La selva más grande del mundo ya emite más dióxido de carbono del que puede almacenar. Los incendios fuera de control y la tala desmedida registrados en la Amazonia ponen en peligro el cumplimiento del compromiso asumido en el Acuerdo de París para no elevar la temperatura de la atmósfera más de dos grados centígrados respecto de los niveles preindustriales. El pulmón del planeta, como también lo llaman, llegó a un punto de no retorno.
Según un estudio dado a conocer a fines de 2022 por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, se estima que durante el año pasado fueron deforestados 11.658 kilómetros cuadrados de la selva amazónica. Los datos son resultados del Programa de Monitoreo Satelital de la Selva Amazónica brasileña (PRODES), que todos los años estima la tasa de deforestación anual a través de imágenes satelitales.
Los números confirman la tasa ascendente de deforestación producida durante los cuatro años de gestión de Jair Bolsonaro: se perdieron 45.586 kilómetros cuadrados de la Amazonia, un 59,5 por ciento más en relación al período 2015-2018, abarcado por el segundo gobierno de Dilma Rousseff y el de Michel Temer.
Deforestación fuera de control
“En los últimos cuatro años las tasas de deforestación se salieron de control”, afirma Marco Lentini, investigador y coordinador de proyectos del Instituto de Manejo y Certificación Forestal y Agrícola (IMAFLORA). “La desprotección del Amazonas está acompañada por una caída muy grande de los recursos que tenían los diferentes Estados para hacer inspecciones y combatir las actividades ilegales. Hubo, por lo menos, negligencia por parte del gobierno brasileño en relación a la deforestación de la Amazonia”, asegura.
En Brasil, el negocio maderero emplea alrededor de 200.000 personas y destina el 80 por ciento de su producción al mercado interno. A la disminución de los controles contra la tala ilegal se suman las estrategias desplegadas por quienes cortan la madera para no ser detectados. En muchos casos instalan pequeños campamentos que actúan al mismo tiempo utilizando motosierras, que pueden destruir hasta tres hectáreas por día. Cuando los satélites detectan el área deforestada, ya es demasiado tarde.
El informe del INPE señala que después de llevar a cabo procesos de tala superficial es común utilizar el fuego para eliminar los residuos de vegetación acumulados en el suelo. En el 2022 se detectaron más de 110.000 focos de incendios en la región, la cifra más alta de los últimos doce años.
De neutralizar el carbono a emitirlo
Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la selva amazónica alberga entre 90.000 y 140.000 millones de toneladas de carbono (un 10 por ciento del carbono mundial), lo que lo convierte en un actor clave para mitigar los efectos del cambio climático.
Pero en el último tiempo las emisiones de carbono producto de los incendios provocaron que el ecosistema pasara de ser un sumidero de carbono a una fuente de emisión. “Todo el carbono almacenado en los árboles es devuelto a la atmósfera cuando se los tala”, explica Lentini. En la actualidad, alrededor del 40 por ciento de las emisiones brasileñas provienen de la deforestación y los incendios que ocurren en la Amazonia.
“Esto hace que sea imposible mantener el objetivo de alcanzar un calentamiento global de un grado y medio o dos grados para el 2100”, asegura el investigador. El acuerdo de París, que entró en vigencia en 2016, tiene como uno de sus objetivos limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los dos grados para fin de siglo y esforzarse para limitar este aumento a tan solo un grado y medio. Para Lentini, si se quema la Amazonia, "la temperatura podría aumentar entre tres y cuatro grados y medio”.
Los incendios también provocan la falta de lluvias
La selva amazónica es conocida por ser uno de los biomas más importantes de Latinoamérica porque alberga un conjunto de diversos ecosistemas que interactúan entre sí. Tiene un rol clave en la configuración de las lluvias de América del Sur. Además de poseer el río más grande del mundo -el Amazonas, que se extiende por 6.900 kilómetros y vierte al océano Atlántico el 15 por ciento del agua dulce del planeta- acumula grandes cantidades de agua evaporada, que es lanzada a la atmósfera por los árboles en forma de corrientes de vapor y llevada a Brasil, Bolivia, Paraguay y Argentina.
No solo la disminución de árboles afecta la producción de lluvias en la selva. Las partículas liberadas por los incendios impiden que las nubes permanezcan cargadas hasta convertirse en lluvia y sean llevadas a otros lugares provocando sequías. Para Lentini, la situación “es crítica”. “A este ritmo -dice- en diez años Brasil ya no producirá granos”.
En gran parte del bioma la humedad impide la formación de incendios de manera natural. “Pero al abrir la selva aumentan la probabilidades de que incluso las zonas más húmedas comiencen a arder”, describe el investigador.
Además de la tala para obtener madera, muchos árboles son cortados para plantar soja o criar ganado. Cuando la tala es mal administrada, las áreas explotadas se vuelven mucho más susceptibles a incendios y al crecimiento de especies capaces de colonizar rápidamente el lugar. De este modo, se ve afectada la regeneración de las especies perdidas y la sostenibilidad a largo plazo de la selva.
La minería es otra de las causas de apertura de la selva. En muchos casos, para iniciar los trabajos se abre una red de caminos y el sector maderero encuentra allí la posibilidad de extraer los árboles de alto valor que se encuentran en el lugar. “Sin embargo, lo que hay que observar de esta actividad es de qué manera se relaciona con las comunidades tradicionales y pueblos indígenas. Hay una cuestión que tiene que ver con infringir derechos, con la aplicación de coerción, de corrupción. Hay, incluso, una tentativa de dañar cuestiones culturales”, explica Lentini.
Pueblos indígenas atacados
“Los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales de la Amazonia son los que sienten con su piel el avance de la deforestación y la destrucción en la selva”, agrega Leandro Ramos, director de campañas de Greenpeace Brasil. De acuerdo a la última edición del informe Violencia contra los Pueblos Indígenas en Brasil, del Consejo Indigenista Misionero (CIMI), durante 2021 fueron asesinados 99 líderes indígenas en los Estados de la selva amazónica.
Según Ramos, estas comunidades de Brasil nunca fueron tan atacadas como en los últimos años. “Es fundamental que el Estado avance en la creación de áreas protegidas y en la demarcación de tierras indígenas. Los derechos de estas poblaciones deben ser garantizados y protegidos por el Estado. Estas tierras promueven efectivamente la protección de la selva y de las personas que la habitan”, asegura.
Durante la gestión de Bolsonaro, los procedimientos de delimitación de esos territorios fueron suspendidos.
Punto de no retorno
Para Ramos, los ecosistemas de la selva amazónica “son nuestro pasaporte al futuro”. Las consecuencias de la destrucción en la Amazonia son muchas y muy graves: sin ella no habría agua, producción de alimentos ni aire puro. La vida que conocemos no existiría sin la selva”, opina.
Durante años los científicos alertaron acerca de la importancia de mantener al menos el 80 por ciento de la selva en pie para no llegar a un “punto de no retorno”: una ruptura del equilibrio de gran parte del bioma amazónico significaría que muchos de los beneficios ambientales que hoy proporciona la selva dejen de existir.
“Si contamos el área completa del Amazonas, con los nueve países que la integran, hoy estamos en un nivel cercano al 75 por ciento”, alerta Lentini. “Ya hemos pasado el límite seguro para la humanidad. Llegará un momento en que ya no servirá ir a la selva y plantar nuevos árboles. El balance hídrico, el clima y las corrientes marinas ya no serán como antes”.
Cómo producir sin matar a la selva
Según el representante de Imaflora, la deforestación “le quita madera a los indígenas y a las poblaciones tradicionales. Es un modelo que se vuelve cada vez más destructivo”. Además, la manera en que se obtiene la madera de forma ilegal impide realizar una buena planificación de la actividad que se realiza.
En cambio, los modelos de manejo forestal –uno de los principales ejes de trabajo de la institución- reducen el impacto en el ambiente. “En estos casos se pueden cortar cuatro árboles por hectárea cada 30 o 35 años. De ese modo, la selva se mantiene intacta en el tiempo”, asegura Lentini. “Hay grandes empresas de la Amazonia que, a través de los años, aprendieron a adoptar mejores prácticas”.
Además de trabajar junto al sector agropecuario para producir sin deforestar, Imaflora se ocupa de la búsqueda de alternativas para que las personas que habitan la Amazonia puedan realizar actividades productivas de menor impacto.
En la selva pueden encontrarse materias primas útiles para la industria gastronómica y farmacéutica. Según Lentini es importante trabajar en la creación de proyectos, programas y subsidios para que las comunidades del lugar puedan vivir de su trabajo en la selva sin afectar al ambiente. “Si la ganadería y los planes de cultivo de soja fueron subsidiados durante años, ¿por qué no podemos subsidiar a quienes realizan otros tipos de producciones?”, plantea finalmente el investigador.