdadera. Si, por el contrario, la información sale de la boca de un referente de pensamiento opuesto al mío, la considero falsa.

Ante esto, investigadores del Instituto de Cálculo (UBA - CONICET) y del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella iniciaron un proyecto que busca determinar qué tan equipadas cognitivamente están las personas en Argentina para precisar lo que es verdad y lo que es mentira.

Para recopilar datos sobre este proceso desarrollaron un juego, un cuestionario en el que los usuarios deben decidir si, por ejemplo, algo que dijo Cristina Fernández de Kirchner es verdadero o es falso. Y lo mismo con frases de Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta o Axel Kicillof.

Para participar del proyecto solo hace falta tener 10 minutos sin interrupciones, una conexión a internet estable y seguir las instrucciones en este enlace: Verdadero o falso.

La actividad incluye también algunas preguntas de habilidades numéricas orientadas a medir estandarizadamente la capacidad de reflexión. Es decir, la capacidad de frenar una respuesta impulsiva y repensarla, detalló a Página/12 Guillermo Solovey, investigador del CONICET y director del proyecto.

Algunas consecuencias negativas de la desinformación

Entre muchos casos, los autores de este proyecto destacan dos situaciones puntuales que se dieron en Estados Unidos y Brasil, y que modificaron la conducta de los ciudadanos.

El primer caso, del que se desprende el ejemplo inicial, está analizado en el trabajo “Más que palabras: el discurso de los líderes y el comportamiento de riesgo durante una pandemia” —de Nicolas Ajzenman, Tiago Cavalcanti y Daniel Da Mata— que encontró que las conductas individuales de distanciamiento social en Brasil se relajaron considerablemente después de que el entonces presidente Jair Bolsonaro minimizara la mortalidad por COVID-19.

Y el segundo caso se describe en el estudio de Michael Barber y Jeremy Pope “¿El partido triunfa sobre la ideología? Desenmarañando Partido e Ideología en América”, que expone que votantes de Donald Trump en Estados Unidos, conservadores acérrimos, podían aceptar políticas liberales si era Trump el que las proponía.

“La mayoría de la investigación académica sobre temas de desinformación está hecha en el universo de Estados Unidos o Europa, pero poco se sabe sobre cómo se extrapola eso a la población e idiosincrasia argentinas. Por eso, también buscamos aportar evidencia con datos locales”, sumó Solovey.