El método Tangalanga es el choque de dos universos humorísticos muy distintos. Por un lado, el del padre de las “joditas telefónicas”, aquel recordado personaje de anteojos, gorrita eterna, bigotes y barba postizos que llamaba a seres anónimos con reclamos que oficiaban como puntapié para un abanico retórico donde el absurdo y el sinsentido convivían con la puteada y una batería de chistes políticamente incorrectos, en su mayoría irreproducibles en la actualidad. Por el otro, el de Martín Piroyansky, dueño de una mirada mucho más sensible sobre el mundo y las relaciones humanas que materializa a través de criaturas usualmente nerds, tímidas y torpes, siempre frágiles, buenudas y transparentes.
Pero es un choque donde nadie sale lastimado. Por el contrario, estos universos se completan perfecto en esta cruza entre biopic sobre los inicios de Julio Victorio de Rissio –el hombre detrás del Dr. Tangalanga– y comedia romántica que propone el realizador y guionista Mateo Bendesky en su tercer largo después de Acá adentro (2013) y Los miembros de la familia (2019), que llega este jueves a la cartelera comercial.
“Con Mateo somos amigos hace diez años, pero nunca habíamos trabajamos juntos. Éramos vecinos y de pronto el productor Diego Dubcovsky le presentó este proyecto que ya venía dando vueltas (incluso creo que pasó por Ariel Winograd). La contrapropuesta fue hacer esta historia basada en la vida de Tangalanga, pero con una libertad enorme”, cuenta Piroyansky sobre la película que lo tiene en la piel de Jorge, un tímido empleado de una empresa de jabones al que le cuesta horrores hablar en público. Y ni hablar de acercarse a una mujer, tarea que delega en su locuaz amigo y compañero de trabajo Sixto (Alan Sabbagh). Con él internado, Jorge debe vender unos productos en una reunión que sale pésimo, para desazón de su jefe (Luis Machín, de enorme timing cómico).
Derrotado y enojado con él mismo, termina de casualidad en el evento de un mentalista español interpretado por Silvio Soldán (sí, el de Feliz domingo para la juventud), que con la hipnosis logra que Jorge libere un lado B hecho de extroversión, caradurez y encanto con apenas escuchar el tintineo de una copa o el tono del teléfono. Es así que inicia un camino de verborragia telefónica y física perfecta para vengarse de quienes se portaron mal con él, alegrar a su amigo llevándole grabaciones de las conversaciones al hospital y conquistar a Clara (Julieta Zylberberg), la recepcionista del lugar y amante de uno de los directores (Rafael Ferro).
La cruza entre homenaje y aproximación mitológica al humorista que encapsula una época del humor popular –se vendían hasta cassettes con sus llamadas– con un desarrollo narrativo que sigue las postas más trajinadas de las comedias románticas, le permite a Piroyansky explorar una zona de humor físico hasta entonces inédita en su carrera. Un tipo de humor que, sin embargo, le resulta familiar, pues creció viendo las comedias de Jim Carrey. “Yo soy muy fan de Carrey, casi que actuó por él. De chico vi La máscara y me cambió la vida. Fue mi ídolo durante toda la infancia, y El método Tangalanga en cierta forma es muy parecida a esa película: un personaje en el que conviven un doctor Jekyll y su señor Hyde, la idea de que a través de un dispositivo alguien tímido en su vida cotidiana se vuelva extrovertido”, compara ante Página/12 el protagonista de, entre otras, Permitidos (2016) y Porno para principiantes (2018), además de director del corto No me ama y los largos Abril en Nueva York y Vóley.
-Durante tu carrera no has hecho muchos trabajos vinculados al histrionismo y el humor físico, dos características muy propias de Carrey.
-Sí, a pesar de que siempre hice comedia, elegí papeles más volcados al deadpan, a la cosa físicamente más minimalista. Acá tuve la oportunidad de irme un poquito más a la mierda haciendo dos personajes claramente opuestos y jugando un poco en ese terreno, que es básicamente por el que empecé a actuar.
-¿Cómo te resultó incursionar en ese tipo de humor?
-La verdad es que me divirtió mucho. Viendo la película, mi autocrítica es que debería haberme ido todavía más a la mierda. Pero me sentí muy cómodo jugando en esas aguas que no conocía. Jim Carrey genera sentimientos encontrados. Hay mucha gente lo que odia, que dice que es exagerado. Pero a mí me encanta, creo que hizo algo totalmente distinto a lo que se hacía en ese momento y rompió una barrera de lo que eran las posibilidades de la comedia de los '90. Medio como Jerry Lewis en su momento.
-Vos naciste a fines de la década de 1980 y viviste solo la última parte de la carrera de Tangalanga. ¿Qué representa ese personaje para vos?
-Conocía al personaje de haber escuchado algunas llamadas, pero no era fanático ni experto. Me parecía simpático. De chico también hice jodas telefónicas, así que conocía un poco del tema. De hecho, cuando empecé con la película le pregunté a mi viejo y me dijo que en casa teníamos un cassette que escuchábamos, pero yo no me acuerdo. Por eso tuve que "hacer la tarea" y escuchar todo lo que había en Spotify y en Youtube, un proceso de investigación muy divertido.
-Algunas aristas de Tangalanga hoy lucen un tanto envejecidas, sobre todo para los más jóvenes. ¿Cómo dialoga la película con el humor argentino contemporáneo?
-Sí, hay algo medio obsoleto y políticamente incorrecto. Lo que más tomo de Tangalanga, lo que más me interesa como espectador, es el absurdo que manejaba. Uno lo recuerda como un gran puteador, que lo era, y con chistes medio homofóbicos que hoy no se podrían hacer, pero tenía un imaginario absurdo espectacular. Y creo que esa es la clave de lo que hizo, todo lo otro es más cosmético. Hay una llamada, por ejemplo, a una mueblería en la que dice que compró un placard y que llueve adentro incluso cuando afuera hay sol. Son ideas muy absurdas que enroscan a los que llamaba y los mantenía diez minutos dando vueltas. Uno se pregunta cómo es posible que esa persona no le corte.
-¿Y cómo era posible que no le cortaran?
-Porque tenía un poder de oratoria increíble y, a la vez, instalaba imágenes tan absurdas que dejaba en jaque a todos. Eso es lo que más me interesa de Tangalanga.
-Esa rotura de la lógica es una poco la base del humor, ¿no?
-Totalmente. Muchos me decían: "¿Vas a hacer de Tangalanga? ¿Qué onda ese humor hoy?" Pero su humor es muy amplio, hay muchas aristas. En la película se ve que no es necesario hacer chistes ofensivos para que funcione. Obviamente, es divertido escucharlo putear, diciendo "orto" y cosas así, pero la película no se apoya solo en eso.
-De todas formas, podría pensarse a El método Tangalanga como una reivindicación de la puteada como elemento cómico, algo que hoy no se ve tanto.
-Puede ser, pero sigue existiendo la puteada. Cuando escribo mis cosas trato de no putear, no me gusta caer en ese lugar. Pero a veces meto una puteada y me doy cuenta de que es muy graciosa. Cuando estrené Vóley, solía ir a las salas a escuchar al público y en un momento había una puteada con la que se reían siempre. Si está bien metida y cuidaste toda la película para putear en ese momento, queda bárbaro. Y eso del insulto es algo muy argentino también, con toda esta cosa italiana que tenemos. Tangalanga encarnaba muy bien eso.
-Si bien la película es una suerte de biopic muy libre sobre el hombre detrás del personaje, el relato recorre las postas habituales de las comedias románticas. En las entrevistas solés decir que te cuesta pensar una historia sin que el amor esté en el centro. Podría pensar que la película se adecúa a ese interés tuyo.
-Si uno piensa en una película de Tangalanga, se imagina algo mucho más chato. Pero Mateo encontró un montón de capas más sensibles y románticas. No solo por la relación con el personaje de Julieta Zylberberg, también por lo que pasa con el amigo. La película tiene momentos muy emotivos que te llevan por varios estados.
-Alguna vez dijiste que admirabas a Damián Szifrón porque "hacía películas americanas en castellano que, a la vez, eran completamente argentinas". ¿Eso aplica en este caso? ¿Cómo juega la impronta local con la universidad de su trama romántica?
-La película se parece a otras argentinas de esa época, como que retoma cierto camino del cine de los '50 de las películas de Mirtha Legrand, que tenían una calidad altísima y competían de igual a igual con las de Estados Unidos. La película tiene una estructura muy clásica que funciona como un relojito: todo es preciso, no deja cabos sueltos, los distintos elementos están por algo. Es verdad que hay una idiosincrasia local muy grande que hace que no se sienta norteamericana, pero la organización narrativa de comedia romántica la da ese sustento.