"Las mujeres facturan", canta Shakira y se compara con un Rólex pero ¿qué pasa con las mujeres que están demasiado lejos de ser una mil-millonaria como la cantante colombiana? Ante la separación, facturan dolores, angustias, sobrecarga, doble jornada. También, alivio personal y libertad. "Las mujeres separadas cuyas vidas ya estaban precarizadas antes de la ruptura, necesitan estar vinculadas a los espacios barriales, la escuela, el comedor, distintas organizaciones que están allí”, señala Patricia Villafañe, psicóloga e integrante del grupo Desde el pie, de barrio Ludueña. Incluso, las que tienen un trabajo registrado, como, Bernarda señalan las dificultades de sostener a sus hijes cuando la cuota alimentaria es insuficiente.
La lucha de Bernarda para que su pareja saliera del hogar incluyó una denuncia y finalmente un alivio. Con un trabajo registrado, su posición económica no era mala. Sin embargo, hacerse cargo de todo no fue nada fácil;, como en la mayoría de los casos, sus hijes viven con ella y debe resolver toda la logística diaria.
En cambio, Soledad del FONAVI de barrio Echeverría cuenta que no estaba “ni bien ni mal, estable". "Después de 25 años de casada él tenía un buen trabajo, nunca me enteré cuánto ganaba. Con los hijos, no me dejó trabajar, yo siempre debajo de la cama, relegada. Cuando me fui vivíamos en Alvarez y nos volvimos a Rosario sin nada”. Sin muebles, plata, ni trabajo. El progenitor le pasa muy poco dinero -$3000 pesos- que llega cuando y como él lo decide, para les dos hijes. El mayor vive y se mantiene solo.
Según datos de la Encuesta sobre la Estructura Social publicados en el libro La Argentina en el Siglo XXI, en 2019, el 84 por ciento de las familias monoparentales está a cargo de mujeres, que son quienes quedan al cuidado exclusivo de las infancias tras la separación de la pareja.
Las realidades van cambiando cuando se trata de mujeres en situaciones más vulnerables. Villafañe subraya la necesidad de una red de organizaciones comunitarias para apuntalar la nueva situación de las mujeres. Muchas veces, el varón no sostenía el hogar, sino que las mujeres veían la forma de garantizar la comida y administrar la asignación universal por hijo (AUH). Al encontrarse solas, esto se acrecienta y “la carga mental de hacerse cargo del cuidado no se valora en dinero, no entra en el cálculo de la cuota alimentaria”.
Esa es la situación de Sole, que vive en barrio Mangrullo. Tenía solamente una casita precaria. "Pero era mi casa”. Tiene 4 hijos y salió huyendo de una pareja violenta, una noche, hace 10 años, con lo que pudo llevar, casi nada. “Me costó bastante, cuando me separé me fui de mi casa y estuve dos días viviendo en una plaza con los chicos, hasta que un hombre me preguntó que me pasaba y si me dejaba ayudar”. Le terminó pagando una pensión que ella no pudo sostener, sin trabajo y a cargo de los cuidados. Todo fue un ir y venir de distintos lugares. Finalmente, compro una casita abajo del puente en el Mangrullo, pagó con un plan y el resto en cuotas. Con alguna ayuda económica del estado se hizo su casa, precaria, pero propia, puso el cuerpo y aprendió a hacer. Su terrenito está al lado de la barranca. "Tengo una laguna” dice y sonríe. El progenitor tiene una orden de restricción hacia ella, que no incluye a los hijes. Sin embargo, nunca más los vio. Sole no tiene trabajo, no recibe ninguna cuota alimentaria y subsiste con un plan Potenciar y con la AUH.
Con otra situación, como trabajadora, Bernarda cobra la cuota alimentaria para sus dos hijes, fijada por acuerdo judicial. Sin embargo, el cumplimiento no ha sido siempre parejo. “Hay muchas cosas que no se encuentran contempladas, como el pago del alquiler, niñera”, detalla.
Villafañe remarca que “el incumplimiento de las cuotas alimentarias por parte de los varones es independiente de su situación laboral. En la mayoría de los casos se incumplen”. Remarca que para las mujeres no hay descanso, “no se tiene en cuenta la carga de los trabajos de cuidados ni el tiempo asumido en ese cuidado, que le ha quitado tiempo para profesionalizarse o para tener un trabajo, y que está muy velado por la idea de la maternidad y del disfrute y el goce. Eso se quiebra cuando hay una separación en la pareja y necesitan recuperar vínculos con pares, hacer redes, cuando la sociedad te lleva todo el tiempo al estereotipo de madre”.
No se trata del problema individual de cada una de estas mujeres. Celeste, integrante Criando Solas Rosario, retoma “un reclamo que es histórico del feminismo”, refiriéndose a las guarderías en los lugares de trabajo y de estudio. “A mí no me van a tomar en un laburo porque saben que estoy sola y criando. Creo que tiene que haber un cupo laboral, que podamos tener un acceso nosotras y nuestros hijos a tener una vida, no solo subsistir con las lentejas para que te duren una semana. Una vida digna”.
A Soledad de barrio Echeverría sólo le falta rendir las prácticas para ser instrumentista quirúrgica. Pensó muchas veces en abandonar, pero siente la responsabilidad de dar el ejemplo. “Tenés que estar lúcida, muy concentrada, dejar pasar un poco, bajar un cambio y renovarte", dice y cuenta que le daba miedo "entrar al quirófano pensando si los chicos están bien”. Sus dos hijes se quedan solos hasta que llega la abuela o la prima a cuidarlos; la hija sabe que cualquier cosa está la vecina a la que puede pedirle ayuda. Ahí está su red de contención.
En cambio, Sole, del Mangrullo está sola, no cuenta con familia para darle una mano, pero encontró a Fernanda en un comedor. “Me acerqué y ella me recibió, me daba comida, pan, yogurt para los chicos y ahora es mi apoyo”. Siente que mejoró mucho, “te sentís dueña de decir, de hacer muchas cosas. Ahora estoy bien”.
Los vínculos familiares, de sangre o esa familia que se elige, son quienes ayudan en la crianza y alivian la carga mental que genera la monomarentalidad.
Esa es una experiencia más común que facturar millones por hacer una canción. Marcela Gómez Vizzoni, referente de Hogares Monomarentales, reivindica las redes feministas: "En realidad nunca estamos solas, siempre hay alguien que nos tiende una mano y queremos que ellas también sean visibilizadas. No criamos solas, criamos en abandono del progenitor y del estado”.
“¿Cómo me arreglo sola? Llorando.” responde Bernarda y agrega que las amistades fueron su sostén y sus redes de apoyo. A Celeste también la ayuda su familia. Ella señala la paradoja de los discursos sociales que traman esa estructura llamada patriarcado: “Nos dicen vos podés sola y nos sentimos culpables porque no podemos. No es cuestión de meditar y vibrar más alto…. Caímos en esa trampa y ahora estamos saliendo”.