El 21 de mayo de 1976, apareció un Torino borravino –sin patente– en el cruce de Perito Moreno y Dellepiane. Dentro del auto había un cadáver en la parte trasera. Otros tres se apilaban en el baúl. Los cuatro habían sido ejecutados de varios disparos. Los cuerpos pertenecían al expresidente de la Cámara de Representantes del Uruguay Héctor Gutiérrez Ruiz, al senador Zelmar Michelini, a la militante uruguaya Rosario Barredo y a su compañero, Willian Whitelaw. Hasta ahora se sabía cómo habían sido secuestrados y cuál había sido su trágico desenlace, pero no se conocía quiénes habían sido los responsables directos de los asesinatos. Después de una larga investigación, el juez federal Daniel Rafecas determinó que los cuatro fueron víctimas de la banda de Aníbal Gordon y que fueron llevados antes de su ejecución a la base de la calle Bacacay, uno de los centros clandestinos de detención que funcionaron bajo la órbita de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE).
Cerca de las dos de la madrugada del 18 de mayo de 1976, un grupo de hombres irrumpió en el edificio de la calle Posadas en el que vivía Gutiérrez Ruiz con su esposa, Matilde Rodríguez Larreta, y sus cinco hijos desde que había abandonado Uruguay tras el golpe de Estado de 1973. Mientras desvalijaban la casa, los captores forcejeaban también para llevarse a Matilde. En ese momento, Gutiérrez Ruiz aprovechó para darle unos nombres a su mujer para contactar. Entre ellos, nombró a Michelini.
– A ese comunista ya lo vamos a llevar– le contestaron.
Un rato después, cerca de las cinco de la madrugada, tres autos estacionaban en Avenida Corrientes al 600. En la habitación 75 del séptimo piso del Hotel Liberty vivía Michelini con dos de sus hijos. Michelini trabajaba entonces como periodista en La Opinión.
– Zelmar, te llegó la hora– gritaron los represores mientras se abrían paso en la habitación.
A Michelini se lo llevaron con las manos atadas y los ojos vendados. Del hotel, los secuestradores se llevaron unos fardos con todo lo que encontraban de valor. En esos operativos, identificaron a Gordon, a Osvaldo “Paqui” Forense y al represor uruguayo Manuel Cordero Piacentini.
Rosario, Willy y tres chiquitos
Rosario Barredo tuvo a su primera hija, Gabriela, mientras estaba detenida en Uruguay. La beba llevaba la versión femenina del nombre de su padre, Gabriel Schroeder, que había sido asesinado junto con otros militantes tupamaros en abril de 1972. A finales de ese año, la justicia la excarceló y Rosario decidió viajar a Chile. Estuvo allí hasta el golpe de Augusto Pinochet.
Después de septiembre de 1973, se asentó en Argentina. Para entonces, ya había formado pareja con el militante William Whitelaw. En 1974, tuvieron una hijita, María Victoria, y el 15 de marzo de 1976 Rosario dio a luz a su tercer hijo, Máximo.
Los cinco estaban durmiendo cuando un grupo de tareas irrumpió en la casa de la calle Matorras al 310 en la madrugada del 13 de mayo de 1976. A los chicos los envolvieron en frazadas y los bajaron de un empujón por las escaleras. De ahí, los subieron a un auto. Gabriela, la mayor, lloraba y pedía por su mamá.
Ella, que entonces tenía cuatro años, es la única que tiene alguna memoria de esos días y de la experiencia concentracionaria. Recuerda, por ejemplo, que estuvieron en una habitación con otras personas. En algún momento, ella se cruzó con “Willy” en el baño y le preguntó por qué estaban ahí. Él inventó una excusa: le contestó que un amigo estaba pintando la casa. Se lavaron las manos y se sentaron por un momento sobre una bañera. Él le dijo que la quería mucho y que se cuidase.
Gabriela también recuerda cuando los captores gritaron el nombre de su madre. Rosario se levantó y Gabriela salió caminando atrás. “Bueno, si ella quiere venir no hay problema”, dijeron los represores con sorna. Esa frase provocó un ataque de histeria en Rosario, que le dijo a su hija que se quedase y que fuera a ver a su hermano –un bebé de dos meses– que la necesitaba.
La historia de lo que sucedió después es conocida: Rosario, “Willy”, Michelini y Gutiérrez Ruiz aparecieron en el Torino el 21 de mayo de 1976. Habían sido ejecutados un día antes. Lo que es menos conocido es qué pasó con los tres niños. A los más chiquitos los sacaron del lugar. A Gabriela la llevaron después a un departamento y luego a una casa en la que ella cree que le dieron los juguetes que habían robado de su casa. Después, la trasladaron a un hospital y el 29 de mayo –16 días después de su secuestro y ocho después de que aparecieran acribillados sus padres– fueron entregados al abuelo paterno en una comisaría de La Florida.
Bacacay
A Juan Ignacio Azarola Saint lo secuestraron en la madrugada del 20 de mayo de 1976. De su casa en la calle Federico Lacroze lo llevaron a un lugar en el que se escuchaba la sirena del tren, se sentía crujir el piso de madera y había un sótano con personas detenidas. Pero hay algo más que declaró Azarola Saint y que lo conecta directamente con el caso de los cuatro asesinados: “En la casa se escuchaba el corretear y jugar, con sus voces infantiles de un niño y una niña de alrededor de cuatro a seis años de edad, a quienes se les indicó no deberían acercarse a ‘esa puerta’, la de nuestra habitación”.
Para Rafecas, está claro que los cuatro adultos, las dos niñas y el bebé estuvieron secuestrados en la base de la calle Bacacay al 3570. La descripción de los espacios que hizo Gabriela coincide –estiman los investigadores del juzgado, encabezados por la secretaria Albertina Caron– con lo que describieron otras personas que habrían estado secuestrados en ese centro clandestino que estuvo en funcionamiento entre marzo y mayo de 1976, antes de que el grupo de Gordon diera vuelta la manzana y se mudara a lo que se conoce como Automotores Orletti –que funcionó hasta noviembre de 1976 y luego fue reemplazado por la base Pomar–.
Hace más de quince años, un integrante del grupo de tareas de la SIDE –que sería Miguel Ángel Furci– le había dicho al periodista Fabián Kovacic que Gutiérrez Ruiz y Michelini habían sido llevados a la base de la calle Bacacay. Por entonces, era una dirección sin identificar que pudo ser detectada en 2020 gracias a un cable desclasificado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense.
Según lo que reconstruyó el juzgado unas 31 personas habrían estado cautivas en la base Bacacay. Por estos hechos y por otros secuestros en Orletti, Rafecas detuvo a cinco exagentes de la SIDE: Patricio Finnen –un peso pesado de los servicios hasta principios de los años 2000–, Luis Nelson “Pinocho” González, Rubén Escobar, César Estanislao Albarracín y Hugo Ángel Carlet. Además, el juez dictó la captura internacional de Daniel Cherutti, que reside en Italia y se dedica a los negocios gastronómicos. Ya fueron indagados los cinco y se espera que, tras la feria, Rafecas decida si los procesa.
Durante la dictadura, la SIDE tuvo a su cargo la coordinación del Plan Cóndor y fue responsable de uno de los grupos de tareas que funcionaban bajo la órbita del Batallón de Inteligencia 601 que se dedicaba a la persecución de los militantes de los países vecinos. Argentina fue, además, un escenario privilegiado de las operaciones extraterritoriales --como apunta la investigadora Francesca Lessa--. Los asesinatos de los cuatro no pueden pensarse fuera de esa lógica de persecución más allá de las fronteras. Quizá esa barbarie que se siente en las dos orillas del Río de La Plata es lo que explica que cada 20 de mayo Uruguay marche en silencio para recordar a las víctimas y reclamar verdad y justicia.