No hay elementos fantásticos o sobrenaturales en Los espíritus de la isla, si bien su título original, The Banshees of Inisherin, señala una clase muy particular de entidades de otros mundos. Las banshees forman parte del folclore irlandés desde tiempos remotos, almas femeninas en pena que anuncian y a veces anticipan la muerte de un familiar con sus portentosos llantos. En términos estrictos, las banshees brillan por su ausencia en el nuevo largometraje del cineasta y dramaturgo británico-irlandés Martin McDonagh, aunque una anciana que habita en la pequeña isla de Inisherin en la cual transcurre la acción –un sitio ficticio creado por el autor para la ocasión– podría ser una descendiente humana de aquellas criaturas, a pesar de que sus anuncios de catástrofe están basados en el más estricto sentido común. El director de 3 anuncios por un crimen, la película ganadora de dos premios Oscar en la edición de 2018, reúne a los protagonistas de su ópera prima Escondidos en Brujas, Colin Farrell y Brendan Gleeson, catorce años después del estreno de aquella particular comedia negra con tintes policiales. El humor oscuro, los personajes ligera u ostentosamente excéntricos, vuelven a decir presente en su más reciente creación, pero McDonagh –cuya carrera teatral es ampliamente conocida a nivel internacional, incluido el paso por la avenida Corrientes de una de sus obras más celebradas, The Pillowman– viaja ahora al pasado de las tierras de sus padres (él nació y fue criado en Londres) para narrar el quiebre en la relación de amistad entre dos hombres. La coyuntura es la de la cruenta guerra civil que asoló el territorio irlandés entre 1922 y 1923, inmediatamente después de la Guerra de Independencia, entre el gobierno provisional y las facciones que se oponían a un tratado con el imperio británico, ligadas directa o indirectamente con el IRA. Mientras allí en frente, desde el otro lado de las aguas, llegan los fuertes sonidos de explosiones y cañonazos, la paz de la tranquila y poco habitada isla de Inisherin se ve sacudida por algo que a priori parecía imposible: la ruptura unilateral y sin posibilidad de marcha atrás de un vínculo de amistad que llevaba décadas de existencia y que, de un día para el otro, parece finiquitada. Las relaciones metafóricas entre el contexto histórico y el relato de ficción son más que evidentes.
“Es la simpleza de contar una historia sobre una ruptura y ser lo más sincero posible a la hora de mostrar el dolor que ello trae aparejado”, declaró Martin McDonagh en un conferencia de prensa internacional, reflejada en un artículo del sitio web Collider. “Sobre todo, eso. El hecho de reflejarlo y yuxtaponerlo a la Guerra Civil Irlandesa ayudó a incorporar ángulos metafóricos interesantes, mostrar cómo una simple separación puede llevar al horror, a la guerra, a actos imperdonables. Pero el impulso inicial fue capturar la tristeza de esa separación”. Sin temor a equivocaciones, Los espíritus de la isla podría describirse como una fábula sobre el fin de la amistad. O sobre el final de una relación a secas, sea esta de la índole que fuere. Sin embargo, la grieta cada vez más dilatada entre dos amigos, hombres orgullosos y habitantes de una pequeñísima isla irlandesa, ofrece características diferentes a las del final de una pareja tradicional. Todo comienza con imágenes de la campiña, implacablemente verdosa, y la caminata de Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell) desde su casa al hogar de su amigo, Colm Doherty (Brendan Gleeson), recorrido que se intuye similar al de cualquier otro día de cualquier otro año. Desde allí, piensa Pádraic, irán juntos al pub, como todos los días a las dos de la tarde, a tomar algunas pintas de la única cerveza negra disponible. A temperatura natural, como dictan las normas. Pero ese día Colm no responde el llamado del compinche y cuando este cruza preocupado el umbral de la puerta recibe una respuesta tan inusual que lo pone en alerta. ¿Acaso su amigo está enfermo? ¿Cómo se le ocurre alterar una rutina que lleva años sin cambios, ese encuentro cotidiano para el cual parecen vivir, al margen de las tareas del pastoreo y otras actividades laborales? Es cierto que Colm es mayor que Pádraic y ya está próximo a la edad jubilatoria, pero, ¿es posible que esté deprimido al punto de rechazar la presencia de quien ha compartido vasos y charlas todos los días?
Las respuestas a esas incógnitas llegan unos minutos de proyección más tarde. Una sentencia tan simple como brutal. Colm quiere dejarle algo al mundo, componer con su violín una melodía que haga las veces de legado artístico y humano, y para ello no puede seguir perdiendo el tiempo en conversaciones superficiales. Por eso no quiere seguir siendo amigo de Pádraic. La amistad es una elección, dice Colm, y ya no quiere seguir eligiéndola. Punto y aparte, fin, se acabó. Pádraic, que vive con su hermana Siobhán (Kerry Condon), una mujer inteligente y culta a quien los confines de la isla le resultan cada vez más asfixiantes, y un burro miniatura que es animal de compañía y mascota, no toma la resolución de su ¿ex? amigo como lo que es. Tal vez se trate de una broma o un capricho pasajero. Una etapa. Los consejos del joven Dominic (Barry Keoghan, otro de los talentos actorales indispensables surgidos de Irlanda), el “tonto del pueblo”, hijo del oficial de policía local, tampoco logran penetrar la dura piel de Pádraic. Es imposible, ¿cómo va a querer dejar de ser su amigo? Ni siquiera la amenaza de Colm, que promete cortarse un dedo de la mano cada vez que el otro vuelva a dirigirle la palabra, logra detenerlo. Hasta que un día escucha un sonido seco. Algo que ha golpeado la puerta de su casa, una piedra o tal vez un ave que perdió su orientación. “Pádraic no puede entender por qué Colm ya no quiere ser su amigo y no piensa aceptarlo”, señala McDonagh en las notas de producción enviadas a la prensa local antes del estreno del film en salas de cine, el próximo jueves 2 de febrero. “Es similar a lo que uno siente cuando es abandonado en una relación. Es interesante ver con quién se identifica la audiencia. ¿Pueden entender la posición dura que ha adoptado Colm o se sienten identificados con la persona amable a la que le rompieron el corazón? ¿Decides dedicarte por completo a ser un artista y dejas de lado a amigos, amantes y familia? ¿El trabajo es lo más importante y no importa quién sale lastimado al hacerlo? Es un debate que no es contestado por mí ni por la película. No creo que uno deba flagelarse a sí mismo o ser una persona oscura u odiosa para hacer cualquier tipo de arte, incluso hasta el arte más oscuro. Pero definitivamente creo que la película explora ese dilema interesante”.
La obra teatral de McDonagh incluye la así llamada “Trilogía de la Islas Aran”, compuesta por El lisiado de Inishmaan (1996), El teniente de Inishmore (2001) y The Banshees of Inisheer. Esta última permanece inédita y, a pesar de la similitud en los títulos, no guarda relación alguna con su último largometraje (por otro lado, cabe la aclaración de que Inishmaan, Inishmore e Inisheer son lugares reales, tres islas pertenecientes a Irlanda ubicadas en la desembocadura de la bahía de Galway). El realizador retomó el guion de Los espíritus de la isla durante los días más duros de la pandemia de covid19, evento global que ha sido reflejado de manera más o menos directa en decenas de proyectos cinematográficos, pero que aquí adquiere características menos literales. En la mencionada entrevista con Collider, el director de Siete psicópatas –otro film con Colin Farrell al frente del reparto– recuerda que “esa sensación que siente Colm, la idea de que podría estar perdiendo el tiempo, fue un pensamiento que se me cruzó por la cabeza durante la pandemia. La noción de una comunidad insular que lidia con cuestiones existenciales no pudo sino ser influenciada por la forma en que la vida real se reajustaba todo el tiempo. ¿Qué íbamos a hacer una vez que hubiera terminado esa pausa? ¿Seguiríamos viviendo como antes o nos apuraríamos un poco para recuperar el tiempo perdido?”. En ese sentido, McDonagh cree que allí radica una cuestión importante respecto del radical cambio en la manera de ver la vida y la amistad por parte de Colm. “¿Por qué es tan duro en el comienzo mismo de la película? ¿Es verdad lo que le dice a su amigo o simplemente es la única manera que tiene de hacer que se produzca la separación? Esas discusiones están imbuidas en las escenas que siguen, con diferentes dinámicas y tonos. No es simplemente un tipo diciendo ‘ya no quiero ser tu amigo’, sino que hay algo mucho más sutil”. Hay bastante humor (y bastante humor negro) en la película, especialmente cuando el punto de partida narrativo comienza a enrollarse y a llevar el extraño enfrentamiento entre los ex compinches a límites impensados, pero la sensación de tristeza, de pérdida irreparable, comienza a ser cada vez más importante.
El retrato coral se abre a varias subtramas secundarias –el deseo de Siobhán de salir a conocer el mundo y abandonar el universo atávico de la isla, la relación de Dominic con su abusivo padre policía, los comentarios de la empleada chismosa del local de tiendas generales, el vínculo del propio Pádraic con su burrito, la guerra fuera de campo pero inevitablemente presente–, pero el centro neurálgico de The Banshees of Inisherin es la caída en desgracia de aquello que parecía férreo, perenne, inmortal: la amistad entre esos dos hombres. Si en algo coinciden todas las críticas del film publicadas desde su estreno mundial en el Festival de Venecia, incluso aquellas que tienen puntos negativos a destacar respecto del relato y sus formas, es la notable performance del dúo de actores irlandeses, tres lustros después de su primer emparejamiento en Escondidos en brujas. Nada extraño viniendo de Gleeson, que en cada una de sus apariciones en roles secundarios es capaz de elevar el nivel de aquello que se está narrando sin demasiado esfuerzo. El caso de Farrell, cuya carrera ha sido bastante más desequilibrada en términos actorales, es aquí notable. Más allá del fuerte acento del inglés que se pronuncia en hogares, caminos y locales y de la sensación de simpleza que parece envolver a los habitantes de Inisherin, el protagonista de Alejandro Magno logra transmitir en los momentos de mayor intensidad emocional una enorme gama de emociones diversas, muchas veces encontradas. Un estupor que va cediéndole el lugar a la desazón y la tristeza, un orgullo que comienza a transformarse en encono e incluso odio. En un lugar donde nada parece cambiar demasiado, donde las rutinas se respetan y el lugar de cada habitante parece anclado firmemente al suelo ancestral, Pádraic y Colm han dejado de ser hombres quietos.