Nueve años atrás, el director Alejandro González Iñárritu pasó ocho meses en la espesura canadiense con Leonardo DiCaprio y Tom Hardy. Había 40 grados bajo cero, esa clase de frío que pega hasta el hueso; la clase de frío que dificulta abrir los ojos, tal como describió DiCaprio. Revenant: El renacido, película por la cual Iñárritu recibió uno de los cinco Oscars que acumula a su nombre, es regularmente mencionada en la misma frase que Apocalipsis Now al definir a Las Películas Más Difíciles Jamás Filmadas. Pero comparada con Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, la más reciente producción del realizador que puede verse en la plataforma Netflix, fue un paseo en el parque.

¿Qué puede ser más complicado que hacer Revenant, un film que puso a su estrella a comer un hígado de bisonte crudo y en el que varios integrantes del equipo renunciaron debido a condiciones de trabajo que una fuente describió como "un infierno en la tierra"? "Bardo fue cien veces más difícil", dice Iñárritu a través de una comunicación por Zoom desde su iluminada oficina hogareña en Los Angeles. En este desmadejado y surrealista drama, Daniel Giménez Cacho es Silverio Gama, periodista, documentalista y claro alter ego de Iñárritu. Ambos tienen la misma barba gris. Cuando él y su familia visitan su Ciudad de México natal en las vacaciones, Silverio es abducido a un sueño despierto repleto de identidades ensoñadas, apuntes históricos y su inminente mortalidad (en el budismo tibetano, "bardo" es el estado liminal entre la muerte y el renacimiento). "Esto me demandó más que cualquier otra película", dice Iñárritu. A olvidarse de las montañas y los bosques, Bardo tiene lugar en el lugar más traicionero de todos: "Es la geografía personal de mi existencia."

"Bardo fue difícil de vender. Nadie quería hacerla", dice el director de 59 años. Así que tomó el riesgo y la financió él mismo desde el comienzo. Más tarde fue elegida por Netflix. "La gente tenía miedo", explica. "Esta no es una película convencional. Es un proyecto personal; está en español, no tiene grandes estrellas mundiales, y no quería que nadie leyera el guión." Pero esas preocupaciones nunca desalentaron su deseo de hacer Bardo. Más bien lo cultivaron. "Tenía esta especie de enfermedad en la que cuanta más gente me desafiaba con algo, más confiaba yo. Cuando dicen 'Sí, es buenísima' y le dan luz verde, eso dispara mis sospechas. Quiero decir, quizá entonces mi idea no es original." Encontrar financiamiento para Birdman, su alucinada sátira del show business de 2015 con un Michael Keaton como un desgastado actor que intenta montar su gran regreso en Broadway, fue una lucha similar. Ganó cuatro Oscars.

Quien haya visto una película de Iñárritu en los últimos veinte años -Amores perros, de 2000; 21 gramos, de 2003; Babel, de 2006- sabrá que le gusta experimentar con las formas. Bardo no es diferente. Solo que esta vez, combinada con su inconfundible marca personal y una duración importante (dos horas y 39 minutos), su espíritu de experimentación ha generado algunos revoleos de ojos. "Autoindulgente" es un término que se repite entre los críticos de cine. Es también una palabra que aparece en Bardo cuando Silverio se encuentra con Luis, un viejo amigo y colega periodista (intepretado por Francisco Rubio) que arremete contra el último "narcisista" trabajo de Silverio, desechándolo como una mescolanza "pretenciosa" de "escenas sin sentido" a las que "les falta inspiración poética". Suena familiar.

Iñárritu tiene por costumbre evitar leer reseñas, buenas o malas. "Trato de navegarlas con mucho respeto, y todas las opiniones están super OK, pero no tiene ningún sentido leerlas", dice, y explica que no hay crítica que vaya a cambiar la película. "Los artistas pueden ser muy duros consigo mismos. Creo que tengo suficiente conmigo mismo como crítico". De todos modos, evidentemente él ha visto las críticas hacia Bardo. ¿Su reacción? Reírse. "Es obviamente un meta-momento", dice. "No hay crítico más duro que yo, con lo que sé cuán predecible es la mente y qué cosas pueden decirse de la película. Todo lo que dice Luis son cosas que yo mismo puedo ver y que otros pueden pensar, con lo que cuando suceden en la realidad me hacen reír, porque reafirman lo que la película estaba diciendo." Hace una pausa. "Lo siento si algunos periodistas lo toman tan personalmente, y debo decir que esa escena fue injustamente malinterpretada". La escena, dice Iñárritu, es sobre la opinión artística, pero también sobre la verdad. "Su debate es sobre el mundo en el que están viviendo. Es binario; reducimos todo a un lado y otro, y hay una incapacidad para ver las graduaciones", dice. "Como persona, estoy muy metido en ese momento de mi vida, dándome cuenta de que no puedo pretender que ningún punto de vista sea la verdad."

Daniel Giménez Cacho en Bardo.

Iñárritu está bien relacionado con las críticas, del mismo modo que muchos aclamados gigantes de la industria. Y en lo pasado fue conocido por también mostrar los dientes. En 2015 lanzó una diatriba contra las películas de superhéroes, un género al que describió como "genocidio cultural". Cuando un entrevistador le remarcó la cita a Robert Downey Jr., la estrella de Iron Man se burló de las raíces mexicanas de Iñárritu: "Mirá, lo respeto profundamente, y que una persona cuya lengua nativa es el español pueda enhebrar una frase como 'genocidio cultural' solo demuestra lo brillante que es".

 La respuesta del actor fue ampliamente criticada; su publicista dijo después que estaba sacada de contexto. Siete años después, a Iñárritu le sigue molestando. ¿Se disculpó alguna vez Downey Jr.? "Por supuesto que no, por supuesto que no. No espero eso", se ríe. "Honestamente, no me importa. Estoy completamente en contra de lo que dijo, pero defenderé su derecho a decir lo que se le antoje. Cualquier cosa que quiera decir está bien, pero creo que lo vio de una manera completamente equivocada." Hoy el director es más moderado que hiriente sobre el panorama actual del cine. "Todo se está volviendo similar. Hay más seguridad en las continuaciones y remakes, en cosas que ya tienen un valor en la cultura popular. El material original se vuelve más y más sospechoso, no importa cuántos premios tengas."

En persona, Iñárritu exhibe la inteligencia casual y el entusiasmo de tu profesor favorito. Ayudan a la impresión sus gafas negras y su peinado de científico loco. También le encanta hacer comparaciones. A lo largo de la conversación, compara ciertas situaciones a abrazar a un viejo amigo, alimentar a un fantasma insaciable, una tortuga hablando con el pez, el sabor del mango.

El realizador ha dicho antes que llegó a la dirección "muy tarde". Tenía 35 años cuando hizo su primera película. Para entonces había pasado cientos de horas tras la cámara realizando comerciales para una estación televisiva. Antes de eso había comenzado como conductor de radio. Para él, Bardo es una especie de regreso a casa. Es la primera vez que filma en Ciudad de México en más de dos décadas. Después de su debut con Amores perros, se mudó junto a su familia a Los Angeles para desarrollar su carrera, tal como SIlverio hace en Bardo. La crisis de identidad que se desata en Silverio no es muy diferente a la de Iñárritu. "El sentimiento de estar fuera de lugar es el material elusivo de Bardo", señala. "Para quienes no lo hayan atravesado es difícil entender lo que quiero decir."

Amores Perros.

Para Iñárritu, ese sentimiento llegó como la humedad: "No es que alguien me tiró encima un balde de agua y de pronto estaba empapado." En lugar de eso, lo compara con estar en un cuarto bochornoso. "No te das cuenta de lo que está pasando hasta que todo se siente muy húmedo." En los 21 años que lleva viviendo en Estados Unidos, "poco a poco, esas memorias y afectos relacionados con México se han ido erosionando, y empezás a sentir algo tan duro como que no sos de ningún lugar." Una escena de la película lo ilustra muy bien. Silverio y su familia están en el aeropuerto de Los Angeles, regresando desde México. Un oficial de Inmigración interviene: "Este no es su hogar", y argumenta que sus visas de residencia permanente no les dan derecho a llamar a Estados Unidos su hogar. La escena es una réplica palabra a palabra de algo que le pasó a su esposa tres años atrás. "María volvió llorando y me contó la historia", recuerda. Es extraño, dice, "cómo tu identidad puede básicamente ser dada vuelta solo por una hoja de papel malinterpretada por alguien."

En 2016, Iñárritu entró en un estrato enrarecido. Con Birdman y Revenant se convirtió en el tercer realizador de todos los tiempos en ganar Oscars seguidos como Mejor Director, uniéndose a John Ford y Joseph L. Mankiewicz. Cada una de sus seis películas fue nominada al menos a un premio de la Academia: entre todas suman 45 menciones. El mes pasado, Bardo entró en la lista corta para el rubro de "Mejor película en habla no inglesa". Iñárritu reconoce que ser reconocido por sus colegas es algo "hermoso" y que ganar un Oscar es "obviamente fantástico", en el sentido de que puede ayudar a cambiar una carrera. En estos días, de todos modos, anda detrás de algo menos tangible. Es ese momento, argumenta, "en el que el público se siente tan tocado por una película sobre algo tan personal para mí, y podemos conectar a través de eso. Es algo indescriptible, es ese sentimiento de no estar solo, de ser comprendido, entendido."

Veinte años muy exitosos en la industria le han enseñado mucho sobre tener mucho éxito. Por ejemplo, que no es algo que resuelva todas las cosas. "Puedo decir que no hay ningún pedazo de metal o precio que vaya a resolver lo que es importante, tus necesidades íntimas más profundas". Encontrar el éxito es también darse cuenta que el éxito en sí mismo es un milagro, dice. Es una lección muy dura para aprender, pero una que lleva en el corazón. "En este momento de mi vida, el verdadero éxito es básicamente no querer el éxito", se ríe. "Ya no estoy persiguiendo espejismos. No quiere decir que haya resuelto nada. ¡Sigo siendo el mismo idiota! Por favor, no me consideres como un tipo con sabiduría. No soy un sabio, solo soy un poquito más consciente de que el éxito no hará desaparecer mis problemas."

Entrega una amplia, conocedora sonrisa. "Sé que vas a escribir 'este tarado, por supuesto que puede decir eso habiendo ganado cinco Oscars'. Pero creo que todos los seres humanos que lean esto entenderán lo que quiero decir. Cualquier éxito que haya alcanzado, está probado que no ha cambiado una sola cosa cuando se trata de lo verdaderamente importante. Tus ansiedades, tus inseguridades, nunca quedarán resueltas por un éxito exterior". Bueno, por supuesto este hombre puede decir eso. Ganó cinco Oscars.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.