De la vida de Lisa Marie Presley, única hija del rey del rock, se desgaja el escándalo y la tragedia.  Hay mujeres que cuanto más netflixisante sea su historia, mejor. Se va a por el relato de divorcios, drogas, suicidios y fanatismos religiosos como un jugoso brebaje para tomar con una caja grande de pochoclos mientras en la pantalla se intenta explicar por qué la única heredera de la fortuna Presley murió a los 54 años de un paro cardíaco.  Pero, tal vez, en sus últimos meses de vida, acarreando el apellido Presley, Lisa Marie tenía algo más para decir.

En su libro “Elogio del Riesgo” (2011), Anne Dufourmantelle escribe que “la vida es un riesgo inconsiderado que nosotros, los vivos, corremos (...) Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir”. Lisa Marie Presley eligió compartir algunos pensamientos y reflexiones para la revista People sobre el suicidio de su hijo Benjamin Keough, allí parece haber haber una huella del intento por no morir al que se refiere la filósofa francesa que murió en 2017, a los cincuenta y tres años. Un año menos que los que tenía Lisa Marie. Anne Dufourmantelle estaba en una playa cerca de Saint Tropez en Francia cuando vio a dos niños en peligro y se tiró al mar para salvarlos. Lo logró pero  tuvo un paro cardíaco y murió.

Nada tienen en común las vidas de estas dos mujeres contemporáneas, salvo la insistencia por pensar en relación a la muerte (o al riesgo de vivir) por distintas razones: una por su encendida pasión por la filosofía y la otra por no haber podido evitar que su hijo de 27 años se pegara un tiro.

En ese ensayo, publicado en agosto del 2022, Lisa Marie Presley se lanza a un decálogo de apuntes sobre el duelo y una caja de herramientas para quienes hayan pasado por una situación similar de pérdida. Escribe: “Si la pérdida fue prematura, antinatural o trágica, en cierto sentido te convertirás en un paria. Puede sentirse estigmatizado y tal vez juzgado de alguna manera por el motivo de la trágica pérdida. Esto se magnetiza por un millón si eres el padre de un niño que falleció. No importa la edad que tuvieran. No importa las circunstancias”.

La pregunta del libro de Dufourmantelle, “¿Cómo imaginar que la certeza de nuestro fin podría no tener, de rebote, ningún efecto sobre nuestra existencia?” se cruza en algún punto con otra de las reflexiones de Presley: “Hay mucho que aprender y entender sobre el tema, pero esto es lo que sé hasta ahora: uno es que el duelo no se detiene ni desaparece en ningún sentido, un año o años después de la pérdida. El duelo es algo que tendrás que llevar contigo por el resto de tu vida”.

En el apogeo de la espectacularización de la tragedia, la historia de la única hija de Elvis Presley se narra como una serie de hechos que desembocaron en algo inevitable: que Lisa Presley haya muerto de un paro cardíaco a las 54 años es más o menos esperable por la vida traumática que llevó. Los clichés son fracasar con los varones, ponderando sus cuatro divorcios, el consumo de opiáceos luego de parir a una de sus hijas, pasar de ser una heredera millonaria a tener serios problemas de dinero y ser devota de la Cienciología, un polémico culto religioso que practican muchas estrellas de Hollywood. Y que todas las desgracias hayan comenzado cuando a sus 9 años estaba en la misma casa donde su padre, una de las personas más famosas del siglo XX, muere  de un paro cardíaco en el baño.

Esos hechos son los que a partir de su muerte toman relevancia para contar su vida y explicar que era bastante obvio que “terminara mal”: ¿por escandalosa?, ¿porque no pudo superar la culpa que genera que un hijo se suicide?, ¿por paria?

Su madre, Priscila Presley, dijo tras su muerte que Marie era la mujer más apasionada, fuerte y amorosa que ella haya conocido. Su trayectoria musical tuvo momentos brillantes pero lo que se le reconoce es ser hija de Elvis, ex esposa de Michael Jackson y de Nicolas Cage. Sin embargo, pocos meses antes de morir, Lisa Marie se fugó de los estereotipos y los estigmas y escribió un texto, posiblemente defectuoso pero que, mediado por esa pasión y amorosidad de la que hablaba su madre,  puede que llegue al hueso de ese riesgo que es no morir: tirarse al mar para salvar a dos niños o seguir en este mundo con la culpa de no haber podido salvar a un hijo.