Lejos está Lali, Tini o María Becerra de las otrora divas latinas Rocío Durcal, Lucía Galán o Amanda Miguel. Aún así, hoy en día las reuniones queer pendulan las tarimas rotas al ritmo de Disciplina y las noches de karaoke cantando Marinero de luces. ¿Por qué? Pregúntele a su trolo de confianza y lo sabrá: muchos somos hijos de nuestras madres, pero productos de las crianzas que nuestras tías y abuelas nos dieron con Valeria Lynch de fondo. Eso que entendemos por empoderamiento es un discurso sobre el futuro, un estado ideal de las cosas, pero la nostalgia es real y concreta y debe sublimarse. ¿Qué nos queda en el medio? ¿Por qué pudiendo ser fieras perreantes, muchas veces, nos vemos mejor como gatas bajo la lluvia?
“Fui criade entre polleras y chismes y crecí entre los fracasos, los logros y las canciones de las mujeres con las que vivía”, dice Fifí, artista y cantante queer de tango. “Mi mamá escuchaba Gilda y la recuerdo en el auto, en su auto nuevo llevando a sus hijos a un fin de semana de río, sola y con esas canciones. La recuerdo feliz cantándolas”.
Así como Fifí, el youtuber y autodefinido trolo profesional, Niebi, tiene muy presente en su vida el cancionero melódico latino que formó parte en reiteradas ocaciones de Puto, Paki Torta, programa radial que integraba y que puede seguir escuchándose en Spotify. Bajo la forma de un Weekly Obsesh (obsesión de la semana) Niebi presentó muchos temas que describe como “retro-kitsch” y que entiende que eran los mismos que escuchaban su abuela o alguna que otra tía. “Me llevan un poco a ese lugar, de ser chico y que haya gatos, manteles a crochet, cuadros, infancia, etc. pero también a lugares de drama. Canciones como Son cosas del amor, los temas de Ana Gabriel, Isabel Pantoja, Lola Flores”, dice el comunicador.
Tal vez podemos pensar estos repertorios como constitutivos de la identidad marica, a pesar de que nos ponen dentro de un amor romántico sufriente y de emocionalidad pavisa, anhelante. Así lo piensa el investigador y docente de la cátedra de Transfeminismos Sudakas de la Universidad Nacional de La Plata, Lucas Ledesma: “Al ser putos y entender que no es algo legitimado, pensamos tal vez que el destino es la soledad, como una suerte de autoflagelo”. Es imposible pensar estas canciones sin ver cómo remiten a eso: a la solterona, la amante crucificada pero también a la familia nuclear como recompensa de una vida bien vivida y la soledad como castigo.
No obstante, nuestros gustos son productos de nuestras identificaciones, y conseguirlas no siempre es sencillo. “Yo no me encontraba en las figuras masculinas: Julio Sosa, Gardel, Palito Ortega, me parecían un horror. Entonces desde esa falta de identificación llegué a Liza Minelli, Virginia Luke, María Graña, La Martirio y ahí encontré mis sentimientos”, dice Fifí.
NUMBER 5
De los slangs y chistes que circulan en las redes hay uno en particular que nos permite pensar estos consumos corridos del discurso de época al que subscribimos: el de ser una cornuda. Niebi explica que “es una palabra que usaban mujeres cis-hetero y uno se la apropio para hablar de esos consumos culturales mainstream y obvios”. Entonces la “cornudez” —dice— es como una sensibilidad femenina no muy conectada con la realidad; una frase que un poco nació de twitter para mofarse de las personas que tienen cuadros con frases hechas por toda la casa y tacitas que dicen "live, love, laugh".
Ledesma, quien entre otras cosas estudia la interseccionalidad y el giro afectivo de nuestra época, explica que el término “representa una instancia de transición”. “Es una manera de avisar de que las cosas que uno está reproduciendo o se está agenciando de ninguna manera están bien. Una forma de alertar y estar atentos”, afirma. Sucede lo mismo con la “toxicidad”, allí uno avisa que se da cuenta de lo que hace y que no está de acuerdo con eso.
“Quien se autopercibe no tóxica que tire la primera piedra”, dice Fifí, desafiante. “Las canciones son necesarias para transitar dolores inmensurables, inabarcables. Permiten pasar por el cuerpo y darle curso a esa toxicidad sin tener que volver a una represión de emociones”, desarrolla. Elle, que en sus shows dice que “sólo la perfo nos va a salvar”, sostiene que es valioso poder reconocer que aunque uno no debería sentirse así, por ejemplo en el caso de los celos, son cosas que uno siente y que necesita transitarlas aunque sea de manera performática.
Hay una particularidad de la música que acá analizamos que no es despreciable: la estética sonora. Desde la técnica vocal, las melodías hasta las letras dramáticas y el acting histriónico son pensadas para montar un show y a nuestras identidades cuir/marikas le encanta ese momento de “dragearse de cornuda” y hacer de cuenta que llegamos a esa potencia emocional que amerita conectar con una canción así, incluso desde lugares terapéuticos o de reflexión.
Fifí ejemplifica con la canción La gata bajo la lluvia: “esa imagen ya lo dice todo por sí misma. Un animal al que no le gusta el agua se mantiene ahí porque ya no le importa nada”. “No me parece ni tóxica ni de cornuda porque son lugares que une habita también, la autocompasión, la lástima y también el fracaso y el absurdo”, dice. ¿Por qué no hay espacios para estas experiencias en las sonoridades latinas actuales?
DECONSTRUCCIÓN Y DISCIPLINA
“Aunque hay que distinguir entre "mainstream" e "indie" , porque la segunda esfera si habla del dolor y de una manera muy creativa, creo que la pose del empoderamiento es un poco falsa”, dice el youtuber Niebi, respecto a las nuevas escenas de la música en español, sobre todo la latina. “La lírica del empoderamiento está buenísima pero cuando lo dice un producto tan manufacturado pierden credibilidad”, agrega.
Lucas Ledesma apoya con la siguiente reflexión: “Ahora lo que sale es el himno al empoderamiento. Si bien las canciones más clásicas son tragedias griegas devenidas música tiene que ver con que orbitan el sufrimiento, pero no es lo mismo que el dolor. El sufrimiento es la cronificación del dolor”. Además, asegura que los discursos sobre las nuevas generaciones indican que “le tienen miedo al dolor, pánico, entonces lo tapan, lo niegan”.
Fifí compara las líricas de la música en estas latitudes y en las diferentes épocas: “Nuestra cultura tiene mucho más presente actos de revolución sexual —aunque también aclara que muchas artistas insinúan eso pero no se lo apropian del todo— y hay sentimientos que no venden ni que les interese a nadie”. Así, para le autodenominade artista del drama “no hay herramientas para hablar del dolor, de la muerte, de la traición o de la desilusión”. El tango, su ritmo habitué, tiene años de cátedra en este sentido.
También Ledesma se permite pensar acerca de la institucionalización cultural del feminismo y cómo muches comunicadores que contribuyeron a su difusión post-2015 generaron algo complejo respecto a la caladura de ese discurso en las subjetividades. Acerca del cómo se dice que deberían ser los vínculos y los afectos, sobre todo en las feminidades (mujeres y personas cuir), él dirá: “Hay un imperativo de negación del dolor o de la inconformidad”. Y desarrolla: “Es un feminismo del coaching que habla de un deber ser del amor para el cual no están ni las condiciones materiales, sociales ni económicas para que eso se produzca, porque son etapas de transición y transformación”. Así, sostendrá que “las líricas del empoderamiento” muchas veces usan términos con significantes vacíos (en términos de Laclau).
Pero el pop tiene una gran necesidad de acceder fácilmente a la cultura masiva: debe entenderse tanto por adolescentes de 15 años como por maricas de 45. Debe entenderse, debe gustar, deber poder bailarse —no actuarse— y debe, en lo posible, empoderarnos. Sobre su trabajo, Fifí cuenta que no todas las canciones que puede cantar en soledad se las permite cantar en público porque “sino enseguida salta la policía queer”. ¿Bajo qué criterios nos permitimos o no experimentar cierta emocionalidad musical?
“Mi canción "Nací para molestarte" no la puedo cantar siempre. Porque lo tengo que hacer desde un cuerpo combativo y no puedo estar todo el tiempo con la navaja en la boca”, dice la tanguera. Y agrega: “No se puede estar 24/7 así, no hay cuerpo que lo banque. Eso también es autocuidado: no estar siempre en la primera línea de militancia, los cuerpos se agotan, se caen”.
Cabe la pregunta acerca de los dolores que no estamos pudiendo poner en palabras, en letras, en música. Tal vez, así como lo fueron las de los 70 y 80 latinos, estas nuevas canciones son síntomas de esta época, ahora una época de transición que genera malestares que no previmos y de los que también deberíamos estar atentes.