Página/12 en Perú
Desde Lima
Hernando Cevallos, médico de 66 años, fue el primer ministro de Salud en el gobierno de Pedro Castillo. Enfrentó con éxito la pandemia y la campaña de vacunación, lo que lo convirtió en el ministro más reconocido de ese gobierno. Sin embargo, dejó el cargo poco más de seis meses después de iniciado el gobierno por presiones de Perú Libre (PL), el partido que llevó a Castillo al poder, para poner a uno de sus militantes en ese ministerio. Cevallos, dirigente de izquierda de larga trayectoria, no milita en PL. Estudió medicina en la Universidad Nacional de La Plata. Después vivió varios años en Argentina, donde ahora reside uno de sus hijos. Comenzó a estudiar en 1975 y le tocó vivir la dictadura. Dice que varios de sus compañeros de estudios fueron desaparecidos y que él dio su testimonio ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos para denunciar esas desapariciones. De regresó al Perú, en los años 90 se incorporó a la salud pública y a la izquierda. Fue dirigente gremial y en 2016 fue electo congresista por el izquierdista Frente Amplio, cargo que dejó en 2019 cuando Martín Vizcarra cerró el Congreso. Estuvo en la multitudinaria movilización por las calles de Lima el pasado jueves exigiendo la renuncia de Dina Boluarte y conversó con Página/12.
--¿Qué balance hace de las movilizaciones populares que este jueves concentraron en Lima la presencia de pobladores de todo el país en “la toma de Lima”?
--Es un desborde social, la gente quiere ser escuchada y no es escuchada. Las movilizaciones son masivas. La gente se siente totalmente postergada. Eso se ha ido agudizando. Estas movilizaciones tienen liderazgos regionales. La movilización en Lima ha sido multitudinaria. A pesar de las enormes dificultades ha sido una expresión de la presencia de delegaciones numerosas de distintas partes del país. También nos muestra que el campo popular necesita mejorar su organización, centralizar mejor la conducción. Mostró la intransigencia de la policía, que permanentemente obstruyó toda la marcha. La estrategia frente a las marchas ha sido disparar a matar para desmovilizar a la gente de la manera más brutal, para bajar la intensidad de la respuesta social y popular, pero no lo han logrado. Al contrario, han despertado un nivel de indignación cada vez mayor. Los medios pretenden minimizar estas marchas y todo el día hablan de manifestantes violentos, tratando que los hechos de violencia que se han dado sean vistos como una generalidad.
--¿Cree que atrás de esas acciones de violencia en las movilizaciones hay infiltrados que responden a la derecha, al fujimorismo?
--De eso no me cabe la menor duda. Hay un movimiento violentista de ultraderecha ligado al fujimorismo que se llama La Resistencia, que está muy organizado y tiene capacidad operativa. Se infiltra en
las marchas con actos violentos para ir quebrando en la opinión pública cualquier simpatía a estas protestas.
--¿Qué opina del mensaje de Boluarte la noche del jueves en el que aplaudió la represión y criminalizó las protestas?
--Es un mensaje irresponsable, que nos señala la desesperación del Gobierno de no poder controlar la situación, revela que sienten que no tienen salida. Refleja el temor que tienen a las luchas populares que se van incrementando. Justifican la violencia de la represión porque saben que su salida significa ser procesados por crímenes de lesa humanidad. Los sectores que representan los grupos de poder saben que si pierden esta pulseada con las protestas populares, lo que se plantea son cambios de fondo, estructurales. Saben que aquí se juega mucho más que Dina Boluarte. Se verifica la presencia de un sector militarista para el cual la salida es a sangre y fuego.
--¿Después de este mensaje de Boluarte queda algún espacio para el diálogo o se ha llegado a un punto de no retorno?
--No veo factible una salida a la crisis con Boluarte. En eso creo que hay un punto de no retorno. Hay exigencias de las poblaciones que son irrenunciables. La gente lo que no va a perdonar es la cantidad de muertos que hay. Manifestantes que no tenía un arma en la mano han sido asesinados. Las protestas van a seguir porque las heridas son muy grandes y los niveles de movilización también. Este problema no se va a resolver mientras haya impunidad. No hay una salida que permita que este gobierno se pueda mantener con esa carga de muertes. La renuncia de Boluarte es inevitable.
--Boluarte ha insistido que no renunciará.
--Si la movilización se mantiene y se incorporan más sectores sociales a la lucha, más allá de un mensaje provocador, el gobierno puede retroceder y Boluarte renunciar. Una de las razones por las que no renuncia es porque sabe que no hay marcha atrás para ella. Si renuncia sin duda será procesada por los asesinatos de manifestantes y va a terminar en la cárcel.
--¿Si Boluarte no renuncia y el Congreso no adelanta para este año las elecciones programadas para 2024, qué puede ocurrir?
--Eso abre un escenario de mucho riesgo para el país con la posibilidad de una confrontación mucho mayor, de consecuencias nefastas, mucho más grave de lo que está ocurriendo. La gente está muy indignada.
--Si renuncia Boluarte la reemplazaría el presidente del Congreso, el general retirado de ultraderecha José Williams, que en el pasado ha estado acusado por violaciones a los derechos humanos. ¿Eso en lugar de solucionar la crisis no la puede agravar?
--La sola la renuncia de Boluarte no soluciona la crisis, la población también exige la renuncia de Williams para que asuma una nueva mesa directiva del Congreso con un nuevo presidente, o presidenta, que reemplace a Boluarte. La renuncia de Williams también es indispensable. La gente tiene una posición muy clara, vienen de una experiencia de represión muy fuerte, quieren que se vayan Boluarte y Williams, que haya elecciones este año, se procese a todos los asesinos de manifestantes y se convoque un referéndum para una Asamblea Constituyente.
--¿Cómo toma las acusaciones que hacen el gobierno y la derecha contra las protestas de tener vínculos con el terrorismo?
--Algo tienen que decir para justificar la barbaridad que están haciendo. Esas afirmaciones no resisten el menor análisis, no hay forma de justificarlas. A ninguno de los que han matado le han encontrado un arma, no hay forma de decir que las fuerzas de seguridad se defendieron. Según los peritos, los disparos han sido para matar. Ahí hay un plan político.
--¿Cuál es ese plan político?
--Instaurar un régimen policiaco, dictatorial, seguramente con algunos rasgos populistas. El plan es que la derecha gane las elecciones y quedarse en el poder. Por eso han entrado tan duro para desmovilizar al pueblo.
--¿La izquierda tiene opción en las próximas elecciones?
--Lo que nos está demostrando la experiencia de estos dos últimos meses es que las ansias de cambio, la claridad que tiene nuestro pueblo para identificar a los enemigos de clase, a los grupos de poder, la necesidad de luchar contra la corrupción y por cambios profundos, están más vivos que nunca. Eso la derecha no lo ha podido matar. La izquierda tiene el desafío de ajustar su programa a lo que el Perú quiere, de buscar niveles de coordinación y unidad necesarios porque la derecha tiene una fuerza que no la puede enfrentar un partido de izquierda aislado. La izquierda tiene un enorme capital, que es la esperanza de la gente, y eso se muestra con estas movilizaciones masivas de personas que no se han dejado embaucar por la derecha.
--¿Le ha sorprendido el nivel de apoyo a Castillo después de su caída?
--Más allá que no cumplió sus promesas, sigue siendo un referente popular, la gente lo sigue sintiendo como uno de ellos. Hay un sector que sale a defender a Castillo porque lo han maltratado y eso ha generado indignación en la gente. Tengo la impresión que esto va más allá de Castillo. La gente no focaliza en un retorno de Castillo que las cosas se resuelvan. Es un fenómeno de muchos años de postergación de los pueblos peruanos, nunca el Perú llegó a ser una Nación, recorres el país y ves lugares donde el Estado no existe. La gente que se siente postergada se identificó con la candidatura de Castillo porque lo vio como un hombre de la sierra, como un cholo, pero un cholo humilde como ellos, no un cholo como Alejandro Toledo. Y por eso lo hizo suyo. Se le puede acusar de ladrón, que no hace bien las cosas, que no habla bien, pero la gente lo siente como uno de ellos y siente que se lo han arrebatado.
--¿Cómo evalúa ahora el gobierno de Castillo?
--Fue un gobierno contradictorio, que es difícil de definir. Avanzó en algunos retoques a la crisis, pero nunca se animó a tocar los grandes intereses en el país. No rompió el contacto con el pueblo, pero fue perdiendo terreno, desencantando a mucha gente, pero el pueblo seguía con la expectativa que Castillo pudiera tomar decisiones de fondo. No estábamos en un punto de rechazo, estábamos en el punto que la gente le decía ‘presidente para cuándo’. El pueblo sabe que la derecha lo bloqueó, lo amenazó, lo arrinconó, que los medios lo atacaron. La Constitución es un chaleco de fuerza para cualquier gobierno, no permite tocar los intereses de las empresas, los contratos no se pueden discutir, el Estado no puede planificar ni hacer empresa. Yo sentía que Castillo tenía muchas presiones y eso le generaba mucha inseguridad. Había muchas idas y vueltas. Conversábamos para tomar decisiones que no se tomaban.
--¿Qué opina de las acusaciones de corrupción contra de Castillo?
--Los medios están más preocupados por el que se roba un caramelo que por los que se han robado el país. Pero eso no lo disculpa. No podría adelantar un juicio sobre estas acusaciones, pero hay indicios que preocupan.