Y el día suena como un ladrido porque esta vez los perros son los protagonistas de las fotografías callejeras de Shirley Baker. Están ahí, donde hay dos nenes en el cordón de una vereda acostados boca abajo buscando en la alcantarilla un tesoro perdido o refugiados en el escalón roto de una casa desmantelada aturdidos por el estallido de la maza.
Shirley fue una fotógrafa documentalista casi desconocida durante más de sesenta años; su campo de batalla estaba en la calle a cielo abierto, en los barrios populares, en la vida social que la guerra restó, en el juego infantil sobre el adoquín malogrado y en los encuentros familiares entre escombros antes del desalojo. Una naturaleza viva envuelta en polvo y una mirada fotográfica como testigo de lo que se estaba yendo porque lo estaban arrancando: “siempre me ha asombrado lo rápido que pueden desaparecer las cosas sin dejar rastro”, dijo la hija del mueblero de Salford que sacó su primera foto a los ocho años cuando un tío les regaló una Brownie a ella y a su hermana gemela.
Las horas detrás de la lente y el devenir del cuarto oscuro la convirtieron en una de las pocas mujeres que estudió formalmente fotografía en la Gran Bretaña de la posguerra. Después llegó una sucesión de trabajos en distintas instituciones y una pasión que la alejaba de ellas: salir a la calle para fotografiar la transición social, los rastros de la Segunda Guerra Mundial y la vida cotidiana de Manchester y Salford resistiendo a la demolición interminable. La urbanidad a pedazos, la historia en extinción. Lo urgente estaba en la zona del derrumbe y los perros pisaban esa rambla curiosa que no sabía cómo iba a lucir al día siguiente.
A Shirley le gustaban los perros como a Emily Brontë y le gustaba fotografiarlos junto a sus dueños como a Jill Krementz. Jill elegía a escritores famosos, Shirley, a las personas que no lo eran. Su elenco canino es variado, hay uno sentado sobre el cuerpo de su dueña (la foto muestra a una mujer en la playa acostada sobre la arena con su enorme perro a upa), hay otro que cruza las patas imitando la postura de su dueño y algunos más (hay una serie de estos últimos) que llevan medalla o esperan dictamen y posan junto a sus orgullosas entrenadoras después de haber desfilado o después haber hecho alguna destreza sobre un plano inclinado.
El recorte de plano privilegia pelos cepillados, jadeos y miradas atentas mientras la cámara con intención invisible eterniza el apego. En 1986 se conocieron algunas fotos de los barrios en ruinas porque formaron parte de una exposición en la Art Gallery de Salford, la muestra exhibía la prepotencia con la que habían echado a las familias trabajadoras de sus casas, “personas obligadas a vivir miserablemente, a menudo durante meses, a veces durante años, mientras la demolición continuaba a su alrededor”, Here Yesterday, and Gone Today, es un catálogo sobre la destrucción, sobre la exclusión y uno de los primeros contactos que el público tuvo con las fotografías de Shirley. Después, mucho después, llegaron las retrospectivas. Hace menos de un año lxs organizadorxs de la muestra sobre su poética perruna: For the Love of Dog, invitaban al público y a sus perros (con correa) a la cita fotográfica londinense, alguien habrá llevado la biografía de Flush en la mano que le quedaba libre.