“El fútbol: esa mujer”, la exclamación de Raúl Scalabrini Ortiz era enigmática. ”Esa mujer…”, es decir ¿admirable? ¿misteriosa? ¿perdida? "Esa" ¿por distante? ¿mítica? ¿fantasma? Rodolfo Walsh eligió llamar Esa mujer a un relato perfecto que alude a Evita sin nombrarla. Ese relato cobra un sentido muy diferente si se desconoce la historia argentina. Trata de dos rivales en torno a un cuerpo, de la pasión de uno y el deseo de saber del otro, de un enigma que queda sin resolver. Rivalidad, pasión, enigma (Quién gana?): fútbol.
Nacimos para sufrir. Parecía que en esa frase se sintetizaba un destino que veníamos sufriendo y que así sería por los siglos de los siglos, pobres cristos del penal con el corazón en la boca y el gol como un indulto ya con la horca alrededor del pescuezo. Menos mal que en el mitología popular existían los días peronistas (las patas en las fuentes, los carnavales en los clubes, las “efectividades conducentes “ y los juguetes regalados por la Fundación). Menos mal que la agencia publicitaria evangelista impuso un slogan expropiable: "¡Paren de sufrir!" Menos mal que -perdonen la asociación, tengo todavía la narcosis que el mundial provoca en los ignorantes- tan veloces como los que, cuando De la Rúa aun no terminaba de pronunciar “Estado de sitio”, ocuparon todas las calles del centro cinco millones de argentinos, gritones y rientes salieron para festejar el paso de la selección -la viera o no- para demostrar que no se nace para sufrir, no se nace para nada, no hay destino, es pura potencia para todos, acción común por la igualdad y, de elegir un sentimiento, bien se puede empezar por la alegría.
Multitud. Sin Perón y sin balcón, cinco millones de hinchas (o seis según las cuentas que calculan los agregados y los que llegaron a medio camino por venir de lejos) se juntaron en la autopista. Algunos les pusieron el pueblómetro pero no se decidieron: no los unía la lucha sino la de la fe y el aliento, tampoco se decidieron a llamarlos “masa”. No tenían líderes sino dioses (decían) o santos aunque, en la parroquia de Balvanera, sede del culto a San Expedito, se promociona un nueva estampita, la de San Messi. Pero no eran promesantes, ni desplazados, ni peregrinos. Eso sí, quisieron acompañar a los campeones en el poner el cuerpo y se montaron en los semáforos, saltaron de los puentes, se colgaron del obelisco, cayeron en el interior del ómnibus donde sus ídolos tomaban fernet cola en un envase cortado y , cuando vieron el helicóptero, no se desilusionaron. Siguieron caminando y si hubo unos pocos muertos, no fue por asesinato. Tampoco fue un desahogo, ni una catarsis. La fiesta popular se engendra espontánea como el paramecio. Después vinieron los profesores.
Silogismos. Según Jaime Bayly, el peruano del pelo largo, los ganadores del mundial son capitalistas globalizados y no serían peronistas puesto que no pasaron por la Rosada. Se formaron en Europa adonde llegaron muy temprano en sus vidas. Si son globalizados no podrían ser argentinos. Si no son argentinos, no podrían ser peronistas. Si no son argentinos, Argentina no ganó el mundial. El mundo ganó el mundial. Si el mundo ganó el mundial ha sido un fraude: ya lo imaginábamos ¡corrupción o justicia!
Familismo. Como un retorno clásico al look prescripto para los sexos, las esposa de los jugadores del mundial incluida Elisa Montero, de Lionel Scaloni, tenían los cabello largos como vestales: nada de cortes a la garçon, ni siquiera el remanido “Bob” que puede desnudar moderadamente la nuca y evoca a un femenino príncipe valiente de historieta. La mayoría, fans ascendidas por el sacrosanto voto del matrimonio o el compromiso estable, de botineras a influencers en las redes sociales, saltaron a los estadios de Qatar con sus descendencias en escaleritas, componiendo una suerte de pesebres laicos y un aire de familia argentina modélica. En el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género y la bandera del arco iris -echada una o dos veces de la cancha-, la familia campeona para el mundial 2022 estuvo compuesta por papá, mamá y nenes. Menos mal que Kilian Mbppé tuvo una novia trans llamada Inés Rau, referente de la comunidad LGTTB, pero en Qatar se mostró con una modelo cis que tranquilizó a los emires. Y Rodrigo De Paul fue hostigado en las redes por su ex, Camila Homs, por ir a visitar a su novia la estrella Tini antes que a sus hijas. La pulsión familista siguió manifestándose cuando se intentó ver Messi maradonizado, o poseído espiritistamente por él, como un heredero carnal, aunque hay resultados, más allá de las jugadas aprendidas, que son propias de un estilo y no de parentescos del otro mundo. Por si no se entendió, Messi es Messi. Aunque la derecha intentó oponerlo a Maradona que habría sido manipulado políticamente y visitado la rosada de puro obsecuente nomás.
La Patria como acento. Cada uno de los jugadores de la selección hablaba en argentino, con inflexiones locales, según el barrio de origen, con cantito, respiración y vibratos del repertorio familiar, aprendido de oído. Si juegan en España, no se cuela “¡es la leche!“ o “me mola”. Y cuando hablan en otra lengua , lo hacen en perfecta fonética (el inglés del Dibu, el italiano de Lautaro Martínez) pero con tono fantasma de la lengua de origen, siempre conservada, como un talismán.
Gestos. En los años sesenta el editor pornográfico Larry Flint derrotó con su revista Hustler a las populares Playboy y Penhouse. Su estrategia fue publicar todo lo que las otras no hacían: pubis peludos, modelos obesos, cópulas entre gerontes, desnudos interraciales, penes erectos y partenaires animales. Sus chistes versaban sobre pedos, excrementos y otras secreciones del cuerpo humano por cada uno de sus agujeros. Larry Flint hablaba como un activista de la libertad de prensa y de la libertad sexual, exhibía en pelotas a los poderos del mundo y editaba enormes culos de mujer pasados por una máquina de picar carne, hasta que le pegaron un tiro. Enfrente tenía -cada vez con más pérdidas– a Play boy y Penthouse con sus desnudos velados, por eso inaccesibles a la inspiración masturbatoria, su pedofilia disfrazada de arte y sus notas cultas que ilustraban a varones finolis y aspirantes a capitalistas buenos en la cama. Y también al feminismo de la segunda que tenía en la boca la palabra más obvia: ”misoginia”.
Laura Kipnis escribió un artículo llamado La sexualidad (masculina) y el asco (femenino): leyendo a Hustler, que pone en escena la larga disputa entre el feminismo reformista y la cultura popular. Para ella Hustler no era solamente misógina, sus enemigos eran las otras revistas masculinas, la burguesía, los ricos, la religión, la academia y toda idea de buen gusto. Cultivaba un resentimiento hilarante y una grosería reivindicativa. Si la “grosería” alude a las partes bajas del cuerpo y hay una transposición entre ellas y las clases bajas mientras que la burguesía ha determinado con sus sucesivas exclusiones, el llamado “buen gusto”, Hustler no sería simplemente misógina. Más bien, según Kipnis, un secreto homenaje a Rabelais. Y el gesto del Dibu Martínez de enarbolar la copa como si fuera una pija, no estaba dedicado a las mujeres sino a los franceses que lo insultaban y, al poner una mano dorada a la altura del ombligo, estaba transgrediendo un modelo corporal (naaaa, era una broma). ”Al patriarcado lo vamos a hacer concha“ suena muy bien después de tanto Virginia Woolf.
Abuelalala. La abuela de masas es ajena a nuestro imaginario social. El cuerpo de la mujer pasados los setenta años es visto solo como frágil y cesante en la reproducción (si es que alguna vez la deseó), jubilado en el sistema laboral (si alguna vez formó parte de él), medicado si está enfermo o si es necesario regular sus deseos sobrevivientes, recluido o atareado en comprar los alimentos diarios para la familia (la bolsa formaría parte su iconografía). Lo sea o no, y a pesar de las protestas por sus derechos que la tiene de protagonista, se las llama solamente en relación a la familia: “Abuela”. La palabra es el cachetazo confianzudo que suele recibir de desconocidos en la esfera pública. Y hasta las Abuelas de Plaza Mayo deben explicar, cuando reciben este apelativo, que su sentido ha cambiado radicalmente. Y que mientras los muchachos celebraban a las viejas mundialistas en sus sillas de ruedas motorizadas o bamboleantes en su clásico batón de Mamá Cora y contaban sus dos goles ganadores de la Copa del mundo, las “Abuelas” contaron dos nuevos nietos encontrados, el 131 y el 132