Este verbo duele ahora más que nunca, se ha vuelto aterrador.
“Caducó”, decía un escueto mensaje en la madrugada del 18 de enero 2020. La vida como una mercadería más -que lo es desde el punto de vista del universo en general pero no desde lo humano en particular, depositario de conciencia.
La vida como una mercadería que ha cumplido su ciclo en góndolas.
¿Por qué se llamarán góndolas las estanterías de los supermercados?, me pregunto. ¿Será porque navegan impertérritas por los canales oscuros de la codicia empresarial hacia la remarcación y el sobreprecio?
En lo que respecta a las noticias, resulta inquietante el breve tiempo en que éstas caducan o pasan a un segundo plano de aparente obsolescencia.
La culpa no es del chancho, etc. pero el orden de los factores adquiere primordial importancia en determinados casos y las noticias en primer plano fagocitan a las otras.
¿Dónde tiene la sociedad puesta su mira, o mejor dicho hacia dónde se la enfoca?
Un crimen brutal ha cobrado primacía y parecería opacar temas perentorios, como si hubieran caducado.
El asesinato de Fernando Báez Sosa por una patota de coetáneos a la salida de un boliche por desgracia no es la única atrocidad de esta índole (en el fin de semana del 7 al 9 de enero se registraron dos muertos, un internado en terapia intensiva, otro hospitalizado y varios heridos de distinta gravedad producto de siete peleas). Pero Fernando se ha vuelto emblemático y está bien así, que la lección cunda, que quede claro el horror.
Fernando como símbolo, lo avalan los tres años transcurridos hasta llegar al juicio. Lupa sobre el racismo y el desenfreno, contagiosos en una época que parecería enferma de odio terminal.
Pero que el árbol no tape el bosque.
En el malabarismo de noticias muchas pelotas están hoy en el aire. Son más bien antorchas encendidas aunque parecen haber pasado a un segundo plano. El pedido de juicio a la Corte Suprema es la principal, sin por eso eclipsar otras: el atentado contra la vicepresidenta y sus ramificaciones políticas, los célebres chats y los consiguientes chanchullos, los reclamos por la libertad inmediata de Milagro Sala...
Surge aquí una verdadera telaraña de mentiras, opacidades y ocultamientos que emponzoña nuestra realidad dejándonos sin aire. Con los atentados a la Embajada de Israel y a la Amia en el distante centro.
Todo interconectado.
Sin ir más lejos, ocho años se cumplen ya de la muerte más mentada en nuestro país. Hay quienes aún hoy la tildan de magnicidio. Pueden permitirse ese lujo porque el caso nunca llegó a los tribunales. En ocho años. Y eso que ellos, según afirman, tienen la precisa y saben sin lugar a dudas que ha sido un asesinato. Sin lugar a dudas y sin prueba alguna más allá del sainete de Gendarmería, 2017. Conveniente les resulta mantenerlo así, en la nebulosa de una incógnita espuria. Es un as que la oposición conserva bajo la manga y saca a relucir a la primera de cambio. A jugadores fulleros nadie les gana...
En lo personal solo pido que me expliquen con detalles coherentes y científicos, o al menos lógicos, cómo resuelven este típico “misterio de cuarto amarillo”, cuarto (de baño en este caso) inaccesible a terceros en departamento ídem. Si hasta yo pude elaborar una teoría plausible, si bien no del agrado de ellos. Por suerte estoy segura de que no me leen, razón por la cual no temo que se les ocurra llamar a algún buen novelista del paño para que les urda una trama a su medida.
Y para retomar el eje de la presente columna traigo a la memoria un caso que parece haber caducado: la desaparición en democracia del joven agente de la policía de la ciudad, Arshak Karhanyan. Desaparecido el 24 de febrero 2019, la última vez que oímos hablar de él fue en marzo 2022 por un reclamo desesperado de la madre. La historia parecería simple si no fuera por ciertos detalles. En su día franco se lo vio hablar largamente con un colega, subir a su departamento, bajar con la pistola reglamentaria, dirigirse a un supermercado donde compró una pala de punta. Al salir de allí las cámaras de seguridad viales lo pierden para siempre. Un tema, las cámaras de seguridad, porque el quid del asunto quizá radique en una declaración de su hermano Tigran, citado por este diario unos años atrás, que me limito a reproducir:
“ (Arshak) nos contaba algunos casos y un día nos dijo que le había tocado revisar el de la muerte de Nisman. A mi vieja le contó que le pedían que oculte información. Le habían dado para analizar las cámaras, pero le pidieron que en el acta pusiera una menos. Todavía vivíamos juntos. El nos comentó esto muy angustiado. Yo le hubiera hecho caso a mi jefe, pero él no quería. Nos dijo, de hecho, que se negó a hacerlo. Mi mamá, que pensaba como yo, de hecho le insistía: ‘¿Hiciste lo que te dijo tu jefe?’. Una semana después, cuando volvimos a preguntarle, nos dijo de manera cortante: ‘Ya está, ya lo resolví’. Pero poco tiempo después lo trasladaron a otra dependencia”.
Ergo, así como a pesar de todas las oposiciones de la oposición continúan los juicios a los represores, es menester impedir que caduquen las investigaciones sobre los fantasmas que asolan y enferman nuestro tejido social.
A principios de 2015 al gobierno en ejercicio le tiraron un muerto (mejor dicho una muerte, puesto que a todas luces el muerto se tiró solo). En este nuevo año electoral se impone atajar cada uno de los golpes bajos que pululan al acecho, al mejor estilo de quien ataja penales.
Luisa Valenzuela es autora de la novela Fiscal muere.