La reciente aparición del tercer número de la revista digital Estación Cine implica la consolidación de este espacio cinéfilo y hace crecer al proyecto de mismo nombre que dirige Sergio Luis Fuster. Siempre en compañía del sello CGeditorial, de Sergio Gioacchini, los libros de la colección Estación Cine alcanzaron los 35 títulos (en papel) y no sería nada raro que superen los 40 en un breve tiempo (sin olvidar los avatares que la industria editorial enfrenta).

En este sentido, revista Estación Cine, de periodicidad semestral y descarga gratuita –todos los números pueden consultarse en https://www.cgeditorial.com.ar/revista-estacion-cine/–, oficia como un ámbito complementario y desde un formato –digital pero revista, al fin y al cabo– que la lectura cinéfila extraña. Como sea, las formas mutan y ciertos gustos, felizmente, prevalecen. Leer sobre cine es tan importante como mirarlo.

El director de este empeño es Marcelo Vieguer, y como es costumbre los contenidos que se ofrecen reúnen a numerosos colaboradores y colaboradoras. Hay autores de algunos de los títulos de la colección en papel, y también no. Muchos sólo han escrito para la revista, algunos de manera frecuente, otros tienen un recorrido que por supuesto excede a la publicación. De este modo, la grilla de firmas del proyecto Estación Cine se expande. Y eso es algo que redunda en una interacción bienvenida entre libros, revista y autores.

En primer orden, destaca la entrevista central, en esta ocasión dedicada a Martín Basterretche, director de Punto ciego (2014), Devoto, la invasión silenciosa (2020), y El último zombi (2022). En el extenso diálogo –a cargo de Vieguer–, Basterretche se explaya en lo relativo a cada una de sus realizaciones mientras aporta valoraciones sobre el cine, su formación, la importancia del denominado “cine B”, la predilección por los géneros, las formas de producción y el denominado “cine independiente”. La entrevista oficia también como complemento con la aparecida en el número anterior, dedicada a Melina Cherro, a su vez guionista de El último zombi, autora de uno de los recientes libros de Estación Cine: Diálogos con Diotima: Mito y Cine, y responsable de un lúcido artículo que incluye este número en donde indaga sobre el rol ejercido por las mujeres en la saga de El Padrino.

Hay algo que destaca en cada edición de revista Estación Cine, y es la atención privilegiada al cine clásico. En este caso, Gustavo Cabrera –a quien siempre es un gusto leer– ensaya una semblanza merecida al realizador John Sturges. Cada una de sus películas es referida, entre anécdotas y detalles técnicos, en el afán de mostrar el brillo de un director al que no suele nombrarse demasiado, aun cuando algunos de sus títulos –Duelo de titanes, Conspiración de silencio, Los siete magníficos, entre muchos más– pervivan en el imaginario popular y en los mejores libros de cine. Como el propio Cabrera dice: “Mucho más que un disciplinado, honesto y eficaz artesano”.

Hablar de Sturges implica detenerse en el western, así como sucede con el todavía activo Walter Hill (83 años), cuya película más reciente así lo demuestra: Dead for a Dollar (2022). El film de Hill sirve de excusa al recorrido que practica Claudio Huck por todas y cada una de sus incursiones en el género (a partir de Cabalgata infernal, de 1980), sin olvidar que la estructura y tópicos del western están presentes también en el resto de su obra, aun en películas como Calles de fuego y Traición sin límite. El repaso crítico sobre Dead for a Dollar –en donde un cazarrecompensas (Christophe Waltz) se debate éticamente consigo mismo, mientras una larga sombra lo persigue (Willem Dafoe)– tiene aquí correlato con el que también ofrece Roberto Pagés. La admiración por Hill por parte de ambos se traduce en una manera específica de sentir el cine, en franco contraste con las características que dominan hoy al cine contemporáneo. Por ejemplo, de este “diálogo” entre Huck y Pagés surge un texto dedicado a Otto Preminger, otro maestro, a partir de ciertas apreciaciones de Pagés sobre el cine del director vienés, que Huck retoma y prolonga en un análisis acerca de cómo el director de Laura hacía funcionar, sígnicamente, los elementos puestos en escena.

Esta validación del cine clásico como paradigma es evidente en el texto de Alberto Tricarico (autor de Puro Cine. Estudio crítico sobre Relatos Salvajes de Damián Szifron, volumen 27 de la colección Estación Cine), dedicado a Tiempo de revancha (1981), de Adolfo Aristarain. El análisis de la película, que integra una trilogía ejemplar con La parte del león y Últimos días de la víctima, la sitúa como obra fundamental en el derrotero accidentado del cine argentino, siendo como es una de sus obras mayúsculas. A propósito, Tiempo de revancha figura tercera en la encuesta que de las 100 mejores películas del cine argentino organizaran La Vida Útil, Taipei Crítica de Cine y La Tierra Quema.

En otro orden, un nutrido dossier sobre el cine fantástico australiano de la década de 1970 lo aporta la pluma infatigable de Claudio Huck, y Agustina Cabrera se encarga de un recorrido minucioso sobre David Cronenberg, en donde pauta etapas en la filmografía del canadiense, conforme a los contextos fílmicos de una obra que, con el estreno de Crimes of the Future (2022) –una de las mejores películas del último cine–, siempre tiene algo para decir. Fernando Regueira continúa –en diálogo con Vieguer– con sus apreciaciones sobre Cine y Ópera, en este caso a través de Ariadne auf Naxos. Figuran también análisis sobre películas puntuales, como es el caso de Close-Up (1990, Abbas Kiarostami) por Fabián Slongo, Air Doll (2009, Hirokazu Koreeda) por Candelaria Rivero, Nope (2022, Jordan Peele) por Dana Sopranzetti, El exorcista (1973, William Friedkin) por Varinia Mangiaterra, El faro (2019, Robert Eggers) por Ariadna Ibarra, Pacto siniestro (1951, Alfred Hitchcock) por Fiorella Constanza, Plunder Road (1957, Hubert Cornfield) por Vieguer.

Como novedad, este número incluye una serie de artículos dedicados a las series, en donde Hugo Berti se ocupa de los conceptos reñidos y problemáticos de “lo real y el realismo”; Florencia Kuchen se detiene en la construcción narrativa y seriada de personajes complejos; y Ari Piccione hace lo propio en su análisis de personajes asesinos.