Un par de semanas atrás, una chica ((la breve pesquisa posterior arrojó que tenía, valga el dato, 27 años...) posteó en Instagram una conmovedora versión en vivo de "Summertime", a cargo de Janis Joplin. En poco tiempo recibió numerosas devoluciones, atravesadas por un matiz diferencial: los pibes elogiaban la bestial capacidad interpretativa de Janis, la hermosura intrínseca de la canción (detalle que nos podría llevar hasta George Gershwin y pasar por Louis Armstrong y Ella Fitzgerald, entre tantos otros), etc. Las pibas se sumaban a los elogios artísticos y añadían una reivindicación que excedía lo musical. Decían sentirse identificadas con esa mujer de la que, por razones generacionales, reconocían no saber demasiado. Janis había perforado una vez más toda brecha generacional y se había burlado de la frialdad de los calendarios y de la solemnidad de las efemérides (como la que ocupa estas líneas). 

Porque la excusa de esta nota es que Janis hubiese cumplido este jueves 80 años. Es un poco absurdo celebrar los cumpleaños de gente que está muerta. Ya se puede decir, para desactivar la manía consoladora de fans, músicos y periodistas adictos a los lugares comunes: Janis no está en el cielo zapando con Jimi Hendrix, Jim Morrison y Brian Jones. Está muerta. El "cumpleaños" tiene, en este caso, un agregado morboso: la cifra redonda y simbólicamente impresionante (80) marca un contraste demasiado grande con la imagen cristalizada de la artista en su plenitud vital. Esa plenitud que la acompañó hasta el último minuto, a pesar de las drogas, el alcohol y los dolores del alma. 

En la mente de todos sigue viva esa Janis que dejó de cumplir años. Se quedó en los 27, la misma edad de la piba que la homenajea en Instagram cinco décadas más tarde. Existe, al parecer, una dimensión ajena a los rigores de la vida y de la muerte y es allí donde uno la encuentra, aún hoy, a Joplin. No es ni el cielo ni el infierno. Pero se puede acceder a través de un puñado de aplicaciones (puede ser Spotify, pero se recomienda YouTube, para verla además de escucharla). Los nostálgicos pueden apelar al CD y los modernos al vinilo. 

Ponerse a pensar cómo sería artísticamente Janis a los 80 es inútil, más allá de que la ucronía es la única alternativa superadora de lo irreparable. Qué hubiese pasado si no pasaba lo que pasó. ¿Sería una dama digna y severa como Joan Baez? ¿una anciana culta y venerable como Patti Smith? Las opciones citadas vuelven a chocar una y otra vez contra el espejo de la Janis que conocimos: incandescente, desgarrada, hedonista y sufriente. Una nietzscheana sin lecciones de filosofía, una hippie-punk despojada de formalidades identitarias, una feminista sin declamaciones teóricas. No había modo -al menos desde nuestra capacidad para proyectar a partir de lo conocido- de que esa Janis Joplin llegara a los 80.  

Como se quedó en los 27, la industria hizo todo lo posible para que las sucesivas generaciones crecieran con esa imagen congelada, pero multiplicada y reproducida hasta que no quedara nada supeditado al misterio. Ya se sabe, se vio y se escuchó sobre Janis todo lo que se puede saber, escuchar y ver respecto de un ser humano. Joplin grabó solo cuatro álbumes (no llegó a ver en la calle el último de ellos, el extraordinario Pearl). Pero después de su muerte se han publicado hasta el momento 29 discos (las cifras varían, según qué se tome como oficial o pirata), entre grabaciones en vivo y recopilaciones. Hay cumpleaños para rato. 

Las especulaciones contrafácticas invitan a inferir cuál podría haber sido el camino a recorrer por la cantante, al menos en los primeros años 70. La tendencia esbozada en su trabajo con la Full Tilt Boogie Band parecía llevarla ligeramente hacia el country rock, después de sus aproximaciones más souleras con la Kozmic Blues Band y de la psicodelia desatada en los años de la Big Brother and the Holding Company. Lo que siempre había estado y seguramente seguiría estando es el blues. Porque el blues, como karma y atributo existencial, la atravesaba en cuerpo y alma. 

Lo que resulta aún más difícil de aventurar, retrospectivamente, es el modo en que se hubiese desarrollado su vida en los años que la sobrevivieron. Cuando -al menos en términos contraculturales- se dictaminó que el sueño había terminado. ¿Qué hubieran hecho con ella los punks, los darks, los raperos, etc? 

Ojalá hubiese tenido Janis la oportunidad de reciclar sus excesos o de estirar un poco más ese último designio de la fatalidad que la perseguía. Para que la pudiéramos seguir en su gira. Pero quizás este sea un planteo egoísta de quienes la admiramos. 

Janis buscaba desesperadamente la felicidad pero no era feliz. Hacía el amor con 25 mil personas a la vez en escena y después dormía sola, según su célebre autodescripción. Quizás haya exagerado o haya sido al revés: Janis dormía con miles de hombres y mujeres pero estaba sola arriba del escenario. En ese caso tal vez fuera aquella soledad atroz, ese vértigo inmanejable, lo que la hacía cantar como nadie. Hoy millones hacen el amor con ella, mientras la escuchan y la celebran, pero ella no está. ¿Quién está más solo? 

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