El Gráfico vio la luz en 1919 y concluyó como publicación impresa en enero de 2018. Hace 5 años la revista que educó a generaciones enteras ya no luce más en los puestos de diarios. Ahora reviste como una entidad de pieza de colección, que seguirá latente en la cabeza de lectores memoriosos, y se suma a un archivo histórico que quedará instalado por siempre en las bibliotecas de babel del deporte.
Constancio Vigil, fundador de la revista, mientras veía como su alrededor se teñía de la sangre obrera que derramó la recordada semana trágica, en los comienzos buscó innovar la forma de comunicar y al principio tuvo la idea de centrarse en la actualidad de una época en la que se avecinaba la modernidad. En aquel tiempo, el deporte solo era un rubro más en sus páginas y el eslogan describía que era una “revista de sports, teatro, arte y variedades”.
El Gráfico empezó solo con 12 páginas de fotografías que contenían epígrafes y lo que destacaba era su despliegue y agilidad. Pero en 1925 la apuesta iba a cambiar de rumbo y llegaría la hora dorada del periodismo deportivo. Su intervención cultural, a partir de ahí, se iba a situar en el valor de la actividad física y las coberturas, quizás sin saberlo, se convertirían en textos pedagógicos sobre el deporte.
Las firmas que llegaron a integrar la revista crearon una forma de contar el hecho deportivo y abrieron una escuela que nutrió a gran parte del periodismo argentino. Dante Panzeri, Osvaldo Ardizzone, Borocotó (Ricardo Lorenzo), Chantecler, Juvenal, El Veco y tantos otros, son recordados por sus particulares maneras de escribir las historias. Son parte de una narrativa que dejó crónicas antológicas que se sirvieron de la literatura para hablar de un partido de fútbol o una pelea de boxeo.
“Hubo un momento en que Borocotó era El Gráfico y El Gráfico era Borocotó. Llegó al público, a la muchachada, al alma del barrio, al palpitar del baldío, al corazón de las madres. Poetizó las rodillas sucias de los purretes y la tristeza pobre de la solterona que fabricaba las pelotas de trapo y recomponía las alpargatas de los raboneros”, comentó alguna vez Félix Daniel Frascara, otro mítico integrante de El Gráfico, que compartió redacción con Ricardo Lorenzo.
La revista de Vigil abrazó la cultura popular y supo ser un canal de dialogo para aquellos que por intermedio de los deportes solicitaban respuestas que expliquen los caminos existenciales. "El periodista deportivo debe tener una educación integral lo más variada posible, sea derecho, medicina, economía, matemática, sociología, política… además de deportes", dijo Panzeri en un curso brindado en el club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires a mediados de los '60.
La publicación se sostuvo en distintas etapas de la historia del país y su longevidad aguantó casi cien años. Y si bien tuvo puntos álgidos de venta, los números que más sorprendieron – que hubiese pasado si todavía perduraba – fueron en el Mundial ’78 y ‘ 86. Y los que más apariciones tuvieron en sus tapas, como destacan en su propio archivo, revela que, década por década, en los ‘20: Firpo (23 tapas); en los ‘30: Justo Suárez (10); en los ‘40: Oscar Gálvez (8); en los ‘50: Fangio (11); en los ‘60: Artime (17); en los 70: Alonso (34); en los 80: Maradona (64) y en los 90: Maradona (42).
Ariel Scher, destacado periodista y escritor – su último libro, Apuntes sobre fútbol de los tíos y las tías - en su página de Facebook, Deporte y Literatura, aprovechó para extenderle su homenaje a la mítica revista y escribió que “El Gráfico está dentro de cuentos, de novelas, de ensayos. Y, desde luego, dentro de la historia de muchísimas personas que son lo que son, entre otras cosas, por leer El Gráfico”. Y además rescató que fue lo que hizo esta publicación con la vida de dos escritores que después terminaron dentro de la liturgia futbolera.
“No llego a escribir de fútbol por ser un escritor al que le gusta eso, sino porque soy un futbolero nato. Mientras los intelectuales leían a Tolstoi, yo leía El Gráfico”, dijo Roberto Fontanarrosa. Y apuntó Osvaldo Soriano: “Yo seguía el fútbol a través de Aróstegui, de Veiga y esperaba la llegada de El Gráfico que, para nosotros, los más chicos, era la Biblia. También recuerdo que el primer libro que leí en mi vida lo tuve que pedir por correo a la Editorial Atlántida: era “El diario de Comeuñas”, de Borocotó, un ejemplar que todavía guardo”.